Ni cede ni delega

Sepúlveda / Niño de la Capea, Ortega, Espartaco

Toros de Sepúlveda, bien presentados en general, algunos sospechoso de pitones, bravos quinto y sexto, todos muy nobles.



Niño de la Capea:
dos pinchazos, otro hondo y descabello (silencio); dos pinchazos y estocada (vuelta).



Ortega Cano:
estocada (dos orejas); estocada (oreja); salió a hombros. Espartaco: bajonazo (dos orejas); bajonazo (dos orejas); salió a hombros. Plaza de Pamplona, 12 de julio. Séptima corrida de feria. Lleno de "no hay billetes".

Muchos van y vien...

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Sepúlveda / Niño de la Capea, Ortega, Espartaco

Toros de Sepúlveda, bien presentados en general, algunos sospechoso de pitones, bravos quinto y sexto, todos muy nobles.

Niño de la Capea: dos pinchazos, otro hondo y descabello (silencio); dos pinchazos y estocada (vuelta).

Ortega Cano: estocada (dos orejas); estocada (oreja); salió a hombros. Espartaco: bajonazo (dos orejas); bajonazo (dos orejas); salió a hombros. Plaza de Pamplona, 12 de julio. Séptima corrida de feria. Lleno de "no hay billetes".

Muchos van y vienen en este concierto de la fiesta pero quien manda aquí, de momento, es Espartaco. En Pamplona, igual que en otras muchas plazas, Espartaco es un ídolo y él mismo parece estar muy interesado en seguir siéndolo pues hace todo lo humanamente posible para mantener vivo el fuego de la ofrenda. Espartaco, ni cede su puesto, ni lo delega, y si viene alguien reclamándolo, le da cumplida respuesta.Estas disputas hegemónicas que aludidas quedan se refieren a Pamplona, naturalmente, aunque cabe admitir que podrían extenderse a otros muchos cosos del país. De manera que en Pamplona fue donde llegó un torero reclamando el cetro y Espartaco no se lo quiso entregar, ni loco. Ese torero aspirante al cetro era Ortega Cano.

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Bueno, a lo mejor se trataba de dos toreros aspirantes, pues también estuvo en la arena Niño de la Capea, que tiene su puesto en la vida y su corazoncito bajo el chaleco recamado en oro. Niño de la Capea compuso bien los pases a sus dos toros sólo que nada más componerlos, apretaba a correr y se iba a otra parte a iniciar el siguiente muletazo. Eso cuando toreaba por la derecha pues si lo hacía por la izquierda, se le quedaba la franelona enganchada o arrebuñada en los pitones.

Con semejantes trazas, ni Niño de la Capea ni nadie podría reclamar el cetro del toreo -salvo que se tratara de su versión bufa- y esto da pie a pensar que el competidor directo de Espartaco únicamente podía ser Ortega Cano, por lo menos en la corrida de ayer. En efecto, Ortega Cano le hizo a su primer toro un toreo de altos vuelos. No siempre. Antes hubo de sobar y resobar al toro hasta obtener suficientes garantías de que embestiría fetén. Una vez obtenidas -entonces sí-, toreó en redondo con los altos vuelos propios de su alcurnia torera. Al natural, en cambio, únicamente dio una tanda, y como de compromiso.

Toro bravo y noble fue el quinto y se esperaba nuevo éxito de Ortega Cano. Ahora bien, este toro, a diferencia del segundo, tenía trapío y pitones, y esos son motivos más que sobrados para que una figura del toreo se ponga a meditar sobre los avatares del amor hermoso. O sea que entre cavilaciones, dudas metódicas y ceremoniosas posturas que trataban de suplir el toreo auténtico, a Ortega Cano se le fue el toro sin torear. En cambio lo mató estupendamente -a este y al otro- de estoconazo, marcando muy bien los tiempos del volapié.

Venía a continuación Espartaco y no acababa de hacerse presente cuando ya toda la plaza estaba coreando su nombre. Un ídolo que lo es por aclamación, ya tiene mucho ganado para mantener su liderazgo, pero también cuenta lo que ponga de su parte. Y Espartaco, lo que de su parte ponía era una indeclinable voluntad de triunfo. Es decir, que con dos muletazos ya tenía a sus toros embebidos en el engaño y todos cuantos pases seguían los ejecutaba a placer.

¿Con el pico? Por supuesto que sí: con una exageración de pico, absolutamente innecesario ademá para aquella bombonería de toros. Lo que trascendía, sin embargo, era el entusiasmo que ponía Espartaco, la facilidad con que ejecutaba la tarea, y el público pamplonés no necesitó otra cosa para proclamarlo torero predilecto de la feria sanferminera.

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