Reportaje:

Sri Lanka, un 'paraíso' en crisis

El antagonismo racial entre tamiles y cingaleses amenaza la estabilidad política del antiguo Ceilán

Srí Lanka, el paraíso tropical de los folletos turísticos, se convirtió repentinamente en un infierno al estallar una vez más, a finales del mes pasado, la violencia racial entre la mayoría étnica cingalesa y la minoría tamil. Cerca de 300 muertos, más de 1.500 incendios provocados, alrededor de 70.000 refugiados y multitud de tiendas y casas saqueadas fue el balance de la primera semana de desórdenes. Centenares de turistas europeos quedaron bloqueados durante varios días en el aeropuerto de Colombo, cerrado al tráfico, y otros muchos tuvieron que renunciar súbitamente a sus vacaciones en la ...

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Srí Lanka, el paraíso tropical de los folletos turísticos, se convirtió repentinamente en un infierno al estallar una vez más, a finales del mes pasado, la violencia racial entre la mayoría étnica cingalesa y la minoría tamil. Cerca de 300 muertos, más de 1.500 incendios provocados, alrededor de 70.000 refugiados y multitud de tiendas y casas saqueadas fue el balance de la primera semana de desórdenes. Centenares de turistas europeos quedaron bloqueados durante varios días en el aeropuerto de Colombo, cerrado al tráfico, y otros muchos tuvieron que renunciar súbitamente a sus vacaciones en la isla resplandeciente. Un enviado especial de EL PAIS estuvo recientemente en Sr¡ Lanka, el antiguo Ceilán.

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La estabilidad política de Sr¡ Lanka, uno de los escasos países democráticos del Tercer Mundo, se ha visto gravemente amenazada por esta ola de violencia, que compromete además las principales fuentes de financiación del desarrollo económico de la isla: el turismo y las inversiones extranjeras, a través de la zona de libre comercio, una especie de paraíso fiscal creado hace unos años para atraer capitales, con la promesa de una total tranquilidad política y de la fácil repatriación de beneficios.El presidente Junius Richard Jayewardene (conocido popularmente como J.R.) se apresuró la semana pasada a proscribir a los tres partidos políticos de ideología marxista y acusó a una potencia extranjera de provocar los desórdenes raciales con el fin de desestabilizar su régimen. Jayewardene, tras su reciente victoria electoral y la prolongación del mandato parlamentario por seis años, tenía asegurado un cómodo ejercicio del poder hasta 1988, máxime cuando su principal oponente, Sirimavo Bandaranaike (la señora B), continúa privada de sus derechos políticos por "abuso de poder" durante su mandato presidencial.

Jayewardene, de 77 años, ha seguido una política económica liberal desde que su Partido de Unión Nacional (UNP) ganara las elecciones de 1977. Con fama de austero (siempre vestido con su tradicional traje de algodón blanco) J.R. sueña con convertir a Sr¡ Lanka en un nuevo Singapur mediante un desarrollo económico acelerado. Antiguo practicante de la resistencia pasiva, contra la señora Bandaranaike, que al frente del Partido de la Libertad (SLFP) gobernó el país por última vez desde 1970 a 1977, ha presentado este choque racial entre cingaleses y tamiles como un compló contra su Gobierno.

Los disturbios comenzaron la última semana de julio, a raíz de la muerte de 13 soldados en el norte del país, zona poblada mayoritariamente por tamiles. Guerrilleros de esta etnia, partidarios de la creación de un Estado independiente, el Eelam, emboscaron a los militares, en una nueva acción subversiva contra el Gobierno central de Colombo. En los últimos cinco años, según datos oficiales, 37 policías y soldados, 13 informantes y 14 civiles murieron en atentados perpetrados por los tigres, una organización separatista tamil que goza de amplias simpatías de la población, especialmente en el área de Jaffna.

Dos días después, 37 presos políticos tamiles eran masacrados porreclusos cingaleses en la cárcel de Welikade, cerca de Colombo. Airados manifestantes cingaleses, atacaron ese mismo día los barrios de la capital habitados por tamiles, asesinaron a cientos de ellos y destruyeron edificios, automóviles y comercios. La policía y el ejército fueron totalmente desbordados y, pese al toque de queda y al estado de sitio impuestos por el Gobierno, la violencia racial se enseñoreó de la isla. Más de 70.000 tamiles se refugiaron en campos protegidos por el ejército y la mayor parte de ellos pretende estos días emigrar al norte del país.

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Aunque los choques entre las dos etnias mayoritarias en Sr¡ Lanka no son nada nuevo, estos incidentes han sido los más graves en los 35 años de independencia y hacen muy difícil alcanzar algún ,tipo de solución negociada que permita la coexistencia pacífica de cingaleses y tamiles. A las diferencias de raza y de lengua se une, además, la religiosa, ya que la mayoría de los cingaleses son buditas, mientras que los tamiles son, por lo general, hinduistas.

El Frente Unido de Liberación Tamil (TULF), que pese a su nombre radical mantiene en el Parlamento posturas más bien moderadas y que está dirigido por un líder gandhiano, A.R. Amirthalimgam, quedará previsiblemente desbordado por las tesis extremistas de los tigres, mientras que, tras los gravísimos disturbios, será difícil para Jayowardene seguir una política de concesiones a la minoría tamil y se verán reforzados los partidarios -con el clero budista al frente- de la línea dura, que exigen una mayor represión.

Por otra parte, la creciente intervención del Ejército en la lucha antiterrorista supone un peligro de protagonismo político que puede amenazar al ya frágil sistema democrático. En los últimos meses se han apreciado fuertes roces entre el Ejército y la Policía, así como entre la Marina y el Ejército, sin que se conozca con exactitud su alcance real, pero se sabe que un centenar de soldados desertaron recientemente de un cuartel de los Raja Rata Rifles. EL periodista británico David Selbourne, de The Guardian, fue expulsado de Sr¡ Lanka el mes pasado por informar de estos incidentes.

Violencia latente

Hasta ahora, y pese a los serios disturbios de 1979 y 1981, el antagonismo racial tenía su expresión violenta casi siempre en el norte de la isla y no afectaba apenas a la vida cotidiana de Colombo. Los millares de turistas que asistían a la famosa Perahera, o procesión budista de Kandy, que disfrutaban de las playas tropicales o que cenaban frente al océano Indico en las terrazas del bello hotel colonial Galle Face estaban ajenos a la violencia latente en esta superpoblada isla.

Sin embargo, el resentimiento contra los tamiles era algo fácilmente notable en Colombo. Cualquier taxista cingalés o camarero de hotel explicaba hace unas semanas con lujo de detalles los privilegios de que gozan los tamiles a la hora de encontrar un empleo en la burocracia estatal o para llegar a los trabajos mejor remunerados del puerto de Colombo, el punto vital por donde sale prácticamente la totalidad de las exportaciones de té y caucho de Sr¡ Lanka.

Un diplomático europeo, con varios años de residencia en Co-

Sri Lanka, un 'paraíso' en crisis

lombo, comentaba a EL PAIS las dificultades casi insalvables a que debería enfrentarse el régimen de Jayewardene para resolver el problema racial: "Las relaciones entre cingaleses y tamiles están cada día más enrarecidas y ni siquiera puede pensarse en una hipotética partición de la isla, porque el Eelam soñado por los tamiles sería inviable como estado independiente".En efecto, aparte del hecho de que prácticamente la mitad de los tamiles de Sr¡ Lanka viven fuera de las teóricas fronteras de Eelam y de que en el interior de las mismas habita un 35% de la población que no es de raza tamil, el diminuto estado que se formaría al noreste de la isla sería económicamente inviable y necesitaría el respaldo de alguna potencia exterior, que para los cingaleses no podría ser otra que la India, donde viven 50 millones de tamiles.

Los tamiles de Sr¡ Lanka piden con frecuencia ayuda a sus hermanos del otro lado del estrecho de Palk, pero el Gobierno de Nueva Delhi, que sin duda simpatiza con la causa tamil, tiene ya bastantes problemas de separatismos en sus estados de Jammu-Cachemira, Punjab y Assam, para respaldar la secesión en un país vecino. Sin embargo, los habitantes del estado indio de Tamil Nadu realizaron a mediados de esta semana acciones de protesta contra lo que consideran el genocidio de sus hermanos de raza de Sr¡ Lanka y prestan la ayuda que pueden a los tigres.

Para las autoridades de Colombo, esta ayuda es algo fuera de dudas. Los comandos de los tigres están compuestos casi siempre por sólo dos activistas que realizan un atentado y desaparecen en medio de una población que, como diría Mao Zedong, los acoge como "pez en el agua". Dicen que el número total de terroristas tamiles ronda apenas los 200 y que, con frecuencia, los más buscados por la policía huyen a la India.

Campaña propagandística

Los tamiles han desarrollado con notable éxito una amplia campaña propagandística en el extranjero. Recientemente, la Cámara de Representantes del estado norteamericano de Massachusetts aprobó una resolución en la que se pedía al Gobierno federal que suspendiera la ayuda económica y las inversiones en Sri Lanka, a causa de la persecución de que era objeto la minoría tamil. El Departamento de Estado se apresuró a explicar que esta resolución no expresaba la política exterior de Estados Unidos, que consideran a Sr¡ Lanka un país democrático y amigo, y que no se modificaría la actitud de Washington hacia el Gobierno de Colombo.

Otro revés importante sufrido por la imagen exterior de Jayewardene fue el informe de Amnistía Internacional hecho público a principios de julio de este año. En el documento se denuncian ases¡natos, torturas, y detenciones arbitrarias por la policía y el Ejército, bajo la ley de prevención del terrorismo.

La denuncia de Amnistía Internacional incluye ejecuciones sumarias de tamiles y torturas que van desde colgar cabeza abajo a los detenidos durante horas hasta insertarles agujas bajo las uñas de las manos y los pies, o el hacerles beber agua con grandes cantidades de sal y pimienta. El Gobierno de Colombo ha negado estos hechos, aunque el presidente Jayewardene señaló en una entrevista concedida a un diario británico que "quizá se hayan cometido algunos abusos", pero insistió en que los investigadores de la organización pro derechos humanos no hablan para nada de los atentados terroristas y del número de muertos y heridos en las acciones de la guerrilla tamil. "Para curar a un paciente de apendicitis no hay más remedio que extirparle el apéndice", dijo también J.R.

Poco antes de que estallaran los disturbios raciales, el Gobierno había convocado una reunión de todos los partidos políticos para planear una estrategia común contra el terrorismo y, en un intento de acabar con la ambigüedad del partido tamil TULF, pretendía modificar la Constitución de tal manera que a los nuevos diputados se les exigiera hacer un juramento de que se oponen a la secesión de cualquier parte del país y que defienden la unidad nacional de Sr¡ Lanka.

Junius Richard Jayewardene, a quienes sus oponentes políticos acusan de deslizarse aceleradamente hacia un régimen personalista y autoritario, ha respondido a la violencia racial colocando fuera de la ley a tres partidos marxistas y cerrando el periódico del Partido de la Libertad, con lo que se ha aislado aún más y deberá enfrentar solo los tiempos difíciles que sin duda le esperan.

En 1971, cuando la insurrección del izquierdista JVP (Ejército de Liberación Popular), se acusó a Corea del Norte de alentar los disturbios, y todos los diplomáticos norcoreanos fueron expulsados de Colombo por la señora Bandaranaíke. Ahora, J.R. no ha identificado todavía a la potencia extranjera que, según su Gobierno, está detrás de los últimos incidentes raciales.

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