Crítica

Elvin Jones, la belleza clásica

Elvin Jones, el hombre que facilitaba los vuelos imposibles de John Coltrane desde el restallar seco y flexible de sus tambores. Elvin Jones, el portento de 56 años que mostraba sus dientes caníbales mientras nos mostraba lo que son polirritmos, acentuaciones off-beat, el trabajo con el charleston, la estructuración de un solo, la energía y el fuego de la música. Y es que la cuarta jornada de jazz isidril nos proporcionó una lección barata de lo que puede ser esta música desde un punto de vista clásico, pero desarrollado de manera pocas veces vista.La formación que trajo J...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Elvin Jones, el hombre que facilitaba los vuelos imposibles de John Coltrane desde el restallar seco y flexible de sus tambores. Elvin Jones, el portento de 56 años que mostraba sus dientes caníbales mientras nos mostraba lo que son polirritmos, acentuaciones off-beat, el trabajo con el charleston, la estructuración de un solo, la energía y el fuego de la música. Y es que la cuarta jornada de jazz isidril nos proporcionó una lección barata de lo que puede ser esta música desde un punto de vista clásico, pero desarrollado de manera pocas veces vista.La formación que trajo Jones es muy típica en él, con Pat La Barbera a los saxos, Andy McCloud al bajo y una guitarra eléctrica que, a última hora, resultó ser el anunciado Jean Paul Bourelly, aunque el sustituto no hiciera añorar para nada dicha ausencia.

Elvin Jones Jazz Machine

III Joarnadas de Jazz de Madrid. Carpa Cuartel del Conde Duque. 11 de mayo.

Lo que hicieron, ya se dijo, no podía ser más conocido, puro hard-bop, con inclusión de standards, composiciones de los miembros del grupo y algún exotismo caribeño. Elementos bien conocidos, que aquí se transfiguraban por obra y gracia de una impresionante interacción de los instrumentos, una estructura algo diferente del típico exposición-solo-solo-solo final y unos instrumentistas buenísimos, que contaban, entre otras muchas cosas, con la virtud de la medida, del no pasarse.

Así las cosas, era un placer inmenso escuchar un bajo rapidísimo, que en los sucesivos solos fue logrando una continuidad y una expresión que unos comienzos algo fragmentados no presagiaban. McCloud, al igual que La Barbera con los saxos, hacía maravillas con un rostro de póquer demostrativo de que la sobriedad no está reñida con la intensidad.

Era la misma elegancia que derrochaba el sustituto, manteniéndose dentro del sonido bello y claro de la guitarra de jazz, elaboraba un acompañamiento y unas intervenciones solistas impólutas y sólo en apariencia fáciles. Con todo, el gran rey seguía siendo este padre de todos los baterías modernos que se llama Elvin Jones (hermano, por otro lado, de los no menos fabulosos Thad y Hank).

Con su traje rojo, que contrastaba duramente con la elegancia de pajarita de saxo y guitarra, el hombre parecía divertirse intensamente y dio un recital magnífico de lo .que es un trabajo ole apoyo y de la contenida belleza que puede procurar un simple juego de escobillas, para luego destrozar los tambores con un ímpetu que recuerda al de McCoy Tuner, su antiguo compañero, junto a Coltrane.

El jazz, en cualquiera de sus formas, jamás morirá en manos de gente como esta. Es sólo un cierto espíritu acomodaticio por parte de los músicos el que puede envejecerle. No hay edad para lo sensible.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En