Pico de oro

Antonio Gala es capaz de hablar como escribe y de escribir como habla, lo cual quizá fuese moneda corriente en tiempos de Cicerón, pero en la España del Programa 2000 y de Crystal mueve a pasmo. Es Gala un cumplido hipnotizador de audiencias, desde la extasiada ante el televisor a una tertulia de españolas en un centro cultural en tierra extraña. Puntúa su verbo florido a ritmo de exquisitos bastonazos, y de su boca fluye caudal de sentencias, bien engarzadas con metáforas de cuidado peso y luminotecnia.Puede que el Gala orador supere al escritor. Porque, si con la pluma es múltiple -dramaturg...

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Antonio Gala es capaz de hablar como escribe y de escribir como habla, lo cual quizá fuese moneda corriente en tiempos de Cicerón, pero en la España del Programa 2000 y de Crystal mueve a pasmo. Es Gala un cumplido hipnotizador de audiencias, desde la extasiada ante el televisor a una tertulia de españolas en un centro cultural en tierra extraña. Puntúa su verbo florido a ritmo de exquisitos bastonazos, y de su boca fluye caudal de sentencias, bien engarzadas con metáforas de cuidado peso y luminotecnia.Puede que el Gala orador supere al escritor. Porque, si con la pluma es múltiple -dramaturgo, articulista y, ahora, por fin, narrador-, con la voz no escatima elegancia y voluntad de profundizar. Hablando es andaluzamente barroco, vertiente conceptista, si bien se adorna con imágenes de raíz árabe; pero nunca habla por hablar, es decir por lucirse. Habla por entenderse y por entender, convoca al oyente, le hace crecer por dentro como hay que hacer con los lectores y con los cómplices.

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Viajando se ve a la gente. Con Antonio Gala he coincidido en dos viajes muy extramuros, a Bagdad y a Asilah. Innecesario decir que el Gala público -recitador de sus propios versos de amor y arrayanes en un ultramoderno teatro iraquí, ponente sobre cercanías hispanoárabes en un palacete aljamiado cerca de Tánger- abrumó de brillantez en el desempeño del papel que en esos parajes se le adjudicaba. Pero mucho más interesante, en mi opinión, era el Antonio capaz de elogiar con humor y emoción a ese gordo tipo globo terráqueo que, expandiéndose en su chilaba, se arrodillaba a rezar al purpúreo crepúsculo, en un cafetín a orillas del Tigris; o el Antonio que, siempre con la lengua viperina a punto para retratar con un mote al mandamás o al pedante de turno, jamás tiene un gesto de reproche o siquiera de indiferencia hacia el camarero, el taxista, el recadero, los mil subalternos que, en un viaje de esa guisa, suelen ser objeto de desabrimiento o mofa por parte del guiri.

Como escritor, y como personaje público, no ha perdido Gala un ápice de ética; de ahí que, desde arriba, se le tilde a menudo de radical, lo cual es tremendo pecado en estos tiempos. Su postura anti OTAN levantó ronchas, pero años antes bien que le ponían por las nubes los socialistas; quienes consideran de buen gusto cambiar (es decir, cambiar en la dirección de ellos) no pueden estar contentos con un tipo como él.

Para ilustrar cualquier debate sobre la transición y sus límites, podría valer una anécdota bagdadí. Al oír cómo nuestro chófer le dirigía guasón a un policía una súplica de repertorio: "Aíni" ("Ojitos"), comentó Gala: "Eso en España no se le dice a un policía. Todo lo más, en mi tierra, 'Mi arma'; pero 'Ojitos', eso no. Todavía no hemos llegado a eso".

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