Ante la visita de Reagan al viejo Continente

Europesimismo, euroesclerosis

Hasta hace poco han estado muy de moda en Estados Unidos los términos europesimismo o euroesclerosis, que describían la pérdida de terreno de Europa en la innovación económica, la carencia de nuevas ideas y, sobre todo, la realidad de unas economías burocratizadas en exceso y carentes de flexibilidad que a duras penas alcanzaban un crecimiento económico del 2% anual, dependiente, además, en gran parte de la expansión del mercado americano.Casi un 20% de la producción europea depende hoy de las exportaciones a Estados Unidos, pero la economía norteamericana comienza a dar síntomas de can...

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Hasta hace poco han estado muy de moda en Estados Unidos los términos europesimismo o euroesclerosis, que describían la pérdida de terreno de Europa en la innovación económica, la carencia de nuevas ideas y, sobre todo, la realidad de unas economías burocratizadas en exceso y carentes de flexibilidad que a duras penas alcanzaban un crecimiento económico del 2% anual, dependiente, además, en gran parte de la expansión del mercado americano.Casi un 20% de la producción europea depende hoy de las exportaciones a Estados Unidos, pero la economía norteamericana comienza a dar síntomas de cansancio y Ronald Reagan tendrá que pedir en Bonn a sus aliados que reactiven sus economías para que puedan sustituir a este país en su papel de locomotora.

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Europa ha comprado productos americanos por valor de 245.000 millones de dólares desde 1980 y gran parte de los 100.000 millones de dólares del extranjero que está absorbiendo la economía de Estados Unidos, en gran parte destinados a pagar el déficit americano, viene de Europa.

Los dos millones de empleos perdidos en el viejo continente en la década que siguió a la crisis petrolera de 1983 se comparaban con los 14 millones ganados en Estados Unidos y los tres millones en Japón, mientras ponía de manifiesto que Europa perdía él tren de la tecnología de punta, que ha supuesto una revolución social y económica que ha colocado ya a EE UU y a Japón en el siglo XXI.

Pero este pesimismo, un trazo .cultural típicamente europeo, era una visión exportada desde la propia Europa y que no había sido creada en América. Un ejemplo de esta actitud es esta tremenda frase del escritor italiano Luigi Barzini: "Los europeos hemos sido reducidos al papel de los griegos en el imperio romano. La función más útil que puede cumplir estos días un italiano o un francés es enseñar a un americano o a un japonés la temperatura adecuada a que debe beber su vino tinto". Pero desde esta orilla del Atlántico, la revista Time no es menos cáustica al escribir que se trata de saber "cómo el viejo continente conserva la gloria de su historia ,y deja de funcionar únicamente como la tienda de antigüedades de América".

Esta sensación negativa ha influido en el diálogo transatlántico, provocando la búsqueda de nuevas fórmulas en la relación estratégica entre EE UU y el Viejo Continente. El entonces subsecretario de Estado para Asuntos Europeos, Lawrence Eagleburger, afirmaba el pasado año su temor de que una Europa occidental en crisis económica y no competitiva será crecientemente desconfiada, proteccionista y más propicia a mirar hacia el Este.

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Un reciente estudio publicado por el Hudson Institute sobre Europa y el mundo, dirigido por el ex secretario de Estado Alexander Haig, afirma, por el contrario, que "un prudente optimismo sobre el futuro económico de Europa y sobre la OTAN está mucho más justificado que el pesimisino".

El citado estudio asegura que aunque son necesarios inmensos cambios para poner las economías europeas sobre bases sólidas, el pesimismo sobre un largo estancamiento es exagerado. Incluso con un modesto crecimiento del 2%-3% anual, el producto nacional bruto (PNB) se doblará cada 23 a 35 años".

Pero el informe concluye que la verdadera prueba tanto para los estadistas norteamericanos como para los europeos es "darse cuenta de la interdependencia de sus respectivas sociedades, sino también de sus políticas económicas y de seguridad".

Para muchos observadores, en Estados Unidos se está exagerando la decadencia de Europa y las tensiones en la Alianza Atlántica, olvidándose de la aparición de signos de renovación industrial y ajuste económico. Los proyectos del aerobús o el cohete Ariane son ejemplos que muestran que Europa no está tan detrás del Nuevo Continente en tecnología. Delors aseguró en EE UU que Europa, armada con "un nuevo espíritu", hace un esfuerzo importante para superar este desequilibrio tecnológico con EE UU, reforzar su economía y crear un auténtico mercado común.

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