Tribuna:LA VOZ DE LA POESÍA SOCIAL

A la sombra de Rilke

Hace algunos años dividió Celaya su obra en cuatro periodos, por orden de aparición: surrealista, existencialista, marxista y órsico. Por qué razón los hombres nos lesionamos con definiciones inexactas y absurdas es cosa misteriosa. Quienes lo conocieron hablaban de él como de una persona humilde y extremadamente sencilla. Quizá fuese ésa la causa, un pudor natural.Celaya escribió mucho. No hizo otra cosa en su vida que escribir, sobre todo versos. Esa abundancia se le reprochaba a menudo, sin considerar que la abundancia de un poeta no es nunca de libros, sino de corazón.

Entre sus poe...

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Hace algunos años dividió Celaya su obra en cuatro periodos, por orden de aparición: surrealista, existencialista, marxista y órsico. Por qué razón los hombres nos lesionamos con definiciones inexactas y absurdas es cosa misteriosa. Quienes lo conocieron hablaban de él como de una persona humilde y extremadamente sencilla. Quizá fuese ésa la causa, un pudor natural.Celaya escribió mucho. No hizo otra cosa en su vida que escribir, sobre todo versos. Esa abundancia se le reprochaba a menudo, sin considerar que la abundancia de un poeta no es nunca de libros, sino de corazón.

Entre sus poemas los hay de muy diverso signo. Compuso poemas líricos y cívicos, de ocasión y de saldo, sin avergonzarse nunca. Ensayó la rima oculta y romántica y el canto de los agitadores, el romance de ciego y el panfleto puesto en forma de verso libre, para pasarlo por poesía. De todos estos poemas unos le salieron mejor y otros peor, como le ocurre a todo el mundo. Los críticos, injustamente, le llamaron por ello un poeta irregular, sin reconocer que irregulares en España han sido todos sus grandes poetas, desde Quevedo a Unamuno, desde Lope a Juan Ramón Jiménez.

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Seguramente estos días se recordará uno de sus más célebres versos: La poesía es un arma cargada de futuro. Le valió la paternidad de la llamada poesía social. El verso, como las frases demasiado solemnes, dice poco la verdad. La poesía nunca ha sido un arma y menos de futuro, pero le sirvió a él y a muchos para hacer más breve la espera en unos años de dictadura siniestra. Si no para atacar, sí para defenderse.

Una vez le vi de cerca. Era ya viejo y pobre. Tenía los ojos del color de las lágrimas. Otra vez le vi, en televisión, pisando el mar de su San Sebastián. Su mirar tenía entonces el cansancio de las mismas mareas y recordaba unos versos de Rilke, aquellos que él mismo había traducido en los años más oscuros y cuarenta: "¿No es triste que nuestros ojos se cierren?". O aquel suyo que empieza: "La noche / con sus círculos lentos de silencio creciente". A veces hemos tomado uno de sus libros y, apartando con la mano todo eso que la gente llama época, bebemos en su poesía más pura, más íntima y limpia, como el que aparta berros y algas de un frío manantial, escondido y pequeño.

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