Crítica:TEATRO

Un largo vacío

La idea literaria del circo se desarrolla entre fines del siglo pasado y la primera mitad de éste: se crean los tópicos de la pobreza de la pequeña aventura ambulante, del payaso triste, de la bondad ambiente, de la belleza frágil de la acróbata y de la vulnerabilidad del domador y del forzudo. Alonso de Santos acude tardíamente a esa cita literaria, a esa especie de ingenuidad y de infantilización, y aun la filosofía doméstica de la vida como una pista. Tiene buena y elegante prosa para integrar el lenguaje característico de la ternura, la poesía y el humor bondadoso. Y la humildad sufici...

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La idea literaria del circo se desarrolla entre fines del siglo pasado y la primera mitad de éste: se crean los tópicos de la pobreza de la pequeña aventura ambulante, del payaso triste, de la bondad ambiente, de la belleza frágil de la acróbata y de la vulnerabilidad del domador y del forzudo. Alonso de Santos acude tardíamente a esa cita literaria, a esa especie de ingenuidad y de infantilización, y aun la filosofía doméstica de la vida como una pista. Tiene buena y elegante prosa para integrar el lenguaje característico de la ternura, la poesía y el humor bondadoso. Y la humildad suficiente como para trabajar dentro del es quema sentimental: la alambrista ciega, amada por el forzudo, tenuemente enamorada del payaso triste; cuando recupera la vista, les abandona a los dos, y al pobre circo embargado y privado de su brillantez artificial, y se va con el doctor que la curó. Cualquier meditación sobre el contraste de ilusión y realidad, sobre la condición de payasos que podemos tener todos o, sobre el circo de la vida será tan posible como inútil: no conduce a nada.

La gran pirueta

De José Luis Alonso de Santos. Intérpretes: Manuel Galiana, Carlos Mendy, Aitana Sánchez-Gijón. Escenografía: Simón Suárez. Dirección: José Luis Alonso Mañes. Teatro Monumental, Madrid, 1 de julio.

La comedia no conduce a nada. No tiene consistencia. El lirismo se enrosca sobre sí mismo, falto de acción o de viveza. Durante un tiempo parece como si el autor no supiera cómo empezar; durante el otro, como si no supiera terminarla. La agonía comienza al empezar la obra y dura hasta el final. Vagos y pálidos ecos de Mihura, de Marcel Achard, de Claplin, de Gómez de la Serna e incluso de Alonso de Santos van apareciendo continuamente dichos; no levantan el espectáculo.

Los actores y la nada

Los actores están penetrados de esa nada. No lo hacen mal, pero hay poco que hacer. Galiana, ya se sabe, es un actor de personalidad propia y de recursos, y hace su papel de manera inteligente. La joven Aitana Sánchez-Gijón es grata y correcta: tendrá que esperar otro texto para una revelación anunciada prematuramente, y es muy probable que la consiga. Hay buen oficio en los otros, y las mejores risas las consigue: Chari Moreno con un tipo de ordinariez teatral que parece proceder de la antigua revista, y la pareja de Juan Meseguer y Héctor Colomer, admirablemente sincronizados, recuerda demasiado a los famosos gemelos de la compañía de Kantor. En realidad, todo recuerda algo: y siempre algo mejor, aunque sólo sea porque sucedió antes.El director José Luis Alonso -de quien el autor es homónimo- tiene su acreditada destreza para contar la historia y mover los personajes, y crear pequeñas acciones secundarias, imágenes visuales. Pero no puede ir más allá. Hay una escenografía bien resuelta. por Simón Suárez, creador de un vestuario ajustado y sin exageraciones, y una orquestina con un, toque que recuerda las películas de Fellini.

La obra fue bien acogida y bien despedida; hay un cariño por este autor, por este director y por estos actores, como lo hay por la leyenda del circo agotado.

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