Crítica:

Entre la apropiación y el informalismo

En Manolo Valdés, la trama de relaciones con el pasado, se hace tanto más compleja cuanto que su propia trayectoria le ha visto determinada por una peculiar ruptura que pocos artistas han tenido que afrontar. La muerte de Rafael Solbes en 1981, que precipitó el final del Equipo Crónica en un momento en que, por lo demás, tal vez su lenguaje hubiese comenzado a manifestar ya los síntomas de un cierto agotamiento, le puso en la difícil tesitura dé tener que comenzar de nuevo sin poder partir de cero. Y, de hecho, el camino recorrido desde entonces nos muestra a un Valdés cada vez más alejado, en...

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En Manolo Valdés, la trama de relaciones con el pasado, se hace tanto más compleja cuanto que su propia trayectoria le ha visto determinada por una peculiar ruptura que pocos artistas han tenido que afrontar. La muerte de Rafael Solbes en 1981, que precipitó el final del Equipo Crónica en un momento en que, por lo demás, tal vez su lenguaje hubiese comenzado a manifestar ya los síntomas de un cierto agotamiento, le puso en la difícil tesitura dé tener que comenzar de nuevo sin poder partir de cero. Y, de hecho, el camino recorrido desde entonces nos muestra a un Valdés cada vez más alejado, en apariencia, de aquellas perspectivas que fraguaron el éxito del Equipo Crónica en los años setenta: aquella sobreabundante dispersión ha cedido su lugar a una concentración casi solemne. Aquellos limpios acrílicos, tan legibles, tan diáfonos en su complejidad, han desaparecido en beneficio de unas telas fragmentadas, superpuestas, recosidas y rugosas, unas arpilleras deshilachadas y troceadas, inestables, impregnadas de alquitrán y sobrecargadas de pintura chorreante.Con todo, el punto en el que todavía puede establecerse una continuidad lo encontramos precisamente en la estrategia de recuperación y reinterpretación de los viejos iconos que constituyen las grandes obras maestras del pasado. Se trata, en efecto, de una orientación ya presente en distintas series del Equipo Crónica. En los últimos años, Manolo Valdés se ha dedicado fundamentalmente a la reflexión sobre pieza de museo -entre otras, de Ribera, Rubens, Zurbarán y Velázquez, sobre todo Velázquez- que si ha esforzado en volver a componer como figuras a mitad de camino entre lo deteriorado y lo todavía a medio hacer, entre la apariencia de catástrofe y la sutileza de unos pocos trazos esquemáticos llenos de promesas incumplidas.

Manolo Valdés

Galería Fandos. Plaza de Alfonso el Magnánimo, 13. Valencia. Marzo y abril.

Los años setenta, el Siglo de el compromiso con la modernidad: todo esto aparece conjugado y superpuesto en la pintura actual de Valdés. Pero lo más llamativo -y lo que más le aleja de su obra anterior- es la remisión a los modos y lenguajes del informalismo.

No se trata sólo de las violentas arpilleras, cuyo punto de referencia no puede ser otro que Millares, sino de una fijación en el retrato desfigurado como viejo género de la tradición pictórica, lo que le aproxima a Saura. Los rostros del conde duque, de la infanta Margarita, de monjas y anónimas damas, aparecen como grandes manchas sin fisonomía ni expresión -o tal vez convertidos todos en pura expresión abstracta-, como si el tiempo hubiera borrado en ellos cualquier signo de identidad.

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