Tribuna:Las responsabilidades del caos financiero internacional / y 2

Pagan justos por pecadores

Uno de los motivos de la constante actitud negativa de los países occidentales, en especial de Estados Unidos, para establecer programas de ayuda al desarrollo fue la desconfianza en el destino que se habría dado a esos recursos de ayuda. Ciertamente, como siempre sucede, pagan justos por pecadores.Pero si esta parte de responsabilidad de los países prestatarios me parece estar clara, para mí está no menos clara la responsabilidad de los países industrializados. Se trata de un punto de vista totalmente personal, y en ese entendimiento lo expongo: ¿Qué culpa tienen los países en vías de desarro...

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Uno de los motivos de la constante actitud negativa de los países occidentales, en especial de Estados Unidos, para establecer programas de ayuda al desarrollo fue la desconfianza en el destino que se habría dado a esos recursos de ayuda. Ciertamente, como siempre sucede, pagan justos por pecadores.Pero si esta parte de responsabilidad de los países prestatarios me parece estar clara, para mí está no menos clara la responsabilidad de los países industrializados. Se trata de un punto de vista totalmente personal, y en ese entendimiento lo expongo: ¿Qué culpa tienen los países en vías de desarro¡lo de que, como consecuencia de nuestras políticas económicas, les compremos cada día menos materias primas y que se las paguemos además cada día más baratas? ¿Qué culpa tienen los países en vías de desarrollo de que, como consecuencia de nuestras políticas monetarias, nos hayan tenido que pagar tipos de interés insostenibles y que además el dólar, como moneda de medida internacional, haya llegado a cimas de fortaleza inusitada? ¿Hemos pensado que la caprichosa subida de tres puntos por ciento anuales en el tipo de interés se traga en las cuentas externas el valor de toda la exportación de café de Brasil, en la que han participado enormes masas de trabajadores durante todo un año? Lo mismo podríamos decir del cobre de Chile, del estaño de Bolivia, y así sucesivamente.

Estos países están atravesando por una crisis dramática en que las responsabilidades exógenas tienen mucho más peso que las domésticas. ¿Se ha pensado que el azúcar, que valía veintinueve centavos por libra en 1980, ahora valga siete centavos? ¿Que el cobre, que valía 2,2 dólares por tonelada en 1980 ahora valga 1,3 dólares? ¿Que el café, que valía 4,8 dólares por tonelada en 1977, ahora se cotice a 1,2 dólares? Todo esto se debe no a la gestión económica de los países en desarrollo, sino que les viene impuesto por el estancamiento del comercio mundial, por las medidas de proteccionismo y por las políticas económicas adoptadas por los países ricos, preocupados por el inmediatismo de la solución de sus propios problemas internos.

¿Colapso irremediable?

No cabe duda de que estamos ante una crisis financiera mundial sin precedentes, que amenaza la estabilidad económica y social de gran parte del Tercer Mundo, que podría conducir al caos y al colapso irremediable de todo un sistema desarrollado con tanto trabajo. Hay que evitar que eso suceda. Yo pienso que si Estados Unidos imaginaron un plan Marshall a finales de la última gran guerra, aunque es probable que también tuvieran objetivos humanitarios, es evidente que perseguían sobre todo la recuperación de Europa y con ello la de un importante mercado comprador de los productos Made in USA. No era generosidad, sino sentido práctico a medio plazo. Y tuvieron gran éxito.

Algo así tendríamos que intentar ahora. No se trata sólo de que los países en vías de desarrollo paguen los intereses y el principal de los créditos recibidos, sin lo cual se producirá la quiebra en cadena de todo el sistema financiero internacional y con ello el colapso de] mundo occidental en que vivimos. Se trata, además, de que esos países en desarrollo puedan seguir comprando nuestros productos, puesto que si no tienen con qué pagarnos difícilmente nos comprarán.

Y no olvidemos que Estados Unidos vende a esos países el 38% del total de sus enormes exportaciones, y si esto se reduce se afianzará la recesión y crecerá el paro. España, que no hace tanto tiempo se asomó a esos mercados, coloca en Latinoamérica aproximadamente el 10% del total de sus exportaciones y aspira a mejorar ese coeficiente. Y para la mayoría de los países occidentales, Latinoamérica es un excelente mercado. No se puede dejar que se hunda y desaparezca.

Para solucionarlo es imprescindible que se ponga en marcha un proceso de solidaridad, ágil y responsable. Conviene recordar aquí que la renegociación de la deuda es algo que la banca ha hecho desde siempre con sus grandes y pequeños clientes domésticos; la banca siempre ha ayudado a sus clientes ante problemas temporales de liquidez. En el ámbito internacional, desde 1956 ha habido 53 renegociaciones de deudas soberanas sin que sucediera nada de trágico. De alguna forma, Estados Unidos renueva constantemente sus propios créditos; el Gobierno de Washington renegocia constantemente su deuda llamándolo roll-over.

Ayuda responsable

En estos últimos tiempos, de alguna forma se ha visto una primera reacción en este sentido de ayuda responsable del sistema financiero. El Banco de Pagos Internacionales de Basilea, que es el Banco Central de los Bancos Centrales, se ha dado cuenta de que tiene que actuar con rapidez y como prestamista de último recurso. Lo ha hecho con México y lo está haciendo con otros países. Al mismo tiempo, el Fondo Monetario Internacional tiene que tener recursos, agilidad y elasticidad en el atendimiento de los programas de reescalonamiento de las deudas.

Es necesario poner de relieve el extraordinario cambio de actitud habido por parte de Estados Unidos, que en Toronto, en el aún cercano mes de septiembre, se resistía a aprobar un aumento sensible de las cuotas de cada país y, sin embargo, hace pocos días, tomaba la iniciativa, en Francfort, de proponer un aumento de los recursos del FMI, que entre cuotas, fondos especiales y toma de recursos en el mercado llegará a disponer de más de 110.000 millones de dólares. También la banca internacional, involucrada en préstamos a países en desarrollo, está reconsiderando su primera reacción suicida de congelar o reducir los créditos para adoptar -quizá sin gran entusiasmo, pero con un solidario sentido realista- una política de nuevo apoyo a los países en desarrollo, proporcional al volumen de lo hasta ahora ya prestado.

Esto es un primer paso, pero quizá no sea ni todo ni suficiente. La busca de soluciones entre lo que se ha llamado el Norte y el Sur, los países ricos y pobres, es un proceso de responsabilidades compartidas para eliminar los desequilibrios estructurales. No se trata de un acto de generosidad, sino de una condición básica para, la supervivencia mutua. Será difícil superar todos los obstáculos sin una verdadera cooperación internacional. Se impone el sacrificio de una parte, pequeña parte, del bienestar de los países más avanzados en beneficio de aquellos otros países que no sólo deben sobrevivir, sino que, en el interés de todos, deben prosperar. Los países sin recursos deben, de alguna forma, poder recibir los excedentes del ahorro del resto del mundo. Ese mundo que globalmente es el primer interesado en equilibrar los tremendos desequilibrios existentes y favorecer el crecimiento de los países en desarrollo, para que, desarrollándose, puedan seguir siendo atractivos mercados importadores de los países industrializados. Para ello sería necesario imaginar otro tipo de plan Marshall que, en el interés de todos, favoreciera la recuperación y el despegue de los países menos favorecidos para una mejor distribución de la riqueza mundial dentro de un marco de equilibrio socioeconómico más justo entre los pueblos. ¿Cómo podría financiarse un tal plan? Podría crearse un fondo con la aportación de tributos sobre el comercio mundial, sobre el turismo, sobre la producción de armamentos, sobre los beneficios extraordinarios. Un reducido pellizco, en fin, que, sin perjudicar demasiado a nadie y referido a las descomunales cifras manejadas, pudiera ser canalizado a través del propio Fondo Monetario Internacional y de manera justa hacia aquellos países merecedores de esa colaboración.

Simultáneamente, para evitar el colapso que amenaza al sistema financiero internacional, deberíamos poder asistir a la reactivación de la economía de los países industrializados y con ello al relanzamiento del comercio mundial, y, por el lado de los países en desarrollo, tendríamos que poder esperar un mayor realismo en el ritmo de su crecimiento, un severo control del gasto público, la reducción de los subsidios, la aplicación de una mayor austeridad y, sobre todo, la aplicación de los recursos del endeudamiento exterior a inversiones capaces de generar nuevas riquezas.

Giorgio Stecher es economista, actuario de seguros y banquero.

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