Historia de un sentido de la amistad

El Museo de Arte Abstracto de Cuenca cumple 25 años

Detrás de la creación del Museo de Arte Abstracto de Cuenca, que el 1 de julio de 1991 cumple veinticinco años, hay mucha historia, y la mayor parte de ella es la historia de un sentido de la amistad. Eso es lo que dice José Luis Yuste, director general de la Fundación March, que gestiona desde 1980 la herencia que dejó tras de si la generosidad del artista Fernando Zóbel, creador del museo que hoy constituye un punto de referencia de la España moderna.

Zóbel (Manila, 1924, Roma, 1985) fue generoso y radical al mismo tiempo: con su propio dinero hizo el museo, y lo llenó de piezas emble...

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Detrás de la creación del Museo de Arte Abstracto de Cuenca, que el 1 de julio de 1991 cumple veinticinco años, hay mucha historia, y la mayor parte de ella es la historia de un sentido de la amistad. Eso es lo que dice José Luis Yuste, director general de la Fundación March, que gestiona desde 1980 la herencia que dejó tras de si la generosidad del artista Fernando Zóbel, creador del museo que hoy constituye un punto de referencia de la España moderna.

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Zóbel (Manila, 1924, Roma, 1985) fue generoso y radical al mismo tiempo: con su propio dinero hizo el museo, y lo llenó de piezas emblemáticas del arte abstracto, que hace veinticinco años, y en Cuenca, era una novedad peligrosa en este país entonces francamente oscuro, pero en ningún caso permitió que nadie le regalara una sola obra. Gustavo Torner, que le acompañó a lo largo de la aventura que concluyó con su muerte en Roma, recuerda la satisfacción que sintió Zóbel al inaugurar el museo en Cuenca: había pensado en una casa de Toledo, pero Torner, conquense, le desvió hacia las Casas Colgadas, y allí instaló su colección, que en seguida creció al ritmo que impuso su propia generosidad intelectual.

Yuste fue por primera vez al museo dos años después de su inauguración, y acaso su testimonio refleja bien lo que entonces supuso aquel conjunto de obra abstracta en nuestro país: "Yo no daba crédito a lo que veía, porque más que un museo era una profesión de fe. Profesión de fe en el abstracto como una idea estética que podía romper con el academicismo decimonónico. Conectó en seguida con nuestra generación, y en él no vimos sólo esa ruptura, sino una manera nueva de hacer las cosas, en la que se respiraban la seriedad y el espíritu de innovación que animaron siempre a Zóbel".

Pablo López de Osaba, director general del consorcio Madrid Capital de la Cultura europea, que fue durante quince años director del museo, y bajo cuyo mandato se produjo la ampliación de 1978, fue testigo cotidiano de aquella obsesión por la precisión con la que el fundador trató su colección. "Ningún otro fenomeno artístico ha tenido un carácter temporal más duradero y ha significado un cambio de conciencia estética en nuestra sociedad, que la ha acercado a la creación contemporánea como hecho normal".

El primer cuadro que Zóbel adquirió para el museo fue el retrato de Brigitte Bardot, un óleo pintado en 1959 por Antonio Saura. La colección ahora es interminable, y habita tanto en las propias paredes del museo, donde ahora hay colgadas 130 piezas, como en sus propios almacenes y en otras dependencias de la Fundación March. Millares, Chillida, el citado Tápies, Sempere, Torner. Toda la nomenclatura del arte abstracto español cuelga hoy de aquellas paredes que empezaron siendo el sueño en una casa abandonada.

Yuste, que custodia ese legado, confiesa que cuando se produjo la donación tanto él como los restantes directivos de la Fundación March sintieron "un escalofrío de responsabilidad. "Pero fue un gran honor escuchar de Zóbel que dejando toda aquella obra en nuestras manos podía morirse tranquilo". A la vista de la trascendencia histórica que tuvo la creación de este museo podría pensarse que detrás de aquella iniciativa había una idea preconcebida. "En absoluto", dice Torner. "Lo que a Zóbel le preocupaba era la calidad, no la tendencia. Fernando no pretendía ni siquiera hacer un museo de arte abstracto, hasta tal punto que en realidad al principio se llamaba Museo de las Casas Colgadas. Lo que ocurrió fue que al ir admitiendo las cosas que él estimaba como de mayor calidad se dio cuenta de que lo que dominaba -todo, en efecto- era abstracto. Fue entonces cuando perseveró en la idea de hacer un museo monográfico, que quedaba más redondo".

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