Tribuna:

Tarea de melancólicos

El escritor italiano Leonardo Sciascia preguntaba anoche en Madrid por las obras de algún joven escritor español, quizá para llevarse sus libros y apilarlos en una biblioteca heterogénea en la que el pensamiento español ocupa un puesto vertebral. Un interlocutor le respondió a Sciascia: "Fernando Savater". No se sorprendió el autor del moderno Cándido, como nunca se sorprende Sciascia; escuchó las claves ciudadanas de la filosofia de Savater y preguntó, como quien sabe más que la historia: "¿Y no escribe novelas?".Sí, las escribe, cómo no las iba a escribir, si es melancólico. Javier Mu...

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El escritor italiano Leonardo Sciascia preguntaba anoche en Madrid por las obras de algún joven escritor español, quizá para llevarse sus libros y apilarlos en una biblioteca heterogénea en la que el pensamiento español ocupa un puesto vertebral. Un interlocutor le respondió a Sciascia: "Fernando Savater". No se sorprendió el autor del moderno Cándido, como nunca se sorprende Sciascia; escuchó las claves ciudadanas de la filosofia de Savater y preguntó, como quien sabe más que la historia: "¿Y no escribe novelas?".Sí, las escribe, cómo no las iba a escribir, si es melancólico. Javier Muguerza, su senior, recordaba en la reciente crítica de Teoría del héroe, que Ortega había definido la melancolía como el resultado del esfuerzo inútil, y declaraba que le parecía extraño que Savater abominara de esa pasión triste. No abomína de ella: la precisa, la usa para andar por la vida mirando con unos ojos que están entre el ogro intelectual del bosque y el fauno precoz de su infancia recuperada, como lo definió Francisco Umbral. La utiliza para convertir el pensamiento cotidiano en un ejercicio de solidaridad e independencia que una vez le costó la expulsión de la Universidad, que en otras ocasiones le ha visto cercado por la persecución religiosa y que casi siempre le convierte en el intelectual español con sesgo más sorprendente porque introdujo en las letras del alfabeto cotidiano nacional el sentido del humor hasta para acercarnos a las urnas.

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Lo que los espectadores de la literatura de Savater no entienden todavía es la capacidad de sorpresa del escritor, sus actitudes de fajador que salta de la contemplación de una estatua al ejercicio de denuncia de la tortura o la deshonestidad sin que un tema y otro no figuren disonantes en la carpeta en que se guardan sus trabajos contra la otra melancolía nacional, en contra del desencanto, a favor de la pasión inútil que constituyen la risa y la vida. Es un pensador, un poeta, un personaje que todo lo toca por primera vez.

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