Tribuna:

Anne es Eva

Ahí la tienen ustedes cada día, cada sobremesa, en Hotel, serie tonta, tontísima donde las haya, flirteando y bromeando con ese James Brolin desfacedor de entuertos, digno sustituto del doctor Gannon. Anne Baxter, desde luego, no se merecía un telefilme como ése ni, por descontado, nosotros nos merecemos ahora recordarla entró tanta sosería enlatada.Esa mujer no es Anne Baxter o, por lo menos, no es nuestra Anne Baxter. La Baxter, qué le vamos a hacer, ha sido una actriz que no ha sabido envejecer, que no ha encontrado sus papeles adecuados, aunque esos ojos vivos, pícaros y hechizantes...

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Ahí la tienen ustedes cada día, cada sobremesa, en Hotel, serie tonta, tontísima donde las haya, flirteando y bromeando con ese James Brolin desfacedor de entuertos, digno sustituto del doctor Gannon. Anne Baxter, desde luego, no se merecía un telefilme como ése ni, por descontado, nosotros nos merecemos ahora recordarla entró tanta sosería enlatada.Esa mujer no es Anne Baxter o, por lo menos, no es nuestra Anne Baxter. La Baxter, qué le vamos a hacer, ha sido una actriz que no ha sabido envejecer, que no ha encontrado sus papeles adecuados, aunque esos ojos vivos, pícaros y hechizantes que engrandecieran antaño su persona pequeña seguían brillando con fortuna y posibilitaban una madurez mucho más brillante que la que ha tenido.

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Porque no es sólo Hotel el féretro con que, en vida, se ha sepultado a la estupenda mujer, incluso El virginiano, esa serie mítica de los sesenta, albergó entre sus estrellas de fuste a la Baxter. Hasta un engendro europeo llamado Las siete magníficas, homenaje, bufo, claro está, al filme de John Sturges, tuvo a la Baxter incorporando a una pistolera con mucho revólver y poca pólvora. O Cerco de fuego, en 1971, con un insólito James Stewart con ojo de cristal, otro churro digno de patatús para el aficionado.

En realidad, desde que, en 1960, Anthony Mann la incluyó en el reparto de un western de gran superproducción, Cimarrón, la actriz no ha vuelto a ser actriz ni con Jerry Lewis, que la rescató en la espléndida Las joyas de la familia sin mayores consecuencias.

Actriz de una década

Y es que actrices como Anne Baxter son actrices de una generación, de una década. La suya, los años cuarenta preferiblemente, donde despuntó en varios títulos que siguen perviviendo en muchos casos en el más sólido de los recuerdos: Aguas pantanosas, de Jean Renoir; El cuarto mandamiento, de Orson Welles, segunda película del director y un monumento de los que hacen, han hecho ya, historia; El filo de la navaja, de Edinund Goulding, adaptación de la novela homónima de William Somerset Maugham, donde, en un auténticamente memorable papel de mujer destrozada por amor y por alcohol, mujer patética, se alzó con el premio de la Academia, el oscar; Cielo amarillo, de William A. Wellman, western mineral y adusto, dura prueba para una actriz interpuesta entre los encantos naturales de Gregory Peck y la pérfida sonrisa del siempre excelente Richard Widinark, y, entre otras, pero sobre todas, Eva al desnudo, de Joseph L. Mankiewicz.

A la altura

Allí, en ese título cumbre de la historia del arte, estuvo nuestra actriz a la altura de las circunstancias, y las circunstancias se llamaban Bette Davis, George Sanders, Thelma Ritter..., es decir, las mejores circunstancias.

Ella era Eva, y Eva, como en el cuento de Adán, es la perdición, el sueño por la riqueza, la fama y la lujuria; una palabra suya, una mirada clavada al crítico de teatro Sanders, y el mundo a sus pies. No sólo en la ficción: nadie que haya asistido a esa mirada piadosa de cervatilla que esconde en su seno todos los males del mundo podrá olvidar a Anne Baxter, actriz minúscula pero mayúscula, estrella quizá fugaz pero en absoluto falaz.

Los hoteles son únicamente el accidente de un siglo que ha creado mucho arte y muchos artistas, aunque éstos tengan que pagar su propio tributo con aportaciones nefandas.

Más información en la página 35

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