Tribuna:

Con alma

A algunos les sonará la fecha: el 12 de marzo de 1986, Dizzy Gillespie vino por segunda vez a Granada. Había venido cuatro años antes, en noviembre de 1982, y aquella primera no che traía consigo una especie de deslumbrante escualo del saxo alto que se llamaba Paquito d'Ribera y que en los primeros 10 minutos nos derribó a todos con un All the things you are tan vertiginoso y puro como un golpe de vendaval que desbarata todas las ventanas de una casa. Dizzy, aquella noche, actuaba jovial y perezosamente de sí mismo, y movía el culo y el vientre como una enérgica blandura de dibuj...

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A algunos les sonará la fecha: el 12 de marzo de 1986, Dizzy Gillespie vino por segunda vez a Granada. Había venido cuatro años antes, en noviembre de 1982, y aquella primera no che traía consigo una especie de deslumbrante escualo del saxo alto que se llamaba Paquito d'Ribera y que en los primeros 10 minutos nos derribó a todos con un All the things you are tan vertiginoso y puro como un golpe de vendaval que desbarata todas las ventanas de una casa. Dizzy, aquella noche, actuaba jovial y perezosamente de sí mismo, y movía el culo y el vientre como una enérgica blandura de dibujo animado. De cuando en cuando se ponía serio y se paraba, llevándose a los labios su trompeta priápica: dilataba los carrillos igual que vejigas de matanza y esbozaba unas notas, y cuando ya había provocado en nosotros esa inminencia de felicidad y memoria que promete siempre una canción reconocida, su música se quebraba y salía huyendo en otra dirección, y el viejo Sileno se moría de risa y ya no seguía tocando: nos contaba una procacidad en su pastoso inglés, que casi nadie descifraba, y se retiraba contoneándose hacia el fondo del escenario para dejar paso a la furia caliente del discípulo que nos había traído de Cuba.Cuatro años más tarde, Dizzy volvió, más serio, incluso más delgado, con jersei de cuello alto, chaqueta de tweed y una gorra de franela a cuadros que le hacía parecerse a un taxista. Esta vez venía aún mejor acompañado: trajo a Phil Woods, a Bobby Hutcherson y a Tete Montoliu, y el gozoso descaro de su primera visita se convirtió en una serenidad reflexiva y estática. Cuando Tete y él tocaron a solas, hubo momentos en los que nos pareció que oíamos a Roy Eldridge rondando una melodía enunciada por Art Tatum. El vibráfono de Bobby Hutcherson y el saxo de Phil Woods entreabrían en el silencio un ámbito de quietud donde la trompeta de Dizzy sonaba como viniendo hacia nosotros desde una solitaria distancia. La carcajada de cuatro años atrás fue aquella noche una sonrisa de ironía no ajena al dolor. En el taxi, al salir del concierto, nos enteramos de los primeros resultados del referéndum sobre la OTAN.

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