Tribuna:

Berlín 1990

Atravesando los primeros boquetes que la libertad abrió en el muro penetraron en Berlín Occidental largas cuerdas de mendigos rumanos, búlgaros y polacos. Ellos forman parte ineludible de la fiesta. Unos piden limosna a las damas con pamela que toman tartas de manzana en las terrazas de la Kudam, otros participan en un gran mercado de miseria que se ha creado no muy lejos de la Filarmónica y a la salida del concierto tiran de la manga del esmoquin de ciertos exquisitos implorando caridad; de noche todos duermen en bidones, cajas de cartón o en infames carromatos de zíngaro pegados a la cara bu...

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Atravesando los primeros boquetes que la libertad abrió en el muro penetraron en Berlín Occidental largas cuerdas de mendigos rumanos, búlgaros y polacos. Ellos forman parte ineludible de la fiesta. Unos piden limosna a las damas con pamela que toman tartas de manzana en las terrazas de la Kudam, otros participan en un gran mercado de miseria que se ha creado no muy lejos de la Filarmónica y a la salida del concierto tiran de la manga del esmoquin de ciertos exquisitos implorando caridad; de noche todos duermen en bidones, cajas de cartón o en infames carromatos de zíngaro pegados a la cara buena del muro, allí donde la libertad florece. Cuando el muro esté totalmente derruido, tal vez sustituyendo al hormigón quedará esta alta barrera de pobres, los cuales sobrevivirán gracias al comercio de escombros. Pero bajo los tilos perfumados Berlín es hoy todavía una gran orgía de riqueza e incertidumbre. Grandes fragmentos del muro cubiertos de garabatos neuróticos adornan ya en forma de esculturas los vestíbulos de los bancos. Pedruscos con jeroglíficos pintarrajeados son exhibidos sobre un terciopelo, como las joyas, en las vitrinas junto a los maravillosos productos del capitalismo, y reflejados en ellos se ven los travestidos y prostitutas, los seres guapísimos que cubren los peluches del café Möritz, los Porsche rojos que llevan flameando banderas patrióticas en medio del clamor de las bocinas. En Berlín existe ahora un espectáculo mucho más expresionista: dentro de una gran explosión de lujo, enormes reatas de pobres llegados de los países del Este sobreviven vendiendo en Occidente peque ños cascotes de ese muro que durante muchos años les impidió desarrollar la libertad de comer cio. Por todas partes se han levantado tenderetes y detrás de ellos siempre aparece un mendigo búlgaro, rumano, polaco, vietnamita, húngaro o checoslovaco pregonando esta mercancía: esquirlas del muro pintadas de rosa, verde y azul que los ricos compran como si fuera turrón de coco o de guirlache para ejercer con ello un poco de misericordia.

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