Crítica:CANCIÓN

Raphael y los que siguen siendo aquéllos

Raphael lo tiene claro. El cantante andaluz, que celebró sus 25 años de vida profesional el pasado jueves en el Scala Meliá Castilla de Madrid, tituló su recital con una afirmación innegable: Yo sigo siendo aquél. Veinticinco años le pesan físicamente, pero parece no haberse percatado en este cuarto de siglo de los cambios habidos en la gente, a su alrededor, fuera de un escenario que rodeó en esta ocasión de amigos y admiradores incondicionales.

Durante más de dos horas, Raphael hizo la noche del jueves un recorrido exhaustivo de casi todo su repertorio y, entre canciones nuevas, inter...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Raphael lo tiene claro. El cantante andaluz, que celebró sus 25 años de vida profesional el pasado jueves en el Scala Meliá Castilla de Madrid, tituló su recital con una afirmación innegable: Yo sigo siendo aquél. Veinticinco años le pesan físicamente, pero parece no haberse percatado en este cuarto de siglo de los cambios habidos en la gente, a su alrededor, fuera de un escenario que rodeó en esta ocasión de amigos y admiradores incondicionales.

Durante más de dos horas, Raphael hizo la noche del jueves un recorrido exhaustivo de casi todo su repertorio y, entre canciones nuevas, intercaló las legendarias Cierro mis ojos, A veces me pregunto y Hablemos del amor. El cantante andaluz quiso dedicar una canción a su tierra y la vistió de fiesta. La versátil bailarina que iluminó algunos de sus números salió en esta canción arrastrando un par de metros de cola en un vestido de lunares con los colores de la bandera andaluza. Raphael interpretó varias canciones del folclore latinoamericano adornadas con ponchos y recuerdos. El espectáculo estuvo bien contrapesado con un coro muy afinado y algún artificio inteligentemente utilizado, como el del gran espejo roto de una patada por el intérprete. Como innovación, Raphael incomodó a sus admiradores con el artístico y profesional abrazo con el que estrechó a la bailarina que danzaba alegremente a su alrededor.La palidez de Raphael, su aspecto casero y despreocupado -no ha querido saber nada de las recomendaciones de los grandes empresarios modernos, que recomiendan el jogging o alguna disciplina para el mantenimiento físico-, la piel bronceada por el sol y la publicidad para alguna multinacional, como recetas para el triunfo de un cantante. Él cuenta con su voz como único capital y es ésa su inversión. Quizá ceda a la moda de grabar un disco con otro artista de éxito, ahora que se rumorea la posibilidad de hacerlo con Alaska y Dinarama. Tal vez la fuerza de los tiempos represente algún cambio en la actitud del cantante, pero resulta improbable y, además, poco recomendable. Rapliael creó un público para su personaje, un público que se siente retratado en él y no en otro.

Ellos, los admiradores, también siguen siendo aquéllos, aunque ellas ya no sientan temblar las piernas ante los primeros compases de sus canciones ni se deshagan en alaridos al reconocerlas. Rapliael siempre se jactó de poseer un estilo muy personal como intérprete, quién lo duda. Pero hay algunos de nosotros que somos incapaces de actuar con naturalidad en un escenario porque somos también incapaces de hacerlo sin afectación fuera de él. Hay quien sobreactúa con autenticidad y eso no lo hace más tolerable. Raphael, en el escenario, puebla de gestos innecesarios y, desconcertantes sus canciones, cuyo escaso contenido se pierde entre tics y sonrisas desorbitadas. Aun así, sigue rodeado de aquéllos que ven en el ídolo de los años sesenta la reencamación perpetua de aquella (para aquéllos) edad feliz.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En