LA LIDIA / FERIA DE BILBAO

Una falla en el bocho

ENVIADO ESPECIALEl Soro trajo una falla gigante al bocho bilbaíno, la plantó en el negro ruedo de la plaza de Vista Alegre, y el público se puso felicísimo Los vizcaínos tuvieron un cuarto de hora sorotarra, que equivalía al nirvana, en versión rural. Toda la corrida había salido reservona, mala, difícil para que los toreros crearan arte, hasta que apareció el sexto. Nadie con menos afición que la divina providencia, y ese sexto, un torazo de trapío por otra parte, pastueño en la embestida y en las entrañas, hubo de corresponder, precisamente, al único torero que ni aún soñando podría sent...

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ENVIADO ESPECIALEl Soro trajo una falla gigante al bocho bilbaíno, la plantó en el negro ruedo de la plaza de Vista Alegre, y el público se puso felicísimo Los vizcaínos tuvieron un cuarto de hora sorotarra, que equivalía al nirvana, en versión rural. Toda la corrida había salido reservona, mala, difícil para que los toreros crearan arte, hasta que apareció el sexto. Nadie con menos afición que la divina providencia, y ese sexto, un torazo de trapío por otra parte, pastueño en la embestida y en las entrañas, hubo de corresponder, precisamente, al único torero que ni aún soñando podría sentirse tocado por el soplo de las musas.

El torazo, flojo en varas, pronto ,y alegre en tres pares de banderillas que le prendió El Soro dando giros y cabriolas, llegó a la muleta reclamando artistas, poetas, alguien que, al menos, le hiciera las suertes con la pulcritud que mandan los cánones de la tauromaquia. Y se encontró con un artesano fallero, que le metía traca, un trajin de banderolas, la caricatura del natural, el remedo del redondo.

Plaza de Bilbao

21 de agosto. Cuarta corrida de feria.Toros de Fermín Bohórquez, bien presentados aunque sospechosos de pitones; reservones, excepto el sexto, muy noble. Luis Francisco Esplá: pinchazo, otro hondo y cuatro descabellos (silencio); cinco pinchazos y tresdescabellos (silencio). Víctor Mendes: pinchazo y estocada tendida caída (silencio y estocada y descabello (petición y dos vueltas). El Soro: bajonazo (silencio); cinco pinchazos -aviso con retraso- y dos descabellos (vuelta).

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El público vizcaíno por momentos se iba sintiendo invadido de felicidad, batía palmas, y acabó entrando en el nirvana rural cuando El Soro encendió la mascletá sobre la negrura del ruedo, hizo péndulos, pegó rodillazos, arrojó la muleta lejos y la espada contra las pezuñas del toro. Si cobra la estocada al primer volapié, allí habría sido el clamor y el alboroto, y El Soro, quizá, triunfador de la feria, proclamadoo por un público convertido en sorotarra visceral durante el cuarto de hora que duró el levantamiento de la falla, con su traca, mascletá y sesión de esgrima final.

El presidente tardó en enviarle el reglamentario aviso. Raro incumplimiento en presidente tan severo como el comisario José Amedo, pero quizá también había sucumbido al nirvana, que era contagioso en el graderío. Al mismo lendakari, José Antonio Ardanza -que presenció la corrida desde el palco del Gobierno y a quien brindó El Soro el extraordinario torazo fallero- se le veía animadísimo, y devolvió el brindis lanzando un vigoroso monterazo que llegó limpiamente al ruedo, a la altura del tercio. La montera perdió su estructura en el choque. Enviarla nueva y que la devuelvan hecha un churro, es un contratiempo. Pero dentro iba regalo; que no se queje el Soro.

Antes del paseíllo la banda interpretó el himno vasco, con el público puesto en pie, que aplaudió al lendakari. Y empezó la corrida con buenos augarios. Esplá ponía en suerte al primer toro con capotazos maestros, a una mano. Los tres espadas se lucieron en banderillas. La gente se prometía una tarde feliz. Sin embargo, ese toro llegó a la muleta avisado, peligroso y sin recorrido, y todos los demás, hasta el quinto inclusive, lo mismo.

Las faenas, las cinco correlativas, tuvierqn que ser de recurso. Los espadas mostraban su voluntad de dar naturales y derechazos, y los toros de que no se los dieran. Víctor Mendes empleó especial tesón y valentía en el quinto, y al porfiar en un pase de pecho recibió un gañafón terrorífico, que le hirió la barbillá. La sangre le manchaba la pechera y continuó igual de valentón que antes del pequeño percance, demasiado pequeño percance para lo que hizo temer el gran susto.

En los tres primeros toros los espadas se cedieron banderillas y era una pesadez. Soro reunía veloz, Esplá fuera de cacho, Mendes asomándose al balcón, aunque con mediano estilo. El par dela tarde, de enorme emoción, lo prendió, no obstante, Esplá al cuarto, cuando entró por los terrenos de dentro, un pasillo estrecho e inverosímil, con el toro casi pegado a tablas. Fue un fulgor en la plúmbea tarde, que deslumbró y puso en pie al público. Si bien no era nuncio de nada, menos aún de la falla y de la traca final, que se había traído en secreto Soret de su Valencia querida, para plantarla en el corazón del bocho, sobre el carbón arenizo del ruedo de Vista Alegre, y hacer felices a los vizcaínos, desde el lendakari abajo.

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