Tribuna:TRIBUNA LIBRE

La invención Poética de Juan Ramón Jiménez

De manera general, la postura del místico consiste en adherirse a una idea de divinidad que le ha sido dada. Comienza por profesar en una fe preexistente. Pero en este místico que fue el poeta Juan Ramón Jiménez surge una peculiaridad: el dios al cual se une, su dios deseado y, a la vez, deseante, es de su invención. Ese dios es conciencia y es belleza, es su propia conciencia de la belleza, alcanzada por la poesía.No hace Juan Ramón, a lo largo de su dilatada, hermosa, intensa obra, sino ir hacia ese estado de gracia. Sánchez Barbudo, que tanto ha estudiado al poeta, supo indagar, libro a lib...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

De manera general, la postura del místico consiste en adherirse a una idea de divinidad que le ha sido dada. Comienza por profesar en una fe preexistente. Pero en este místico que fue el poeta Juan Ramón Jiménez surge una peculiaridad: el dios al cual se une, su dios deseado y, a la vez, deseante, es de su invención. Ese dios es conciencia y es belleza, es su propia conciencia de la belleza, alcanzada por la poesía.No hace Juan Ramón, a lo largo de su dilatada, hermosa, intensa obra, sino ir hacia ese estado de gracia. Sánchez Barbudo, que tanto ha estudiado al poeta, supo indagar, libro a libro, constantes y presencias. La belleza junto a la nada; el mar siempre cambiante y el mismo; el pájaro, criatura afortunada cantando; el alma ansiosa de fundirse con cuanto contemple. Y como síntesis, el afán de eternidad, la salvación de la muerte, la totalización de lo bello, tema medular ya, y obsesivo, a partir del. Diario de 1916, en depuración y búsqueda de la palabra exacta.

Venía el poeta de su primera época de soñar -época romántica y de melancolía-, de su época de admirar -tiempo sensual y pictórico-, de su época de discrepar, también -sus A lejandrinos de cobre o sus Historiaspara niños sin corazón-, e iba ya, decididamente, a su época definitiva de inventar: una poesía singularísima, de sí y para sí: la creación pura. Pasa por Piedra y cielo, por Eternidades, hacia La estación total, buscando la trascendencia ya no sólo de la obra, sino del alma misma a la belleza. Identificación con el todo que es, sin duda, una suerte de panteísmo, presente, por ejemplo, en este -entre muchos- romances de los de Coral Gables: «Sangre incandescente y llama / blanca y azul, donde insigne / se hiciera todo, contento / de ser el fiel combustible. / / ¡Qué final! Este sería / el ser de todos los fines; / todo quemándose en mí / y yo con todo, ascua libre».

Animal defondo es el encuentro del poeta y su dios. La poesía religiosa para Juan Ramón Jiménez, según él mismo dice, es «el encuentro después del hallazgo». En el fondo, la poesía, toda poesía, es siempre eso: el hallazgo de una vivencia, que puede ser inconsciente, para encontrarse luego en la expresión, que puede ser intelectual. En la mística juanramoniana el poeta se siente unido a su dios, pero no se siente anulado, nunca deja de ser él mismo. Ya en el poema inicial, dice: «Dios del venir, te siento entre mis manos, / aquí estás enredado conmigo en lucha hermosa / de amor, lo mismo / que un fuego con su aire». Mas, en esa lucha hermosa entre fuego y aire, avivándose y templándose recíprocamente, Dios, ¿qué es, el aire o el fuego? ¿Y el poeta? La duda no es casual, es una muestra de que esa unión mística no supone el anonadamiento de quien la experimenta. Aire y fuego son, al fin y al cabo, elementos de igual rango desde los orígenes de la filosofia.

Además, no sólo va el poeta a Dios, sino Dios al poeta: «Si yo por ti he creado un mundo para ti, / Dios, tú tenías seguro que venir a él, / y tú has venido a él, y a mí seguro». Pese al acento que hace del mí un pronombre y no un adjetivo, la ambivalencia se da; el doble juego de la palabra seguro, surge: Tenías seguro que venir, y has venido a mí, seguro: decidido, derecho, o has venido al seguro que yo soy para ti. Es difícil, pues, ver en esta teogonía ortodoxia alguna. «No eres mi redentor ni eres mi ejemplo / ni mi padre ni mi hijo ni mi hermano:/ eres dios de lo hermoso conseguido, / conciencia mía de lo hermoso».

No va a su dios contrito ni en busca de perdón o de refugio: «Yo nada tengo que purgar», declara. Porque para él su vida, que ha sido la poesía, o su poesía, que ha sido su vida, quedó siempre orientada por la belleza como valor espiritual supremo, máxima regla del comportamiento humano. Por eso, de la poesía de Juan Ramón Jiménez se deducen una norma estética y una norma moral.

Tampoco puede asombrarnos, en la comprensión recíproca de un dios de dentro y de fuera: deseante y deseado, la percepción sensual que el poeta nos presenta: «Tu, mi deseado dios, estás visible, / estás audible, estás sensible / en rumor y en color». También «Dios estaba azul» en los poemas primeros. Dios es conciencia, esto es: algo interior; pero conciencia «única, universal, justa conciencia de belleza», y la belleza va de lo material a lo espiritual, de la rosa al alma, del pájaro al poema.

Si fe es creer lo que no vemos (y, por supuesto, lo que no tocamos, ni oímos, ni gustamos, ni olemos), el autor de esta mística poeltica cree, porque ve, porque percibe sensorialmente; o, quizá, ve y percibe porque cree. Pero cree lo que él mismo ha creado. En un poema confiesa que pasó: «De ser dudón en la leyenda / del dios de tantos decidores / a ser creyente firme / en la historia que yo mismo he creado». He aquí una clara incredulidad, en rigor ortodoxo, y una clara creencia personalísima, en rigor poético. Así como Unamuno hizo de la religión poesía, Juan Ramón hizo de la poesía religión. (En medio queda Machado, soñando a Dios entre la niebla, el Dios que todos buscamos / y que nunca encontraremos »).

Dos cosas me parece legítimo inferir de todo esto. Una, que por encima de cualquier narcisismo, esta poesía es inmensamente confortadora para los demás, incluso desde la propia intención del poeta, que alguna vez dijo: «Confío más en mi poesía para ayudar a los hombres a ser mejores y ponerlos en paz que en mis imposibles golpes políticos o mis improbables gestos sociales». Y otra: que resulta probablemente temerario querer atribuir una fe determinada, en un dogma concreto, al poeta a partir de sus propios textos, pero ¡cuánta poesía y cuánta belleza fueron precisas para la singular fe de este místico que no la tuvo!.

Leopoldo de Luis es poeta, Premio Nacional de Literatura.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En