Crítica:12º FESTIVAL INTERNACIONAL DE TEATRO DE MADRID

De San Petersburgo a Broadway

Este Gaudeamus es un musical con un concepto muy de Broadway y con la lógica sed de Occidente que puedan tener los recién llegados: en sus partituras hay alguna canción popular rusa, un fragmento de Eugenio Oneguin: pero también Jacques Brel, rock, orquestina de Nueva Orleans; danzas donde lo clásico se contiene a favor del espectáculo, historieta de chico y chica. Algo menos pudorosos que en Broadway: hay cuatro o cinco simulacros de coito, y algún breve cuasi desnudo de una señorita que lo vale y, sobre todo, de los muchachos: una forma típica de dar señal de libertad.

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Este Gaudeamus es un musical con un concepto muy de Broadway y con la lógica sed de Occidente que puedan tener los recién llegados: en sus partituras hay alguna canción popular rusa, un fragmento de Eugenio Oneguin: pero también Jacques Brel, rock, orquestina de Nueva Orleans; danzas donde lo clásico se contiene a favor del espectáculo, historieta de chico y chica. Algo menos pudorosos que en Broadway: hay cuatro o cinco simulacros de coito, y algún breve cuasi desnudo de una señorita que lo vale y, sobre todo, de los muchachos: una forma típica de dar señal de libertad.

Batallones de construcción

Gaudeamus

De Lev Dodine, sobre una novela de Kaledin. Intérpretes: Dimitri Vitov, Serguéi Karguine, Anton Kouznetsov, Oleg Gaianov, Alexandre Kochkarev, Igor Nikolaiev, Artiem Tsipine, Oleg Dimitriev, Youri Kordonski, Andrei Rostovski, Igor Tchemevitch, Tatiana Olear, Julia Moreva, Serguéi Kouritchev, Irina Tichinina, Maria Nikiforcva, Igor Koniaev, Natalia Kromina, Arkadi Charogradski. Dirección musical: E. Davidov. Director de escena: Dazindenko. Director técnico: I.Tcherkassov. Escenografía: A. PoraiKochets. Luminotecnia: Koslov, D. Leitland. Puesta en escena: Lev Dodin. Instituto de Teatro de San Petersburgo, teatro Maly. 12º Festival Internacional. Madrid, Teatro de la Comedia, 12 de marzo.

Como en Broadway o Londres, la tendencia del musical es también hacia la tragedia. Hay también otro efecto típico de la transición: creer que las desgracias de uno son originales y no tienen igual. En este caso se trata del servicio militar soviético, sobre todo en una especialidad que parece maldita, la de los batallones de construcción.No resulta peor, vista así, que en cualquier otro país de cualquier ideología y construcción, y ni siquiera en batallones especiales; tengo mis propios recuerdos, aunque de hace muchísimo tiempo, y el espectáculo continuo de películas, y la lectura de novelas de otros países del tierno Occidente.

Es desagradable: no más, no menos. Allí, a juzgar por lo que se dice, este tipo de molestia profunda se ha suprimido ya. Aquí parece que no, a juzgar por las Historias de la puta mili, obra que pasea por España triunfalmente entre espectadores afectados.

Se puede temer que este proceso imitativo dañe al teatro original y a la cultura profunda y seria de ese país, o conjunto de países, o universo en explosión, o lo que sea. En la otra Europa ya nos ha pasado, y el americanismo -aquí, sobre todo, en el cine; pero también en la vida cotidiana, en el colegio, en los sistemas de las empresas y el concepto del trabajo; en el gobierno- nos ha producido unas situaciones híbridas bastante desagradables: no sabe uno a qué atenerse, y, hasta ahora, el mestizaje no ha dado los bellos frutos que se esperan. No soy nacionalista: amo las mezclas. Pero no las sustituciones de valores, ni las imitaciones.

La base original, propia de su país, con la que viene ese espectáculo es, sobre todo, la de la escuela teatral. No importa que la ciudad pueda llamarse otra vez San Petersburgo en lugar de Leningrado; el teatro Maly y la escuela de arte dramático siguen siendo espléndidos, como la labor de Lev Dodine: como antes; los jovencísimos actores y actrices tienen voz, gesto, dinámica corporal, sentido del diálogo, voces para cantar, instrumentos que tocan formando una orquesta: ellos, que imitan ahora, merecerían ser imitados en estas cualidades. Son ejemplares. No hay un tiempo muerto en la representación, no hay un gesto ni una palabra inútil: merecen perfectamente su inclusión en este festival, y su derecho a inaugurarlo. Las ideas de escena, los inventos de teatralidad de Lev Dodine -a partir de la novela Stroibal, de Serguéi Kaledin-, su forma de montarlo en números o cuadros sueltos, la escenografía, el sentido musical son admirables. Esto es lo que no deben dejar perder de ninguna manera.

Entusiasmo rehecho

Siempre los rusos han sido recibidos en España con entusiasmo, hasta cuando eran soviéticos; se ha rehecho ese entusiasmo, al que quizá se añada la simpatía por sus luchas actuales para normalizarse; y los aplausos y las ovaciones fueron prolongados. En cuanto a la pena por ver una antigua creatividad convertida en cierto servilismo, en imitación, conviene contenerla en espera de que sea solamente un hecho transitorio.

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