Editorial:

La defensa de nuestro litoral

LA CAMPAÑA que los ecologistas de Green Peace están protagonizando contra el lanzamiento al mar de varios miles de toneladas de basura nuclear en un punto del Atlántico Norte situado a poco más de setecientos kilómetros de la costa gallega, y el eco considerable que por vez primera parece haber alcanzado su denuncia entre amplios sectores de la sociedad española, particularmente en Galicia, vuelve a exigir una reflexión sobre ese procedimiento que consiste en deshacerse de toda clase de detritus nucleares, de bajo, medio y alto nivel radiactivo, procedentes de hospitales, centros radiológicos,...

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LA CAMPAÑA que los ecologistas de Green Peace están protagonizando contra el lanzamiento al mar de varios miles de toneladas de basura nuclear en un punto del Atlántico Norte situado a poco más de setecientos kilómetros de la costa gallega, y el eco considerable que por vez primera parece haber alcanzado su denuncia entre amplios sectores de la sociedad española, particularmente en Galicia, vuelve a exigir una reflexión sobre ese procedimiento que consiste en deshacerse de toda clase de detritus nucleares, de bajo, medio y alto nivel radiactivo, procedentes de hospitales, centros radiológicos, laboratorios y centrales atómicas, arrojándolos sencillamente al mar. La movilización de los ecologistas y los pescadores del litoral en torno a Finisterre, y el reflejo político que ha conseguido en los ayuntamientos y los partidos de izquierda, e incluso en la Xunta de Galicia, que no ha podido escapar a una cierta actitud crítica, aunque con la boca pequeña, han resultado molestos para los responsables gubernamentales del medio ambiente, aunque no al parecer de su defensa y conservación, sino de explicarnos a los españoles los beneficios de que las aguas próximas a nuestras costas se conviertan en residencia permanente de lo que los vecinos europeos cuidan de arrojar muy lejos de sus fronteras. Cuando en 1976 se anunció la elección de un nuevo vertedero nuclear en el Atlántico Norte, la Agencia para la Energía Nuclear de la OCDE indicó con propósitos tranquilizadores que el punto elegido estaba a novecientos kilómetros de la costa escocesa, pero no se hizo la menor alusión al hecho de que, bastante más próxima, se encontraba la costa española de Galicia.

La actuación de la directora general del Medio Ambiente, al calificar las protestas provocadas por las sucesivas visitas de barcos basureros a la fosa atlántica como "falso problema" y "serpiente de verano", habrá quedado cuidadosamente anotada por el puñado de ciudadanos que están dedicando el tiempo de su descanso veraniego a combatir por la preservación del medio marino y que serán llamados a votar dentro de dos meses, y por todos aquellos que se encuentran en esta última circunstancia y creen que es útil y valiosa la protesta y la defensa de nuestros intereses.

Ni la directora general de Medio Ambiente ni nadie puede ya ignorar que la única venta a del lanzamiento por la borda de los residuos nucleares, frente a su acondicionanúento en tierra firme, presenta las únicas ventajas de resultar más barato a quienes lo practican y liberarles de cualquier responsabilidad ulterior acerca de lo que suceda. El enterramiento de la basura nuclear en minas abandonadas, o en cualquier otro tipo de cavidadis subterráneas, permite, en efecto, mantener un estricto control de los niveles de radiación y observar de forma permanente, mediante cániaras de televisión si es preciso, el buen estado de los envases especiales. El lanzamiento al mar de los barriles de acero tratado con cámara de hormigón, y de un peso de casi media tonelada cada uno, no permite conocer oficialmente, incluso si se efectúa en puntos determinados, a gran profundidad, qué sucede con la basura nuclear durante el prolongado período en que mantiene su actividad radiactiva.

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Los ecologistas, no obstante, han investigado la otiestión en algunas ocasiones y los resultados han sido sorprendentes. Muchos barriles no resisten la presión acumulada de la enorme mole de agua a más de cuatro mil metros de profundidad (aproximadamente cuatrocientas atmósferas, más de cuatrocientos kilogramos por centímetro cuadrado), a la que se añaden los choques entre ellos durante la caída, el impacto con el fondo sólido y el movimiento de las corrientes submarinas, y terminan por agrietarse. Existen imágenes y filmaciones realizadas desde batiscafos. Además, debe contarse con la considerable capacidad corrosiva del agua del mar, que los habitantes de ciudades costeras propietarios de automóviles conocen tan bien.

De este modo, las radiaciones pueden contaminar los fondos marinos y a sus habitantes, e incorporarse a una cadena biológica que finalizará ante nuestras mesas de comensales. Por eso ha sido tan activa, en esta ocasión, la reacción de los pescadores del litoral gallego, bastante castigados por las limitaciones a su actividad que imponen los mismos países de la Comumidad Económica Europea que arrojan al mar sus detritus radiactivos. Avistan un peligro hipotético pero no imposible. Las investigaciones de científicos reconoicidos sobre decenas de miles de envases con residuos nucleares arrojados al mar por Estados Unidos ofrecieron la evidencia de que un elevado porcentaje había perdido energía, que había pasado al agua del océano y se había incorporado a la cadena biológica.

El problema no afecta ya tan sólo al vertedero situado frente a Galicia. Buques oceanográficos de los Países Bajos realizan desde hace muchos meses trabajos de localización para establecer un nuevo basurero nuclear marino cerca de las costas canarias. A falta de otra explicación. más científica, cabe imaginar que la única ventaja del nuevo cementerio de residuos radiactivos respecto al actual reside en su alejamiento del país que genera los desechos. Sin embargo, subsiste el hecho de que el espectáculo del lanzamiento al mar de sustancias molestas y peligrosas se producirá donde puede, justificadamente, suscitar la inquietud de nuestros pescadores.

En tales condiciones, la única actitud sensata parece olvidar declaraciones tan extemporáneas como las de la todavía directora general del Medio Ambiente y tomar el camino de los organismos internacionales, para ocupar un puesto junto a los paises que no practican ni consideran aceptable el empleo del mar como basurero supuestamente inagotable. Una delegación española se encuentra en Víena, y es posible que plantee la cuestión ante una reunión. de expertos en energía atómica. Un grupo de paises aspira ya a que en la próxima reunión de la Convención de Londres, que regula las condiciones del lanzamiento al mar de los residuos radiactivos, esta práctica quede prohibida, frente a la pretensión del Reino Unido, Paises Bajos, Bélgica y Suiza de que se liberalice aún más. Resultaría sorprendente que España permaneciera neutral en esa controversia o, peor aún, que apoyara de modo explícito a quienes han convertido el problema del almacenamiento de sus residuos nucleares en un factor de contaminación potencial de nuestras costas.

Por eso, a pepar de las campañas intoxicadorás del uso pacífico de la energía nuclear y que encuentra en las páginas editoriales de algunos periódicos sospechosos actos de fe, no está de más permanecer vigilantes sobre la utilización correcta de esta fuente de energía, necesaria para nuestra economía y sobre la que debemos tener un importante control social.

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