Tribuna:

La bofetada

Después de la guerra se abatió sobre España una cruzada moral que tenía algo de expedición de argonautas en busca del cinturón de castidad, nuestro vellocino de oro. En aquel páramo de abstinencia lo único pornográfico eran las calzas del ballet de Coros y Danzas, mientras en el territorio reinaba el olor a amoniaco de urinarios y casas de prostitución. En la primera década del imperio, la cultura erótica se estableció en torno a la bofetada de Gilda, una descarga eléctrica que iluminó la ardiente oscuridad. Rita llevaba una falda ceñida, abierta por un flanco, por donde asomaba ...

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Después de la guerra se abatió sobre España una cruzada moral que tenía algo de expedición de argonautas en busca del cinturón de castidad, nuestro vellocino de oro. En aquel páramo de abstinencia lo único pornográfico eran las calzas del ballet de Coros y Danzas, mientras en el territorio reinaba el olor a amoniaco de urinarios y casas de prostitución. En la primera década del imperio, la cultura erótica se estableció en torno a la bofetada de Gilda, una descarga eléctrica que iluminó la ardiente oscuridad. Rita llevaba una falda ceñida, abierta por un flanco, por donde asomaba un boceto de muslo en los momentos culminantes. En eso llegó Glenn Ford y le midió la cara de un sopapo. Bien hecho. Este escándalo nacional se empalmó con el bayón de Ana, una mezcla de gregoriano y música caliente, entre palpitaciones de monja, arrepentida y facinerosos de mirada torva. El resto del erotismo era entonces naturaleza pura o simple gimnasia, es decir, la mujer de Tarzán y el bañador olímpico de Esther Williams. Así, el español se hizo un hombre y se fue preparando para ver y oír grandes cosas.En los años cincuenta la mujer española le dio un tijeretazo a la sisa y de pronto su músculo trapecio apareció en público como un desafío a la sastrería católica. En ese momento comenzó la expansión, hasta llegar a la epifanía de las tetas de Victoria Vera. Antes se había pasado por el primer biquini de Elke Sommer y por el ejercicio malabarista con las toallas de baño al salir de la ducha. Cada palmo de carne y cada expresión verbal fueron conquistados duramente contra cualquier escándalo. Cuando un día se abrieron las compuertas del sexo de garrafa y se arriaron las bragas españolas, incluido el pendón morado de Castilla, algunos sociólogos tranquilizaron la conciencia de los ciudadanos más severos con un argumento que se usa también con los dependientes de una pastelería: "Dejen que los chicos se harten de merengue". Después de un tiempo razonable, la bula se neutraliza y el estómago rechaza el azúcar. Parecía que el español estaba a salvo de cualquier provocación carnal o literaria. Pero he aquí que llegan Las Vulpes, se ponen a cantar unas groserías en televisión y en eso aparece de nuevo Glenn Ford y les pega una bofetada.

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