Tribuna:

Gloriosas reliquias

Max Frisch y Friedrich Dürrenmatt, diez años menor que él, han sido los dos autores teatrales suizos más representativos del siglo. Ambos escribieron en lengua alemana y obtuvieron sus primeros éxitos poco después de finalizada la IlGuerra Mundial: La muralla china, de Frisch, en 1946, y Rómulo el Grande, de Dürrenmatt, en 1948. Ambos alcanzaron una fama, internacional y ambos han muerto, con pocos meses de diferencia, cuando sus obras figuran por derecho en el repertorio de los principales escenarios del mundo.De Max Frisch recuerdo tres títulos:...

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Max Frisch y Friedrich Dürrenmatt, diez años menor que él, han sido los dos autores teatrales suizos más representativos del siglo. Ambos escribieron en lengua alemana y obtuvieron sus primeros éxitos poco después de finalizada la IlGuerra Mundial: La muralla china, de Frisch, en 1946, y Rómulo el Grande, de Dürrenmatt, en 1948. Ambos alcanzaron una fama, internacional y ambos han muerto, con pocos meses de diferencia, cuando sus obras figuran por derecho en el repertorio de los principales escenarios del mundo.De Max Frisch recuerdo tres títulos: Don Juan o el amor por la geometría, Andorra y Biedermann y los incendiarios. La primera es una de las variaciones mas interesantes sobre el mito de Don Juan que haya aportado la literatura dramática de este siglo. Andorra es una pieza sobre el antisemitismo, cuya moraleja viene a decirnos que el racismo puede brotar en cualquier pequeña comunidad: basta con que a uno de sus miembros le señalen con el dedo. En cuanto a Biedermann (burgués, en alemán) y los incendiarios, es, según la calificó su autor, una "pieza didáctica sin doctrina", en la que se demuestra que tres incendiarios pueden reducir a cenizas una ciudad con sólo decir la verdad. "La verdad", dice uno de ellos, "nadie se la cree". Es una pieza amarga, estupendo híbrido del teatro brechtiano y del entonces emergente teatro del absurdo, en la, que los politizados teatrólogos de la época quisieron ver -en Biedermann- una réplica del presidente checoslovaco Benes, que introdujo a los comunistas en su gobierno, o bien de los intelectuales alemanes que apoyaron a Hitier convencidos de que el Führer no creía nada de lo que decía cuando hablaba de guerra. La obra de Frisch lo que hacía era denunciar una sociedad, que había perdido sus valores, pero seguía creyendo en los bomberos.

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Pese a los años, ese teatro de Frisch sigue siendo válido: por su lucidez, su fe en el hombre y en su libertad, su intrínseca belleza, y, porque Andorra sigue ahí y la inmensa mayoría de la gente sigue creyendo en los bomberos.

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