Los placeres anticuados de Aznavour

En la madrugada de ayer jueves, la madrileña sala Windsor se vio invadida a tutiplén por un público dispuesto a no perderse la actuación del cantante Charles Aznavour. Este había cantado previamente en Cádiz, Barcelona y Valencia. Pero reservaba para la gala en Madrid, de despedida, el momento más fuerte de su breve gira por España. Los espectadores, al borde del éxtasis, no quedaron defraudados. Aznavour, con gestos de consumado actor y prodigándose en los matices de su rara voz, más que un recital, dio una lección. Porque pueden gustar o no sus temas, pero no dejar de reconocer que es un ani...

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En la madrugada de ayer jueves, la madrileña sala Windsor se vio invadida a tutiplén por un público dispuesto a no perderse la actuación del cantante Charles Aznavour. Este había cantado previamente en Cádiz, Barcelona y Valencia. Pero reservaba para la gala en Madrid, de despedida, el momento más fuerte de su breve gira por España. Los espectadores, al borde del éxtasis, no quedaron defraudados. Aznavour, con gestos de consumado actor y prodigándose en los matices de su rara voz, más que un recital, dio una lección. Porque pueden gustar o no sus temas, pero no dejar de reconocer que es un animal escénico de primer orden. Y un cantante que, a lo largo de los años, ha trocado sus defectos en virtudes. Para cantar, eso sí, los placeres caducos, que en su voz reverdecen a base de malicia, sentimentalismo y unas gotas de ironía.Sobria y oscuramente vestido, con soltura de falso cándido, pisa Aznavour el escenario bajo una tempestad de aplausos. La edad no es para él castigo alguno, sino el premio glorioso a quien se ha hecho memoria popular, orgullo de lo íntimo: «Yo era muy pobre como para poderme pagar un profesor de canto. Mi profesor fue mi espejo. Este me reveló un día que yo era pequeño y oscuro. Entonces decidí convertirme en grande y célebre. Desde aquel momento, siempre que paso por una puerta muy alta acostumbro a agachar la cabeza».

Otro tanto ha hecho con sus canciones, donde las anécdotas más triviales y la música más elemental son servidas con un empaque intenso. No hay sombra que él no transforme en esplendor. Acompañado de una estupenda orquesta, borda viejos y nuevos éxitos,

Canta en francés y canta en español. Canta historias de amor y de desamor. Despliega una voz arrolladora. O murmura y rumia con agilidad ansiosa. Las canciones más conocidas arrancan alaridos de los espectadores: La Bohéme, Veníse sans toi, Isabelle, Il faut savoir.. El escenario se llena de flores: «Cada vez que muevo el cable hay una flor que brota».

Aznavour redondea su recital con profesionalidad impecable.

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