Tribuna:ANTE EL CENTENARIO DE RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA

Autobiografía y metáfora

El centenario del nacimiento de Ramón Gómez de la Serna se conmemora el próximo domingo. El escritor, considerado como precursor de precursores se caracterizó por seguir caminos particulares que le sumieron, en ocasiones, en una tremenda soledad literaria y personal. Ante Ramón, escribe la autora de este artículo, la realidad se hace literatura, y la literatura, esencia de sí misma.

"Me he creado eco y abismo, pensando" (F. Pessoa)Una de las características de la literatura ramoniana es, como se sabe, la libertad absoluta en la elección de los trayectos a seguir y de los e...

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El centenario del nacimiento de Ramón Gómez de la Serna se conmemora el próximo domingo. El escritor, considerado como precursor de precursores se caracterizó por seguir caminos particulares que le sumieron, en ocasiones, en una tremenda soledad literaria y personal. Ante Ramón, escribe la autora de este artículo, la realidad se hace literatura, y la literatura, esencia de sí misma.

"Me he creado eco y abismo, pensando" (F. Pessoa)Una de las características de la literatura ramoniana es, como se sabe, la libertad absoluta en la elección de los trayectos a seguir y de los espacios a recorrer (Novelismo). Ante Ramón, mago de la creación literaria, la realidad se hace literatura y la literatura se hace esencia de sí misma, envolvente, definitiva.

Dentro de la novedad incuestionable que supuso desde los años diez de nuestro siglo la irrupción del escritor en la literatura española (Prometeo) y, por extensión, en la conflictiva modernidad artística del país (Los pintores íntegros), su incesante incursión en la literatura personal de tipo autobiográfico ocupa, sin duda alguna, un lugar privilegiado. Pero, salvo en la célebre Automuribundia (1948), Ramón Gómez de la Serna, una vez más precursor de precursores, no respeta las normas que iban conformando, ya desde finales del siglo XVIII, un nuevo género literario, esto es, el diario íntimo y las memorias, seriales definitivas de un nuevo concepto -contemporáneo- respecto a la imagen del individuo y de la persona en la sociedad. La crisis de fin de siglo agudizó en Occidente el problema, de tal manera que el individuo, cada vez más apresado por las obligaciones sociales, se siente desgarrado entre las dos opciones, el yo y los otros, entre la intimidad silenciosa y la exterioridad ensordecedora, a menudo hasta la alienación.

Ramón, en crisis perpetua ante ellos (El libro mudo), afinará ya desde Morbideces (1908) una táctica muy personal de defensa ante posibles invasiones exteriores: la conquista, paso a paso -círculo tras círculo-, de su intimidad. Como Kierkegaard, Gide o Kafka, Ramón desarrolla un sentido extraordinariamente agudo de su particularidad (ramonismo) que inevitablemente le llevará a una absoluta soledad de fondo, aunque no tan evidente en los multitudinarios años de Pombo y de sus idas y venidas a París (1918-1931), pero dramáticamente sobrecogedora en los años de la larga separación de España, cada vez con más sabor de definitiva, allí, en Buenos Aires (1936-1963).

La literatura de tipo autobiográfico ramoniana tiene poco que ver con el Diario íntimo de Amiel, tan en voga en la adolescencia del escritor español, y sí mucho más con los escritores de tipo personal de Maurice Barrés o André Gide. En paralelo con ellos, Ramón, hurgando en sí mismo, encuentra nuevos modos de expresión, que significan, además, vivencias distintas, nuevas, entre las cuales la presencia del cuerpo -presencia, por cierto, gloriosa- es soberana. Paradigmáticos en este sentido son, una vez más, el peculiar ensayo de autorretrato que es Morbideces y aquel larguísimo soliloquio que es El libro mudo, apoyados los dos textos en el manifiesto juvenil del autor, titulado El concepto de la nueva Iiteratura. A partir de entonces mismo, la obra de Ramón Gómez de la Serna se iba a organizar en tomo a una reverberación central de índice personal, extrañas autobiografías, donde lo de menos serán los acontecimientos, y lo primordial, las vivencias y los paisajes interiores, llevados con mano de maestro, en un intercambio muy particular entre la realidad circundante y la especial química poética del escritor: "La mirada es importantísima; muchos derrochan insensatamente sus miradas, sin hacerlas volver a su corazón después de haberlas lanzado..." (El doctor inverosímil).

Monográficos

Así, a partir de Morbideces (1908), Ramón va a publicar con regularidad no solamente escritos pactados como autobiográficos, sino también libros monográficos, como El alba, La sagrada cripta del Pombo, El circo, etcétera, biografías y retratos, Ismos, etcétera, donde el autor se verá siempre implicado en primera persona, todos ellos junto a innumerables prólogos, desahogos como siempre de su corazón. En este tipo de escritura personal, mención aparte merece El novelista (1923), sutilmente traducido al francés como La novela de un novelista.En el descenso hacia sí mismo, Ramón nos desvela una sola vez y en avalancha imparable los secretos de sus espacios interiores: en El libro mudo (1910). Nunca más lo hará tan explícitamente, y así dejará correr para el lector no avisado metáforas corno enigmas, casi roto el nexo con el punto de referencia, situado ya a tanta lejanía que parece ausente. En esta escritura liberada de lastres, algunas metáforas-enigmas sólo pueden descifrarse a partir de la intertextualidad de la obra ramoniana, sobre la base del conocimiento, o por lo menos de la intuición, de las muy variadas connotaciones de algunas metáforas claves, como "bosque", "subterráneos", "biombo", etcétera. El significante puede expresarse a menudo por un detalle de algún paisaje interior, que, comparado en ausencia con algo afín de la realidad exterior, da lugar a espléndidas metáforas "vivas" (P. Ricoeur), innovadoras, capaces de sugerir aquella "otra realidad", "pesquisa" eterna de Ramón. De esta manera, pasajes de El libro mudo resuenan en la Falsa novela negra (1927) para retumbar prolongadamente en El hombre perdido (1946).

Establecer paulatinamente los nexos ausentes de estas " metáforas vivas" es tarea apuntada por el profesor Francisco Ynduráin.

Varias referencias pertenecen, como vimos, a la realidad interior del escritor, realidad tantas veces moldeada en sus textos de corte autobiográfico, que llega a ser ella misma metaforizada, creándose así un metalenguaje metafórico de una belleza soberbia e inquietante, que roza, en El hombre perdido, lo onírico.

La capacidad de Ramón de Regar a tan completa transfiguración acerca algunos de sus textos a lo que suele llamarse "poema en prosa", y ha venido desarrollándose en el ejercicio continuo de su. "regresión", camino hacia sí mismo. Las "novelas de la nebulosa" del autor no tienen story ni plot, porque su historia es la misma aventura de vivir, absurda, breve, desesperada, borrada por el tiempo. Todo lo que se vive en la vida -humo, nada- son "señales" de no se sabe qué, y ni siquiera esto. Todo se confunde, y sólo alguna vez sale de la extraña nebulosa una "señal" que no se sabe si es "revelación" o "alucinación", es decir, producto de la misma subjetividad encerrada en su cuerpo, y que busca, busca, busca... un milagro de bondad y de alegría. "Lo esencial es invisible a los ojos..." (Saint Exupéry). ¿Qué es lo esencial para los personajes ramonianos? Quizá sólo vivir.

Sin esta tendencia autobiográfica, la literatura de Ramón no habría sido lo que es. No se puede acusar al gran escritor español. de narcisismo ni de indiscreta maledicencia. Sus ejercicios de literatura personal, afines en muchos aspectos al desasosiego de Unamuno, y aun más, al de Pessoa, no se extienden nunca en la horizontalidad de lo anecdótico, sino que van, como vimos, en la verticalidad de la "regresión". Pero Ramón se salva del solipsismo, porque se siente: solidario con la época que le tocó vivir. Apartándose de ellos (políticos, banqueros, burgueses, etcétera), el escritor une su destino al de los innovadores de España, Europa y América: "Poco importa esa incomprensión. Gocemos nosotros, los muy solitarios, las primicias suculentas..." (Los pintores íntegros).

En un muy peculiar pendular entre modernidad y casticismo, Ramón Gómez de la Serna se une también, y en paralelo, a la gracia y a las desgracias de los humildes vecinos de Madrid, en las innumerables historias de El novelista o en la entrañable presentación de la ciudad amada que es Elucidario de Madrid (1931).

es directora de Programas del Patrimonio Nacional.

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