Tribuna:

Lectura de la crítica

La lectura de una obra es un diálogo triple: a) el que la obra establece con ella misma; b) el que el autor establece con ella y con él, y c) el que el lector establece con ambos. Este último diálogo, según el autor, genera o se desdobla en otro que podemos denominar d) y que corresponde a la operación que la crítica hace, y que presupone la existencia previa de los otros tres diálogos.

La existencia de los tres diálogos con la obra literaria engendra otro u otros, que podemos unificar en la categoría e) y que corresponde a aquel que el lector establece con quienes han abordado l...

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La lectura de una obra es un diálogo triple: a) el que la obra establece con ella misma; b) el que el autor establece con ella y con él, y c) el que el lector establece con ambos. Este último diálogo, según el autor, genera o se desdobla en otro que podemos denominar d) y que corresponde a la operación que la crítica hace, y que presupone la existencia previa de los otros tres diálogos.

La existencia de los tres diálogos con la obra literaria engendra otro u otros, que podemos unificar en la categoría e) y que corresponde a aquel que el lector establece con quienes han abordado la tarea de encontrarle(s) una interprezación. El primero y, segundo de estos diálogos están implícitos en la obra misma: son la obra misma, porque el que la hace introduce en ella ese su mismo diálogo, que acaba incorporado a la materialidad intrínseca del texto, que se escribe en diálogo con una determinada tradición.El tercero supone una operación extrínseca desde el punto de vista de la textualidad, que no ha variado y permanece inmóvil: esto es, permanece en el mismo orden físico en que la lectura-diálogo, hecha por su autor, la objetivó. Pero con una diferencia: el lector reproduce la misma operación intrínseca que el autor, antes, realizó: esto es, tiende a objetivarla en uno de los sentidos q ue constituyen la posibilidad de ese su ser texto.

El cuarto y el quinto -aunque también son extrínsecos, porque no varían la materialidad del texto, introducen en ella una o varias posibilidades de lectura que se constituyen en sentido y, por tanto, en lectura de la lectura que, de sí misma, hizo antes la obra y que, de ella, hizo antes su autor- se hacen tanto más intrínsecos cuanto intrínsecas sean las lecturas-diálogo que cada lector y cada crítico establezca con el corpus objeto de su lectura y/o investigación. Porque el autor lee su texto y se lee en su texto; el lector lee el texto y lee al autor y lee la lectura que el autor ha hecho y ha sido para llegar a hacer así su texto; y el autor y el lector leen las lecturas que cada uno de los otros hace de -y con- los distintos diálogos-lecturas que leen y que, al leer, realizan el texto. Y esto mismo sirve para e): el lector, en diálogo con d), constata o rectifica su lectura de a) y de b), en la misma medida en que la lectura de d) constata o rectifica la suya, y la suya constata o rectificala de a) y b).

Esta dinámica palíndroma está en el centro de todos los discursos, porque constituye y es el centro de todos los discursos en la medida en que cada discurso exige su reproducción: exige volverse discurso que discurra sobre el discurso anterior a aquel del que él surgió. Se me dirá que, de ser esto así, sólo leeríamos un libro, que sería el mismo siempre y que no acabaría de leerse nunca. Y así es, sólo leemos un libro, que,es el mismo: el mundo. Pero lo leemos con distintas lecturas cada vez: lecturas que son generadas por otras y que generan nuevas lecturas a su vez.

Nuesitra lectura del mundo depende de las distintas lecturas que del inundo se han hecho, y de las diversas lecturas que del mismo se han dado y se dan. Lectura de una lectura, que, a su vez, lo es de otras. El acto de leer supone una operación única y plural: única, porque la realiza cada uno de nosotros, y la realiza sobre un texto que, como objeto, es cada vez único en sí; plural, porque la realizamos en diálogo con todas las otras; operaciones únicas que, sobre ese único, se han ido realizando y que pierden su sentido único precisamente por ese ir constituyendo, sobre diversos únicos, un único que llega a ser plural. No otra cosa es la literatura: un singular del que sólo conocemos los plurales, y un plural que lo es en la medida en que haya un singular que lo explique.

Ésta es la aporía del y de su conocimiento, que sólo se conoce un conocer; que sólo se conoce la signi icidad del conocer; y que toda significidad lo es, a su vez, de otra, o por relación a otra, de la misma manera que todo signo remite siempre a un signo que remite, a su vez, a otro. De que lo que conocemos es siempre una cifra que cifra a otra que es su disfraz. El disfraz de los signos se disfraza de signo; el signo disfrazado se disfraza, de nuevo de disfraz: porque es un disfraz. Y lo que desciframos no lo desciframos: lo ciframos en otro signo que vuelve a disfrazarse de disfraz. Conocer, pues, es cambiar un disfraz X por un disfraz Y que contenga a X; o por otro disfraz que remita a X; o por otro que cumpla con respecto a X lo que antes cumplía su disfraz.

Disfraz

Y ello, aun sabiendo que el resul tado será el raismo, ya que todo enunciado se caracteriza por esto: por ser sólo disfraz. De modo que el conocimiento de una obra consistirá en un juego de disfraces: el autor construye, en diálogo con su obra, otro, que es la obra misma, y que cumple con respecto a ella la misma función que yo, como lector, debo cumplir con respecto a mi lectura, y que ésta, a su vez, ha de cumplir con respecto a la lectura que, de mi lectura, hace la lectura que se supone es la del autor. A la coincidencia de esas dos direcciones de lectura, y a la coincidencia de todas las lecturas de esas dos direcciones en el punto en que -se supone- el signo de la obra coincide con el signo de la interpretación, se le llama Ciencia, porque en ese coincidir, se supone coinciden un cierto grado de certeza con un cierto grado de verdad. Pero lo que coincide no es un signo con su cosa, sino un signo con un signo: un signo con otro signo de esa cosa, que se interpreta como la misma cosa, aunque no lo sea ni pueda serio de verdad. La verdad -como el conocimiento- es, pues, una cuestión de signos en la medida en que el signo se convierte en la misma ecuación de la verdad. La ecuación de una verdad con su signo es, en literatura, la obra; la ecuación de esa obra con su signo es su verdad; y la ecuación de signo y verdad en la ecuación de los distintos signos en que se traduce una lectura es la verdad que introduce en la obra la lectura de los distintos signos que leen su verdad.

Leer -lo que se dice leer- supone realizar ese triple diálogo, con todas y cada una de sus implicaciones; recorrer todos sus apéndices y concluir sobre él una interpretacion: una hermeneia, que reconstruya tanto como desciriba el porqué de su enunciado en el cómo y por qué de su enunciación. Con la obra sucede lo rnismo que con el infinito: que no puede añadírsele nada sino esto: una interpretación.

es catedrático de universidad, escritor y poeta.

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