Tribuna:

El debate sobre toros, como "aquel que diú"

Los toros aparecieron por fin en televisión, por una vez, para debate, en el programa Su turno, emitido anteayer por la primera cadena. Para disfrute de los niños, sobre todo. Fue mejor que el circo. A muchos mayores, a los papás quizá sin excepción, lo que se decía en pantalla les ponía en las mejillas un brillante carmesí. Sería por el asunto ese de las tontas inhibiciones, propias de adultos. Pero los peques, más directos y virginales, se lo pasaron en grande.La estrella fue el catalán detractor de la fiesta, que tuvo intervenciones felicísimas. Como aquel que diú: «¿Que en Al...

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Los toros aparecieron por fin en televisión, por una vez, para debate, en el programa Su turno, emitido anteayer por la primera cadena. Para disfrute de los niños, sobre todo. Fue mejor que el circo. A muchos mayores, a los papás quizá sin excepción, lo que se decía en pantalla les ponía en las mejillas un brillante carmesí. Sería por el asunto ese de las tontas inhibiciones, propias de adultos. Pero los peques, más directos y virginales, se lo pasaron en grande.La estrella fue el catalán detractor de la fiesta, que tuvo intervenciones felicísimas. Como aquel que diú: «¿Que en Alemania a los que maltratan animales les pagan dinero?». O como aquel que diú: «Los toros no tienen ningún peligro, y lo que pasa es que unos vivales han descubierto el truco y les hacen monerías para engañar al público y sacarle así los cuartos». O como aquel que diú: «Señorita, ¿qué, a su novio le pegaría estocadas?». Y esto último porque la señorita aludida dijo que amaba al toro. En fin.

Pareció que los otros detractores y, por supuesto, Fernando Sánchez Dragó -con acento en la ó, aclaraba, oportunamente, Hermida-, más sus compañeros partidarios de la Fiesta, llevaban su apunte, su papelín, su teoría, su erudición, su discurso; pero lo tuvieron que guardar para mejor ocasión. El catalán detractor iba por otra vía. Su exclusiva vía. Y el debate se hizo discusión y hasta camorra desde el principio. El moderador tenía que imponerse a voces, y a punto estuvo de romper la baraja. La fiesta no salía ni bien ni malparada, y era el programa mismo el que podía saltar hecho añicos.

Unos detractores que confesaban no haber ido a los toros más de cuatro veces, evidentemente no podían conocer la materia que se ponía en cuestión. Sánchez Dragó lo señaló con mucho acierto. Y además ocurría lo habitual en este tipo de polémicas sobre la licitud de la fiesta: que los supuestos enemigos de la violencia eran los violentos. De manera que, en el consecuente guirigay, hasta a Cristo -que, por cierto, no había sido convocado por Hermida- le pusieron en la palestra. De este turno sale el hecho taurino tan limpio o tan turbio como entró. Los mismos ponderados y documentados defensores que tuvo merecen otra oportunidad, con otros detractores.

En realidad, es la fiesta de toros la que merece otra oportunidad. El ente público tiene en marcha dos programas -una Revista de toros y una Tauromaquia- y podría tener mil, sin que por ello diera cumplida respuesta al tratamiento que merece el mundo taurino. La información es la base. El volumen de espectadores, el hecho nada desdeñable de tratarse del único espectáculo autóctono con que contamos, la dinámica de los variados y complejos estamentos que lo conforman, producen una serie de acontecimientos de primer orden que RTV E no puede seguir silenciando olímpicamente, como hasta ahora ha hecho. No es adulación ni revelación decir que el nuevo equipo -y ponemos a la cabeza a Miguel Angel Toledano, un profesional del medio en toda su dimensión- tiene un alto sentido de la información, en el que, por tanto, no caben exclusiones arbitrarias. Si los servicios informativos ignoran, por norma o por hábito, los movimientos ganaderos, empresariales o de apoderamiento que tienen proyección en su ámbito, las vicisitudes profesionales de los protagonistas de la corrida, los proyectos o programaciones de ferias o festejos de relieve, el resultado de los espectáculos, etcétera, es que renuncian a su cometido esencial y a servir a una amplia parte de sus espectadores. Como aquel que diú.

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