Tribuna:

Pulso creativo

Hace muy pocos días hablé con Ricardo Gullón a propósito de un seminario sobre Miguel Delibes, a celebrar este verano en El Escorial. Y, siguiendo su inveterada costumbre, a propósito de un asunto en apariencia menor, me hizo unas matizaciones iluminadoras. Colgué el teléfono enriquecido.Son muchos años leyéndole, demasiados los peomas de Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Aleixandre, Pedro Salinas, Jorge Guillén o Luis Cernuda que leí o releí, comprendiéndolos mejor, al hilo de sus estudios.

Sin embargo, yo no accedí a Ricardo Gullón por el camino de sus perspicaces ensayos, sino por...

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Hace muy pocos días hablé con Ricardo Gullón a propósito de un seminario sobre Miguel Delibes, a celebrar este verano en El Escorial. Y, siguiendo su inveterada costumbre, a propósito de un asunto en apariencia menor, me hizo unas matizaciones iluminadoras. Colgué el teléfono enriquecido.Son muchos años leyéndole, demasiados los peomas de Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Aleixandre, Pedro Salinas, Jorge Guillén o Luis Cernuda que leí o releí, comprendiéndolos mejor, al hilo de sus estudios.

Sin embargo, yo no accedí a Ricardo Gullón por el camino de sus perspicaces ensayos, sino por otro, creo que minoritario, y por él mismo abandonado demasiado pronto, a mi juicio equivocándose. Me refiero a la literatura de creación, y, más en concreto, a la narrativa, pues su primera lejana novela (lejana en el tiempo, que no en la calidad de su prosa ni en el talante que la preside), Fin de semana, formaba parte de la entrañable biblioteca de mi familia.

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Leí Fin de semana hacia finales del bachillerato, segunda entrega de la colección Pen, abierta por San Alejo de Benjamín Jarnés; se vería acompañada, entre otras, por narraciones de Fernando Vela y José Ferrater Mora, representado allí por la que también sería -supongo- su primera novela, Cóctel de verdad, circunstancia que no deja de ser curiosa, pues curioso resulta que dos intelectuales tan lúcidos, además de nacer a la literatura juntos, hayan ido a fallecer casi al mismo tiempo.

Fin de semana es un diario íntimo, a través de cuyas páginas expresa su desencanto un pobre burócrata cuyo único refugio se lo depara el quijotescamente idealizado amor que profesa a una vulgar mecanógrafa. En apariencia, y siguiendo una de las corrientes dominantes en el periodo, se trata de un relato deshumanizado. Pero eso sólo es en apariencia. Porque a lo largo de todas sus páginas late una especie de aliento soterrado que lo rehumaniza todo.

Y ésa es, a mi juicio, la verdadera y más profunda validez de los estudios de Ricardo Gullón, el cual, fiel a su primer designio, ha sabido hacer de los estudios literarios ensayos creativos. De ahí su honda dimensión inolvidable, pues todos sus trabajos están escritos con el mismo pulso creativo. Y es que sólo un escritor de verdad puede ser capaz de llegar, críticamente, hasta donde él ha llegado. Ésa, creo yo, constituye una de las claves de su gran obra.

es filólogo.

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