Crítica

Por tu retrato te doy mi amor

Pues, señor, resulta que Al DiMeola tiene las manos llenas de dedos, y esos deditos, en vez de dejarlos quietos, los pone a tocar la guitarra. Pero cuidado, que las cosas no son lo que solían ser. Antes la guitarra era un instrumento de sonido pequeño y dulce, y ahora se ha convertido en un artilugio que le echas pan y pía.Al DiMeola no se asusta ante el cacharro. Qué va. Lo pulsa, lo tañe, lo rasguea, lo golpea y toca con él muchísimas cosas,.un montón de cosas. Y como sus conciertos, aunque duran, tampoco son eternos, pues todas esas cosas tiene que tocarlas muy deprisa para que le quepan. L...

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Pues, señor, resulta que Al DiMeola tiene las manos llenas de dedos, y esos deditos, en vez de dejarlos quietos, los pone a tocar la guitarra. Pero cuidado, que las cosas no son lo que solían ser. Antes la guitarra era un instrumento de sonido pequeño y dulce, y ahora se ha convertido en un artilugio que le echas pan y pía.Al DiMeola no se asusta ante el cacharro. Qué va. Lo pulsa, lo tañe, lo rasguea, lo golpea y toca con él muchísimas cosas,.un montón de cosas. Y como sus conciertos, aunque duran, tampoco son eternos, pues todas esas cosas tiene que tocarlas muy deprisa para que le quepan. Lo peor que tiene DiMeola es que va de elegante por la vida; la indumentaria parece haberla prado en un saldo de Corrupción en Miami, que el difunto era mayor. Sale el hombre he cho un cromo, con la chaqueta crecedera, taconcillos y la camisa del hombre feliz, es decir, sin camisa.

Claude Bolling

Al DiMeolaVII Festival de Jazz de San Isidro. Teatro Albéniz. 11 de mayo.

¿Y la música? Pues la música de Al DiMeola es una de esas fusiones que lo funden todo: el rock, el flamenco, el Brasil y los plomos; como muchos mediterráneos de aquí, ha descubierto también el Mediterráneo. Prueba del ecumenismo del grupo es que el bajista es negro, el de los teclados japonés y el percusionista merecería ser persa por el mercado que monta en escena. El batería, Tommy Brechtlein, es un leñador jovencito a quien ya vimos con Chick Corea cuando era más jovencito y menos leñador. El más laborioso de todos fue el cantante brasileño José Renato, que hizo los duduás y, en un hueco que le dejaron, cogió la guitarra y cantó tres canciones; la primera, por cierto, muy bonita. De todas formas, no es Renato que a uno le haga olvidarse de otros Renatos famosos, como Renato Carosone o el Renato de aquella canción de "por tu retrato te doy mi amor".

A Claude Bolling puede que no muchas le den su amor por su retrato, pero sí se lo darán por la música que toca. Bolling, que dirige orquestas, abrió el concierto con un trío de piano de lo más clásico. Tan clásicos son Bolling y los suyos que se plantan en escena como el trío de Peterson, bien apiñados y con el bajista pegado a la izquierda del piano, como si el mástil del contrabajo fuera una prolongación de las teclas graves.

Claude Bolling es un pianista fácil, simpático y lleno de recursos; un buen jazzman que alterna ecos de los grandes maestros con un estilo propio donde, a veces, se evoca con ironía a los pianistas serios. Pierre Ives Surin es un bajista correctísimo y con un swing parecido al de Ray Brown, que no es mala referencia. El batería, Pierre Cordelette, es competente y entusiasta; al final del concierto hizo un solo largo que le salió tan aburrido como casi todos los solos largos. Pero, en conjunto, el trío de Bolling hace un jazz encantador y nada fatigoso para el oyente. Al menos, para este oyente, que podría estar escuchándolo horas y horas, hasta con solos de batería.

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