Tribuna:

La imagen pura

En un terreno como el de las vanguardias plásticas contemporáneas, que se ha caracterizado tradicionalmente por su relación siempre dificil con el gran público, el pop fue, en cierto modo, un caso excepcional. En un fenómeno especular, aquel movimiento artístico que se interesó por las imágenes y estereotipos que definían a una sociedad presidida por el impacto de los medios de comunicación, acabó siendo, en el circuito de dichos medios, la imagen misma, el estereotipo de la creación contemporánea.Quien mejor encarnó, en su forma más pura y consciente, ese interés por los iconos y mitos...

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En un terreno como el de las vanguardias plásticas contemporáneas, que se ha caracterizado tradicionalmente por su relación siempre dificil con el gran público, el pop fue, en cierto modo, un caso excepcional. En un fenómeno especular, aquel movimiento artístico que se interesó por las imágenes y estereotipos que definían a una sociedad presidida por el impacto de los medios de comunicación, acabó siendo, en el circuito de dichos medios, la imagen misma, el estereotipo de la creación contemporánea.Quien mejor encarnó, en su forma más pura y consciente, ese interés por los iconos y mitos de la comunicación de masas, quien de forma más radical se atuvo a ese eclipse pop de la huella subjetiva en el proceso material de la obra, fue sin duda Andy Warhol. Y, circularmente, Warhol es también, en su imagen inquietante e irritantemente neutra, quien por excelencia responde a ese cliché que los propios medios de masas encontraron en el pop. Warhol, el de los lienzos serigráficos de Marilyn, Elvis, Mao o la botella de Coca Cola, ha sido también, en el sentido estricto del término, Andy Warhol superstar.

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Como Duchamp o Dalí, la propuesta creativa de Andy Warhol se centra, más allá de las obras materiales concretas, en la figura del artista, su sentido y su función social. La obra de Warhol es, ante todo, Warhol mismo, esa imagen contagiosa de albino que, sin tener que llegar al extremo fatal de la muerte como en esta ocasión, era noticia por cualquier nimiedad. Una gran exposición o un atentado podían convertirlo en portada, pero igualmente podía instalarse en ella, en cualquier momento, sin motivo aparente.

Había conseguido ser imagen pura, un icono dominante más dentro de esa naturaleza actualizada de lo social absoluto en la que Barthes definió el paisaje pop. Y en ese sentido, Warhol catapultó la ambición del pop hacia sus propios límites. No sólo tomaba su materia de los fantasmas del estrellato o la publicidad, no sólo era él mismo una estrella rutilantemente fantasmal y publicidad pura, sino que alcanzó, en la esencia de su propia realización, una cualidad casi idéntica a la de ese medio televisivo que privilegiaba, obviamente, entre todos: en el discurso social de la cultura contemporánea, la imagen de cualquiera en compañía de Warhol ha sido, como cinco minutos de fortuna televisiva, un pasaporte seguro hacia la celebridad.

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