Tribuna:

La sombra latinoamericana del debate Mario-Alan

La proyección internacional de Mario Vargas Llosa, cabeza de la oposición criolla a la nacionalización del sistema crediticio tuvo mucho que ver con la sorprendente repercusión mundial que adquirió la medida.Incidió igualmente el ataque de Vargas Llosa no sólo a la nacionalización bancaria decretada en México hace cinco años, sino al sistema político mexicano en su conjunto. Lo cual ha hecho del debate peruano un debate cada vez más mexicano -la televisión privada de México dedicó más de hora y media a entrevistar tanto a Alan García como a Vargas Llosa- y obligó al embajador de México en Lima...

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La proyección internacional de Mario Vargas Llosa, cabeza de la oposición criolla a la nacionalización del sistema crediticio tuvo mucho que ver con la sorprendente repercusión mundial que adquirió la medida.Incidió igualmente el ataque de Vargas Llosa no sólo a la nacionalización bancaria decretada en México hace cinco años, sino al sistema político mexicano en su conjunto. Lo cual ha hecho del debate peruano un debate cada vez más mexicano -la televisión privada de México dedicó más de hora y media a entrevistar tanto a Alan García como a Vargas Llosa- y obligó al embajador de México en Lima a defender a su Gobierno. Esto provocó a su vez una respuesta lapidaria, pero abstracta -formal e insuficiente- de Octavio Paz en la Prensa de la capital mexicana: "Lo que Vargas Llosa critica en el sistema mexicano es lo mismo que muchos escritores mexicanos independientes, de diversas tendencias e ideologías, hemos criticado. De allí que sus juicios contrasten con las declaraciones del embajador [de México en Perú] Puente Leyva, que una vez más confunde un sistema político con una nación". Las líneas de batalla están, pues, claramente trazadas; sólo falta entender las razones de un pleito inicialmente circunscrito al ámbito económico de un pobre y pequeño país de América Latina, y que se ha convertido en una disputa que rebasa sus cauces originales.

La razón de fondo del alcance de la discordia estriba en sus efectos políticos. Por primera vez, un destacamento de la nueva derecha ideológica latinoamericana se ha colocado al lado -incluso al frente- de la derecha política en su propio país. Mario Vargas Llosa no sólo denunció la deriva "hacia el Perú totalitario" en EL PAÍS: encabezó las manifestaciones multitudinarias de protesta de la oligarquía y de las clases medias. Su enfrentamiento con el presidente no es ya una mera divergencia de opinión: es una pugna abierta por el poder, con todo lo que ello implica en nuestros países.

Hasta ahora, esta nueva derecha de América Latina -inteligente, culta y cosmopolita, de origen artístico o literario- se había confinado al terreno de las ideas, o tomaba partido político en combates reales pero, a fin de cuentas, ajenos: Centroamérica, los países del Este, Afganistán, etcétera. Su participación en la contienda política local se reducía a peticiones de principio a favor de causas irreprochables, pero rara vez pasaba de eso.

Al irrumpir en la escena política peruana, y al internacionalizar ese estreno personal, Vargas Llosa ha transformado de la noche a la mañana su papel y el de sus correligionarios. Ya no se trata de intelectuales que defienden principios: he allí un dirigente político que no vacila en asumir posiciones concretas frente a coyunturas precisas. En este contexto, sin embargo, ya no es posible pedir que se haga abstracción de los aliados, de los precedentes y de los efectos que acompañan a los portaestandartes de una corriente ideológica tercermundista cuya era de inocencia ha terminado.

Los aliados: la derecha empresarial peruana, bancaria, agrícola e industrial, que, como ha dicho Alan García, no renuncia a su poderío económico inmenso, pero tampoco lo utiliza en Perú. Su preferencia, al igual que la de sus homólogos mexicanos, argentinos, venezolanos, es la fuga de capitales. No invierte, no presta, no produce. Se alía, como en el pasado, a los sectores más reaccionarios de las fuerzas armadas y con el representante más desacreditado de la vieja clase gobernante peruana: Fernando Belaúnde Terry. Hace mancuerna, aun sin quererlo, con Sendero Luminoso: la guerrilla milenarista, confusa y aterradora que se nutre de la injusticia secular que agobia al altiplano peruano. El tiro cruzado de Vargas Llosa y del presidente Gonzalo (nombre de guerra del líder de Sendero) acribilla al mandatario latinoamericano de mayor promesa en muchos años.

Medidas radicales

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Los precedentes: han sido varios los dirigentes latinoamericanos reformadores e innovadores electos democráticamente que, tarde o temprano, frente a la obstinación de sus adversarios, comenzaron a tomar medidas más radicales de las que habían previsto. No, como dice Vargas Llosa, para hacer una "revolución cuasi socialista", sino simplemente para fijar concordancia entre las metas propuestas y los medios para lograrlas. Todos, desde Jacobo Arbenz, en Guatemala, hasta Salvador Allende, en Chile, o Michael Manley, en Jamaica, acabaron mal: derroca dos y exiliados, muertos o marginados por fuerzas cuyas intenciones son lejanas a la vocación democrática, antitotalitaria, de Mario Vargas Llosa.

Los efectos: no se juega con el fuego, y atizar la hoguera de la reacción criolla, clase mediera y oligárquica de cualquier país latinoamericano, no es un chiste. Todos conocemos dónde comienza ese camino, y también en qué termina: en esa palabra terrible e innombrable que es el golpe. No es para mañana, su inminencia no despertará aún el sueño de los partidarios de las "nuevas democracias" latinoamericanas, pero se acerca. Se sabe, además: cada vez que una divergencia política surgida de medidas económicas contra las clases pudientes del continente asume las características de un combate entre los partidarios de la libertad y los del comunismo o totalitarismo, la asonada se aproxima. No es razón para abandonar una lucha que algunos pueden considerar vital. Sí lo es para no colocarla bajo el signo que alienta el golpe militar que con todos barre, empezando por los intelectuales defensores de la democracia.

Pueden discutirse los méritos técnicos de la medida del presidente Alan García. Es posible que, en efecto, no resuelva, o incluso agudice, muchas de las dificultades económicas que atraviesa su país. Algo por el estilo sucedió con la nacionalización bancaria que tuvo lugar en México en septiembre de 1982. Medidas de ese tipo suelen ser una fuga hacia adelante: sólo posponen problemas, no les dan solución.

Asimismo, es evidente que el gran reto político latinoamericano consiste en reformar las estructuras vetustas e injustas de nuestros países en el marco de una suerte de coexistencia conflictiva con fuerzas opuestas a las propias reformas: el sector privado, Estados Unidos y las fuerzas armadas. Renunciar a las reformas es peor que enfrentarse por ellas a dichas fuerzas, pero ambas acciones representan un fracaso de lo que con el tiempo parece ser el único proyecto político, viable en América Latina. La nacionalización de la banca en Perú significa claramente el fin -cuando menos provisional- de esa coexistencia con una importante franja del empresariado.

Inconvenientes

Pero no conviene confundir los inconvenientes técnicos y aun históricos de la medida con las acusaciones que se formulan en su contra. La automática desaparición de la democracia cada vez que se nacionaliza algo es un viejo y falso argumento de todas las derechas del mundo. Lo utilizaron cuando el general De Gaulle expropió la casi totalidad de la banca francesa durante la liberación, al terminar la guerra; lo emplearon cuando Pepe Figueres estatizó el sistema financiero costarricense en 1948; lo esgrimieron en 1981 cuando Mitterrand nacionalizó los bancos privados franceses que quedaban.

En ninguno de estos países desapareció la democracia, por más que en todos los casos mencionados la estatización abarcó también aseguradoras, financieras y las acciones bancarias de numerosas empresas industriales. Aun en México, que en efecto no es ningún modelo de democracia, aunque sí de estabilidad, nadie puede alegar que la nacionalización bancaria haya desembocado en mayores cortapisas a la muy imperfecta democracia que vivimos. Más aún, todo indica que a partir de 1982 se ha producido un tímido y precario ensanchamiento de ciertas prácticas democráticas anteriormente limitadas. El problema es quizá que la "nueva filosofía" tercermundista de la que se reclama Vargas Llosa no va mucho más allá de algunas tesis abstractas sobre la democracia, la libertad y la propiedad. No hay un pensamiento complejo o desprovisto de los mitos ideológicos contemporáneos más desgastados. Aunque la mayoría de sus críticas a la realidad que impera en nuestros países -ausencia o insuficiencia de democracia, corrupción, ineficiencia y estatismo económico, burocratización- sean acertadas, sus remedios o alternativas no lo son.

Los "nuevos filósofos" del vilipendiado Sur idealizan, como Vargas Llosa, un Norte maravilloso, pero inexistente: ¿a qué país concreto se referirán cuando dicen, por ejemplo, que "allí" sí es una realidad la distinción entre Estado y Gobierno? Asimismo, hacen caso omiso de las consecuencias pasadas de sus propuestas presentes. Cuando Vargas Llosa afirma que "el progreso de un país consiste en la extensión de la propiedad y la libertad al mayor número de ciudadanos... que estimulen la responsabilidad, la iniciativa y la honestidad y sancionen el parasitismo, el rentismo, la abulia y la inmoralidad", no parece recordar que ese liberalismo decimonónico a ultranza dio lugar por un lado a los peores excesos y, sobre todo, a las rectificaciones y limitaciones tendentes a evitarlos.

La corriente ideológica de moda en América Latina tiende a buscar y proponer soluciones simples, casi mágicas, a muchos de los problemas que han agobiado durante lustros a las economías y sociedades de menor desarrollo. Así, Gabriel Zaid -junto con Hernando de Soto, el economista de la nueva derecha ideológica de América Latina- afirma en su último libro que "si cada familia mexicana hubiera recibido 6.000 dólares para hacer negocios caseros", muchos problemas se arreglarían. El autor insiste: "Lo que tiene futuro es la creación de empleos exportadores y el fomento del autoempleo. Afortunadamente, para esto hay una vieja tradición del negocio casero". Zaid resucita así la política maoísta del gran salto adelante, con sus manufacturas, talleres, fundiciones caseras y bicicletas, que no es precisamente el legado más valioso del dirigente de la revolución china.

Como si intuitivamente reconocieran el carácter mágico de sus propuestas, nuestros nuevos sansimonianos subrayan su aspecto casi mítico: "¿Existen medios tan maravillosos? Existen, han existido y seguirán existiendo. Ahí están las máquinas de coser, apiarios, paquetes para producir hortalizas, criaderos de acuicultura, paquetes de herramientas para oficios, bicicletas de carga, equipo para hacer conservas, para vulcanizar llantas, para hacer bloques de concreto, para poner puestos".

En su entrevista con la televisión el 11 de septiembre, día en que se cumplen 16 años del derrocamiento ensangrentado de Allende, Vargas Llosa dijo algo muy hermoso e inteligente: "En América Latina creemos que en la literatura están contenidas respuestas para los problemas de la gente, aunque tal vez los escritores no debieran tener la audiencia que tienen para otras cosas, como ocurre en nuestros países". En ambas cosas tiene razón.

Jorge G. Castañeda es escritor y profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Autónoma de México.

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