Editorial:

Angola, en el "borde del abismo"

LA INVASIÓN del territorio de Angola es un hecho que se repite frecuentemente en los últimos años; sin embargo, la que está en curso en estos momentos puede tener una envergadura y un objetivo mayores y transformar el tema continuamente latente de la hostilidad entre los dos países y de la lucha política de regímenes en el corazón de Africa en una auténtica guerra abierta con implicación de las grandes potencias.La importancia de las fuerzas agresoras -dos columnas blindadas- y la delicadeza de la zona atacada lo indican así. Pretoria alude, para justificar esta operación, a su necesidad de pe...

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LA INVASIÓN del territorio de Angola es un hecho que se repite frecuentemente en los últimos años; sin embargo, la que está en curso en estos momentos puede tener una envergadura y un objetivo mayores y transformar el tema continuamente latente de la hostilidad entre los dos países y de la lucha política de regímenes en el corazón de Africa en una auténtica guerra abierta con implicación de las grandes potencias.La importancia de las fuerzas agresoras -dos columnas blindadas- y la delicadeza de la zona atacada lo indican así. Pretoria alude, para justificar esta operación, a su necesidad de perseguir a los guerrilleros del Swapo dentro del santuario donde se refugian, lo cual es bastante cierto, aunque corresponde con Angola en la misma medida: desde su territorio operan y en él se refugian los guerrilleros de UNITA que se enfrentan con el régimen angoleño. En la zona atacada hay, según informaciones de Estados Unidos y de Suráfrica, una implantación de misiles Sam de la Unión Soviética; los técnicos militares que los instalan son de la República Democrática Alemana, y los soldados que protegen, la instalación forman parte del contingente cubano en Angola, evaluado en 15.000 o 20.000 soldados. Angola está alineada con la URSS; después de la muerte de Agostinho Neto -en Moscú-, su sucesor, el actual presidente, Dos Santos, hizo un viajea la URSS apenas transcurrido un mes de su nombramiento -en diciembre de 1979-, para consolidar sus relaciones con la URSS, seguido, en marzo de 1980, de otro a Cuba. El régimen comunista de Angola no es, sin embargo, sólido. Además de la ofensiva permanente de los guerrilleros de la derecha, ha sufrido algún intento de golpe de Estado desde dentro mismo de su aparato militar y de gobierno. Puede tenerse, tanto desde Washington como desde Pretoria, la idea de que un impulso fuerte puede hacer tambalear este régimen y cambiar su alineación.

Es, sin duda, algo más que una coincidencia que desde la llegada al poder de Reagan y la implantación de su política de firmeza haya cambiado la actitud de la Unión Surafricana sobre Angola; ciertos intentos de negociación o de acuerdo sobre la impermeabilidad de las fronteras y la contención de la irradiación de movimientos subversivos mutuos han dado paso a la hostilidad creciente, que culmina con esta invasión. No es preciso creer que la operación haya sido planeada, dirigida o fomentada desde Washington; pero sí es muy posible que Suráfrica haya calculado que va a tener menos oposición de Estados Unidos, e incluso una ayuda sustancial, ofreciendo a Reagan desmontar un importante enclave comunista.

Como se sabe, la Unión Surafricana vive en un largo entredicho por parte del mundo occidental, como consecuencia de su política racista y de la poca realidad de las autonomías o miniestados de población negra. Sin embargo, la política de sanciones o de admoniciones nunca ha tenido una eficacia; ni siquiera se ha tomado seriamente. La realidad es que los países conservadores interesados en la zona, -y sobre todo el Reino Unido desde el advenimiento de Margaret Thatcher, y Estados Un¡dos- consideran todavía el régimen blanco y duro de la República Surafricana como una cierta garantía frente a los revolucionarismos negros, y, concretamente, frente a Angola.

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Esta cuarentena del país racista ha provocado, naturalmente, las advertencias y repulsas de la mayor parte de los países occidentales, que temen no solamente la guerra entre los dos países, sino la extensión de un conflicto que se está siempre tratando de contener: el del África negra contra los residuos blancos -Rodesia, Suráfrica- y, en un extremo máximo poco previsible, el de un revolucionarismo general africano. La creencia de Pretoria, y quizá la de Reagan, puede ser que el asunto se puede saldar de una manera más limitada y óptima para sus intereses: fomentando la guerra civil larvada en Angola -en la que no sólo hay móviles políticos, sino el descontento generalizado por la penuria alimenticia y el descenso del nivel de vida- que condujera al final del régimen prosoviético. Está, pues, en la línea de la resurrección de la politica del borde del abismo que presidió la guerra fría. En los pronósticos de este abismo no hay que excluir la posibilidad de una intervención soviética mucho más directa que la actual si viera en peligro de caída al régimen angoleño.

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