Tribuna:

Esperando la próxima primera

Gustav Husak, a quien Leónid Breznev instaló en el poder en Praga en el año 1969, abandona por fin la escena. Eslovaco, antiguo miembro de la resistencia y víctima del estalinismo, Husak se convirtió -durante los 18 años que duró su reinado- en el símbolo de la mal afamada normalización. Su partida, sea por la razón que sea, es, por tanto, una buena noticia, un regalo de Navidad para los checoslovacos y constituye una prueba de que tres años después de la llegada al poder de Mijail Gorbachov en Moscú las cosas empiezan también a cambiar entre sus aliados de la Europa del Este.No obstant...

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Gustav Husak, a quien Leónid Breznev instaló en el poder en Praga en el año 1969, abandona por fin la escena. Eslovaco, antiguo miembro de la resistencia y víctima del estalinismo, Husak se convirtió -durante los 18 años que duró su reinado- en el símbolo de la mal afamada normalización. Su partida, sea por la razón que sea, es, por tanto, una buena noticia, un regalo de Navidad para los checoslovacos y constituye una prueba de que tres años después de la llegada al poder de Mijail Gorbachov en Moscú las cosas empiezan también a cambiar entre sus aliados de la Europa del Este.No obstante, Milos Jakes, el sucesor de Husak, no es un Gorbachov checoslovaco. Economista y pragmático, muy capaz de adaptarse a cualquier situación, desempeñó un papel nada glorioso durante la fase más dolorosa de la normalización, cuando en su calidad de presidente de la comisión de control del PC expulsó del partido a unos 600.000 camaradas en razón de sus actividades durante la efímera primavera de Praga. Por aquel entonces se sospechaba asimismo su pertenencia a ese grupo de comunistas anónimos que solicitaron la fraternal ayuda de Breznev para echar del país a Alexander Dubceck y a otros dirigentes legítimos.

En la actualidad, ya no importa mucho ese pasado y seguramente no van a acusarle de ser un agente de Moscú, pues los vientos que por ese lado soplan ahora no son los mismos de hará 20 años. El ascenso de Milos Jakes ha sido bien acogido en Praga, así como por los checoslovacos en el exilio, que ven en ello una primera señal de deshielo Bien es cierto que todos allí piensan que ese hombre de 65 años, con una salud no muy buena y que carece de una fuerte personalidad, sólo puede ser un hombre de transición, comparable a Konstantin Chernenko, que en Moscú retrasó un año la subida al poder de Gorbachov.

Es un problema que atañe a los soviéticos muy de cerca. Se sabe que Mijail Gorbachov repudió la doctrina de Breznev sobre la soberanía limitada de las democracias populares y que aseguró no querer intervenir en sus asuntos internos. No obstante, su imagen depende en parte de la evolución de los mismos, pues verdad es que sus adversarios de Occidente y probablemente de Moscú nunca se olvidan de aprovechar en contra suya los acontecimientos negativos que se producen en su bloque. ¿Acaso no se dice, cuando Jaruzelski pierde el referéndum en Polonia, o cuando estallan revueltas en Rumanía, que se trata de "fracasos del socialismo" y hasta del mismo Gorbachov en persona?

Checoslovaquia, desde ese punto de vista, representa para Moscú un problema particularmente dificil. Durante la reciente cumbre en Washington, los acompañantes de Mijail Gorbachov multiplicaron sus contactos con periodistas, intelectuales y políticos norteamericanos y, a juzgar por sus propios informes incluidos hasta en la Literaturnaia Gazeta, se les pidió todas las veces que explicaran no sólo las razones de la guerra en Afganistán, sino también las que dieron lugar a la invasión de Checoslovaquia en 1968. Paradójicamente, les resultaba más cómodo explicar esa llaga abierta que, según Gorbachov, es Afganistán que justificar la intervención soviética en el país de sus aliados europeos, culpables de haber lanzado su propia versión de la glasnost y de la democratización 20 años antes que la URSS.

La semejanza entre la nueva corriente de Alexander Dubcek y la perestroika de Mijail Gorbachov es manifiesta; de modo que un soviético, a menos de impugnar las ideas de su propio partido, no puede ya pretender que aquella política constituía un peligro para el socialismo. Por otra parte, confesar que el antecesor de Gorbachov empleaba sus tanques para imponer sus dogmáticas opiniones a un pequeño país vecino no es como para enorgullecerse, ni añade mucho a la credibilidad del pacifismo pregonado por la URSS.

Popularidad de Gorbachov

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Los checoslovacos son los únicos que pueden disculpar a Gorbachov del error cometido por Breznev a sus expensas. Y han empezado a hacerlo en parte, al reconocer en los discursos del actual secretario general del PCUS los ecos de su lejana primavera de Praga. El hecho de que Gorbachoy, en el pasado abril y durante su viaje a Checoslovaquia, fuera aclamado por multitudes espontáneamente, contribuyó a mejorar su imagen ante el mundo.

En el discurso que hizo a los soviéticos, después de la cumbre con Reagan, Gorbachov afirmóque había encontrado una audiencia favorable en Estados Unidos gracias, sobre todo, a quienes en la URSS apoyan la perestroika y demuestran así que su país está cambiando. También hubiera podido decir -de no habérselo impedido las consideraciones diplomáticas- que su popularidad entre la oposición de Checoslovaquia y demás países del Este era una prueba aún más evidente de que él representa una novedad y una esperanza para el bloque entero. Pero se trata de una popularidad muy útil en el plano internacional, y al mismo tiempo muy dificil de manejar en la práctica política diaria: la URSS se halla unida a las clases dirigentes en las democracias populares y no puede ayudar a quienes desean desestabilizarse.

Por eso la Prensa soviética no publicó el mensaje de felicitación que Alexander Dubcek envió a Gorbachov con ocasión de las fiestas de la Revolución de Octubre, y se abstuvo de criticar al régimen de Husak. No obstante, este último, molesto por una fraternización no confesada de sus anfitriones con las víctimas de su normalización, abandonó Moscú antes de que acabara la fiesta, y suausencia durante el desfile de la plaza Roja fue debidamente señalado. Poco después de su regreso a Praga, el 18 de noviembre, la presidencía de su partido le invitó a pasar el mando a Milos Jakes, pero decidió no revelar este cambio hasta después de celebrarse la cumbre de Washington, para evitar que le hicieran más preguntas sobre Checoslovaquia a Gorbachov.

Lógicamente, los soviéticos hubieran preferido a Lubomir Strugal de jefe de Gobierno, pues pasa por ser el más reformista de los dirigentes checoslovacos y, por tanto, el mejor situado para hacer la perestroika. De ahí a sacar la conclusión de que los checoslovacos, al elegir a Jakes, los han colocado ante un hecho establecido desagradable no hay más que un paso, pero no hay que darlo. El Kremlin sabe, por las experiencias de 1956 y de 1968, que las condiciones políticas no son las mismas en la URSS que en los países socialistas europeos, más jóvenes y menos consolidados. En Checoslovaquia, en particular, el traumatismo producido por la invasión soviética de 1968 y por la normalización ha dejado secuelas y puede incluso llegar a ser explosivo.

Evolución lenta

Todo lleva a creer que el mismo Gorbachov también prefiere que en Praga haya una evolución más lenta, que no escape al control del partido y que se haga desde arriba, como en la URSS. Y, lo que es más, de momento, dirigentes que ahora tengan la edad de Gorbachov -alrededor de 50 años- brillan por su ausencia, ya que fueron las principales víctimas de la depuración husakiana. El relevo deberá irse haciendo podo a poco, por tanto, durante el período de limitadas reformas que Milos Jakes se compromete a promover.

Dicho de otra manera, el puño de hierro que atenazó al país durante los dos últimos decenios sólo podrá ir abriéndose por etapas, si se quiere evitar el peligro de una explosión. Hay esperanzas, evidentemente, de que durante esa transición bajo el mando de Jakes las relaciones entre poder y oposición se hagan menos conflictivas y que una glasnost a la manera checoslovaca permita que en Praga vuelva a hablarse paulatinamente de ese socialismo con rostro humano que estuvo en el centro de las aspiraciones defendidas por los promotores de la nueva corriente de Alexander Dubcek en 1968.

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