DECIMONOVENA DE FERIA DE SAN ISIDRO

Son un caso de desfachatez

Ni con todas las facilidades son capaces estas figuras de hacer el toreo. De lo que sí son capaces, en cambio, es de reaccionar con insolencia cuando el público protesta con toda razón sus actuaciones. Esto ha llegado ya a ser un caso de desfachatez supina.Si fueran toreros, reaccionarían con torería. Pero son vulgares pegapases, con el sello de figura que les prestan los exclusivistas mientras dura la exclusiva, porque los intereses comerciales están por encima de todo y el dinero no se casa con nadie. Ahí empiezan y terminan sus capacidades.

La corrida de Cuadri no pudo ser más facili...

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Ni con todas las facilidades son capaces estas figuras de hacer el toreo. De lo que sí son capaces, en cambio, es de reaccionar con insolencia cuando el público protesta con toda razón sus actuaciones. Esto ha llegado ya a ser un caso de desfachatez supina.Si fueran toreros, reaccionarían con torería. Pero son vulgares pegapases, con el sello de figura que les prestan los exclusivistas mientras dura la exclusiva, porque los intereses comerciales están por encima de todo y el dinero no se casa con nadie. Ahí empiezan y terminan sus capacidades.

La corrida de Cuadri no pudo ser más facilita. Bueno, quizá sí pudo ser más facilita: les sacan el carretón, lo pintan de Cuadri, y los pases salen solos. Pero como se trataba de animales vivos (aunque algunos parecían cochinos de pata negra) algo habían de poner las figuras por su parte para no llegar a la ignominia del fracaso mayúsculo con que concluyeron ayer su última actuación en la feria. No lo pusieron, quizá porque no lo tenían.

JOAQUIN VIDAL

Plaza de Las Ventas. Decimonovena de feria. Toros de Celestino Cuadri, gordos y manejables. Angel Teruel: pinchazo, estocada trasera y descabello (bronca). Bajonazo (vuelta por su cuenta protestadísima). Manzanares: dos pinchazos y media contraria (división y saluda). Estocada corta (protestas). Emilio Muñoz: pinchazo, otro hondo, rueda y tres descabellos (silencio). Bajonazo (palmas). Lleno. Teruel y Manzanares fueron despedidos con bronca y almohadillas.

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El dulce temperamento de los Cuadri les permitía andar cómodos por la plaza. Recordábamos las violencias, las carreras y los suspiros de veinticuatro horas antes con los Victorino. Y nos preguntábamos qué habrían hecho en tales circunstancias. Mas tampoco nos rompimos la cabeza pensando la respuesta. Para qué, si semejante supuesto no se va a producir jamás. El caso es que tenían que lidiar a los Cuadri, y muy puestos en su condición de figuras mandaban a los peones a que les sacaran los toros de los caballos.

Confunden aquel peculiar carácter dominador que siempre tuvieron los mandamases del toreo con la prepotencia del señorito. En vez de toreros son señoritos. Y i oh!, un señorito no va a descomponerse con gestos. De manera que vengan Cuadris gordinflones, apagados y manejables para hacerles dengues y remilgos, y que bregue con ellos la servidumbre. Y al público que exige, cortes de manga.

Hubo un toro que se pasaba de bueno y le correspondió a Manzanares. El señorito Manzanares hizo el esfuerzo supremo de corresponderle con una faena de su estilo. La faena de su estilo consistió en varios derechazos sin ligar -eso sí, mucha figura, mucha historia para el cite- y en tres series de naturales largos, bien templados. El toro se quedaba allí, de mirón, con cara de no haber roto nunca un plato, santo, esperando que el señorito lo toreara. El público también esperaba que el señorito se decidiera a torear. Manzanares parece no haberse enterado, a estas alturas, de que torear no es pegar pases. Entonces, una voz en el tendido, que oímos todos: «¡Ese toro se va sin torear! ». Y la respuesta de Manzanares, que también oímos todos: «¡Mierda pa ti!».

A buenas horas, cuando esta fiesta no había sido corroída por la cursilería y la ordinariez, un torero se iba a atrever a escupir tamaño exabrupto, con luz y taquígrafos, aunque tuviera toda la razón. Pero no era el señorito. Manzanares sólo. El señorito Teruel, que tuvo para su recreo un cuarto toro bondadoso, también suplió con insolencia lo que le falta de torería. Instrumentó unos ayudados por bajo muy suaves y mandones que fueron lo bueno de su faena, y luego las series de su especialidad. Esta es su especialidad: adelantar la muleta para el primer derechazo, que le sale mediano; embarcar con hondura y categoría el segundo; dejarse enganchar el tercero, que marca de costadillo, y rematar por arriba el cuarto ya colocado casi de espaldas. Siempre lo mismo, es matemático. No pretendería impresionar, suponemos, porque el tema se lo sabe de coro la gente. Pero le enfadó que le protestaran. Y cuando mató de un bajonazo infame, se puso a hacer figuras delante del toro como si semejante puñalada fuera un volapié neto en la yema. Y muy parsimonioso y sonriente dio la vuelta al ruedo porque se le puso en las narices, con absoluto desprecio para la opinión de la mayoría del público, que le abroncaba.

En su primer toro, manejable e inválido, no se confió Teruel. Ni Manzanares en el quinto, aunque tenía faena. Emilio Muñoz, ante su única oportunidad de ganarse al público de Madrid, tampoco aprovechó la manejabilidad de los Cuadri y se limitó a construir dos faenitas sin fueste y sin gusto. Y se van. Se han ido ya. Ahora coparán todos los puestos de todas las ferias, sin que les afecte en absoluto este fracaso. Y el año que viene intentarán dar de nuevo gato por liebre, y si no les sale, se ponen al público por montera, que no pasa nada.

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