Crítica:'JAZZ'

Tete y el recuerdo de las maravillas

Un estrado desnudo, un par de focos, un piano y el buen hacer de Tete Montoliu. Casi totalmente vuelto de espaldas, sin micrófono y privado de la palabra -a nadie debió de ocurrírsele que este músico podría querer o necesitar decir algo-, Tete ofreció un concierto desprovisto de sorpresas a un público anticipadamente receptivo.A lo largo de su historia musical, Tete ha hecho prácticamente de todo, con una capacidad soberbia para afrontar cualquier tipo de aventura. De sus conciertos uno siempre espera lo máximo. Espera que el genio que este hombre lleva dentro se muestre por encima de sus habi...

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Un estrado desnudo, un par de focos, un piano y el buen hacer de Tete Montoliu. Casi totalmente vuelto de espaldas, sin micrófono y privado de la palabra -a nadie debió de ocurrírsele que este músico podría querer o necesitar decir algo-, Tete ofreció un concierto desprovisto de sorpresas a un público anticipadamente receptivo.A lo largo de su historia musical, Tete ha hecho prácticamente de todo, con una capacidad soberbia para afrontar cualquier tipo de aventura. De sus conciertos uno siempre espera lo máximo. Espera que el genio que este hombre lleva dentro se muestre por encima de sus habilidades de instrumentista. Y el genio llega unas veces más y otras menos. La noche del viernes (hoy actúa de nuevo, a las 19.30) escuchamos más a un Tete pianista que al Tete capaz de, llevarnos a esas otras dimensiones de la música que con tanto cariño recorda.? mos. Atendíamos a su piano magníficamente bien tocado con el pensamiento puesto en el genio que tantas veces se aparece.

Tete Montoliu

Recital de jazz Centro Cultural de la Villa de Madrid. 3 de junio de 1983.

Recordábamos el delirio de recital que Tete dio en el homenaje tributado a su persona en el pasado Festival de Jazz de San Sebastián. Añorábamos una memorable jam, hace ya bastantes años, en el Celeste, de Barcelona, con Pony Poindexter y parte de la banda de Miles Davis. Recordábamos tantas y tantas maravillas que le hemos visto hacer, mientras se sucedían temas e improvisaciones que tan sólo buscaban el agrado de la música bien hecha. Y a uno le entraba esa nostalgia del arte que casi duele. Tete ejecutaba una música tan limpia que hacía caer en el olvido el deseo, tantas veces expresado por el músico catalán, de haber nacido negro. En la pelea entre el cerebro y los sentimientos, la habilidad ganó a Tete por la mano. Ambientes puramente descriptivos se insertaban con segmentos del clasicismo occidental convenientemente matizados por razonables gotas de swing. Los temas acababan resolviéndose en una suerte de gracias estudiadas. Tete insinuaba con una sonrisa que ahora llegaba el chiste final, y algunos acordes o unas cuantas notas sueltas provocaban la risa cómplice del público y el aplauso esperado. Una fuerte dosis de autocontrol, que puede brindar tanto excelentes resultados como inaccesibles tramos de distancia. Y en esta ocasión la música de Tete nos llegaba distante, lejana como la sombra de un desconocido.

Los momentos más brillantes vinieron con una interpretación de Blue Monk llena de calor y el tema de regalo. Una pieza bellísima habitada por extrañas sonoridades. Estos contrastes tienen el poder de destapar las viciosas trampas de la paradoja russelliana. ¿Son siempre geniales los genios? Y de estas insistencias maniáticas uno trata de escapar encendiendo el tocadiscos. Pincha María Elena y Tete nos devuelve a los apacibles enigmas del Mediterráneo;. En esos paraísos se disuelve la funesta manía de enjuiciar. Tal vez el Barça nos aseste el último descabello y la alegría de la gloria se apodere de Tete esta noche. Las penas con buena música serían menos. Esperamos que la despedida de hoy de Tete sea todo lo feliz que su genio merece.

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