Crítica:TEATRO

Doble monólogo

Dos mujeres solas, cercadas. Dos actrices -Cristina Rot, Lola Mateo- en una escenografía escueta, pero abrumadora: dos lechos de hospital en un cuadrilátero de alambradas. Dialogan pocas veces, monologan casi todo el tiempo. Dice el programa que la obra "está alimentada por secuencias autobiográficas": se encuentran en un punto en el que las respectivas anécdotas coinciden en la categoría de la condición femenina en una sociedad que encuentra hostil, patriarcal, falsamente libre, y que produce, sobre todo, soledad, miseria moral, incomprensión del contexto en que se vive. Dicho todo esto se ve...

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Dos mujeres solas, cercadas. Dos actrices -Cristina Rot, Lola Mateo- en una escenografía escueta, pero abrumadora: dos lechos de hospital en un cuadrilátero de alambradas. Dialogan pocas veces, monologan casi todo el tiempo. Dice el programa que la obra "está alimentada por secuencias autobiográficas": se encuentran en un punto en el que las respectivas anécdotas coinciden en la categoría de la condición femenina en una sociedad que encuentra hostil, patriarcal, falsamente libre, y que produce, sobre todo, soledad, miseria moral, incomprensión del contexto en que se vive. Dicho todo esto se ve que más que una obra feminista es más bien existencialista; el espectador masculino no queda lejos de la misma angustia que producen las dos mujeres en el escenario.La situación, la idea, es de una de las dos actrices, Cristina Rot; quizá por ello su personaje resulta más vibrante, su actuación más humana, aunque su compañera Lola Mateo recoja y transmita bien la esencia del suyo. El texto está escrito por Charlie Levi Leroy: se le va la mano con la literatura, y si los puntos de diálogo son más vivos, en los, monólogos se advierte más que es un texto escrito y no hablado. Su propia dirección de escena es superior.

¡Sálvate tú!

Idea de Cristina Rot; texto de Charlie Levu Leroy.Intérpretes: Cristina Rot y Lola Maleo. Dirección: C. L. Leroy. Estreno: Gayo Vallecano. 15-I-82.

La deliberación del escenario escueto, las luces cayendo bien sobre cuerpos y rostros, la ausencia de otros sonidos que no sean la voz y de otros colores que no sean el blanco y el negro, coinciden en la neutralidad necesaria para los relatos. El público del Gayo Vallecano -un sábado por la tarde: espectadores no excesivamente jóvenes, probablemente no acostumbrados al teatro usual- recogió con atención y respetuoso silencio lo que le daba el escenario, y aplaudió sin ficción el trabajo de las dos actrices, la obra y la dirección.

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