Editorial:

Universalidad de los derechos humanos

LA INTRODUCCIÓN de la relatividad o de ciertos correctivos locales y circunstanciales en la consideración de los derechos humanos comienza a ser una moda peligrosa. Aparece simultáneamente en varios frentes, y puede llegar a ser una cierta base de la política de Estados Unidos bajo Reagan. El presidente electo dijo unas palabras en su primera conferencia de Prensa, en Los Angeles, de alta significación: «Creo que es absurdo castigar a nuestros amigos porque su idea de derechos humanos no coincida con la nuestra». El informe Farer -del nombre del presidente, norteamericano, de la Comisión Inter...

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LA INTRODUCCIÓN de la relatividad o de ciertos correctivos locales y circunstanciales en la consideración de los derechos humanos comienza a ser una moda peligrosa. Aparece simultáneamente en varios frentes, y puede llegar a ser una cierta base de la política de Estados Unidos bajo Reagan. El presidente electo dijo unas palabras en su primera conferencia de Prensa, en Los Angeles, de alta significación: «Creo que es absurdo castigar a nuestros amigos porque su idea de derechos humanos no coincida con la nuestra». El informe Farer -del nombre del presidente, norteamericano, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos- presentado en la asamblea anual de la OEA que se celebra en Washington contiene durísimas acusaciones contra los violadores, especialmente Argentina y Chile, pero también esta frase: «La subversión es un problema de nuestro tiempo, y todo Gobierno tiene que decir cómo le hace frente»; palabras que no podría permitirse en la Conferencia de Madrid al considerar lo que hace la Unión Soviética con los disidentes, que suponen para ella una subversión.Precisamente una de las máximas aspiraciones en la lucha por los derechos humanos consiste en no permitir que haya distintas «ideas», variedad en las definiciones o utilización por los Gobierno de semánticas acomodaticias. El texto básico actual, compendio de todos los que le precedieron -a partir del discurso fúnebre de Pericles- es la declaración de la ONU en 1948, y es una declaración «universal» en la que se habla de crímenes «contra la Humanidad»; sus definiciones son concretas y no excluyen a nadie de su cumplimiento ni aceptan la introducción de determinadas defensas. Defender a un afgano es tan importante y tan equivalente como defender a un chileno. O a un español.

Simultáneamente aparecen otros ataques, envueltos en calidad literaria o filosófica, contra los derechos humanos. Están en los escritos de lo que se llama «nueva derecha» en Francia, y en ellos aparece un biologismo que no es precisamente nuevo, aunque sí sea de derechas: el de Joseph de Maistre, o el de Houston Chamberlain. Una equivalencia actual del racismo, de la desigualdad de las razas humanas. Algunos pequeños epígonos, miméticos, surgen en España. Caen, franceses y españoles, y otros pensadores de otros países, dentro de un ambiente donde el desaliento por la consecución de los derechos humanos está provocando una toma de posiciones contraria. El ambiente en el que se culpa a las garantías jurídicas y a la prudencia de los jueces -cuando existe-, a la mejora de condiciones en las prisiones -también cuando existe- y a otra serie de conquistas de la civilización, come la supresión de los castigos físicos, las penas crueles, la abolición de la pena de muerte o las responsabilidades de las autoridades, por no citar más que algunas de estas conquistas de lo que se considera el desorden de nuestro tiempo. Cierto que vivimos un tiempo desordenado y agresivo; pero cualquier comparación que se haga con los tiempos en los que dominaba la arbitrariedad y el castigo no tenía límites será muy positiva en el juicio de precisamente este tiempo. Si nos permitimos -y nos enorgullecemos de ello- el ataque a la barbarie jomeinista, a los manicomios políticos de la URSS o al aherrojamiento de países iridefensos por otros más fuertes es, precisamente, porque consideramos que la sociedad occidental ha llegado a unas definiciones jurídicas y filosóficas del respeto a cada cual y de la justicia intrínseca y no política que debemos, defender en cualquier lugar del mundo en que sea violada. Llegar a la distinción entre amigos y enemigos, que es tanto como decir entre necesidades o conveniencias, de defensa y ataque, es hacer escarnio de los derechos del hombre. Es violar ya, de principio, la propia expresión, las razones que tanto trabajo y tantos siglos ha costado conseguir.

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