Crítica:TEATRO

Una idea de España

Manuel Azaña escribió La velada en Benicarló en marzo y abril de 1937. La guerra sólo tenía siete meses; duraría dos años más. Azaña, sin embargo, escribió ya una elegía: no sólo para la República que estaba presidiendo en condiciones muy precarias, sin para toda una idea de España que veía perdida, ganase quien ganase. «Una guerra inútil», dice uno de sus personales. Esto es: lo dice él mismo.La velada... es un desdoblamiento de su propia manera de pensar, que estaba fragmentada en esos momentos. Por la uniformidad del texto, por algunos indicios más y por palabras propias de Az...

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Manuel Azaña escribió La velada en Benicarló en marzo y abril de 1937. La guerra sólo tenía siete meses; duraría dos años más. Azaña, sin embargo, escribió ya una elegía: no sólo para la República que estaba presidiendo en condiciones muy precarias, sin para toda una idea de España que veía perdida, ganase quien ganase. «Una guerra inútil», dice uno de sus personales. Esto es: lo dice él mismo.La velada... es un desdoblamiento de su propia manera de pensar, que estaba fragmentada en esos momentos. Por la uniformidad del texto, por algunos indicios más y por palabras propias de Azaña se colige claramente que Azaña, personaje emblemático, oficial y al mismo tiempo escritor de primer orden -por tanto, de ideas siempre revisables por sí mismo-, incorporaba una serie de ideas en pugna en la España que representaba. Dictó la versión definitiva de su obra prácticamente encerrado en el palacio de la Ciudadela, de Barcelona, cercado por las luchas entre comunistas, trotskistas y anarquistas -los «sucesos de mayo»- y en territorio de la Generalidad, que le regatearían su condición de jefe de Estado.

La velada en Benicarló, de Manuel Azaña

Adaptación escénica de José A. Gabriel y Galán y José Luis Gómez.Intérpretes: José Bódalo, Juan José Otegui, Agustín Gonzalez, Fernando Delgado, Eduardo Calvo, Carlos Lucena, Juan Antonio Gálvez, María Jesús Sirvent, Fabrián López Tapia. Música de Luis de Pablo, interpretada por Pedro Gorostola. Vestuario de Begoña del Valle. Escenografía de Dietlind Konold. Dirección de José Luis Gómez. Estreno: Teatro Bellas Artes, del Centro Dramático Nacional. 3-11-1980.

Puede imaginarse, con mucha posibilidad de acierto en la suposición, que Azaña discutía consigo mismo y que el resultado de su discusión fue ese libro. Todo ello dentro de una unidad fundamental: la negación de la violencia, la condena de los crímenes, la exaltación de la legalidad democrática y una antigua idea de España como tierra de donde la cólera y el fanatismo han de ser erradicados o conducirán a su destrucción. El pesimismo de la situación en que se encontraba Azaña dominaba. esta elegía.

La versión escénica de José Luis Gómez -como director y autor de la adaptación del texto, con José A. Gabniel y Galán- presenta unas variaciones considerables con resnecto al libro. Una es imprescindible: su reducción a dimensiones normales en una representación. El libro es más largo, y no está pensado para la represetación, aunque esté escrito en forma de diálogo (más bien parece, por esa franientación íntima de Azaña) Prácticamente, todas las frases que se pronuncian están escritas por Azaña: José Luis Gómez y Gabriel y Galán las obtuvieron directamente del texto, las barajaron, las cambiaron de lugar.

Habrá azañistas y puristas que encuentren objeciones al sistema Personalmente, encuentro que representa los pensamientos de Azaña con bast.ante exactitud aunque no vea lógica la desaparición del personaje Barcala, que representa en el libro una defensa de la revolución, un «propagandista» en la descripción que hace de é Manuel Azaña.

La variación más sustancial es un añadido de tiempo. El presidente Azaña escribió, como queda dicho, a los siete meses del principio de la guerra, y situó a sus personajes en un albergue de Benicarló, en un supuesto remanso de la guerra; falso remanso, porque al final un bombardeo de la aviación enemiga les lleva a todos a la muerte. José Luis Gómez nos lleva a una situación muy posterior: la del exilio. El escenario es una estación por la que pasan los trenes sin detenerse; con un zaguán que se va llenando de maletas, baúles, restos de naufragio.

Texto y situación

Hay a veces disonancias entre el texto y esa situación ya final. Un tercer tiempo se superpone: el nuestro. Es inevitable -y además es justo y necesario- que no sólo los adaptadores y el director sean hombres de nuestro tiempo, con todas las preocupaciones y las responsabilidades que eso comporta, sino que lo seamos también los espectadores. Entre todos seleccionamos lo que nos interesa oír, lo que contiene algo de mensaje, de iluminación, de descripción para nuestra época y nuestros problemas individuales y colectivos. La mezcla de esos tres tiempos es generalmente homogénea; es eficaz y responde a unos principios teatrales lógicos.La interpretación añade un factor de azar al pensamiento expuesto. Aunque está bien hecha por todos, alguno resulta excelente, algún otro por debajo de la media, y ello se comunica al equilibrio necesario y lo conmueve. El secreto esencial sería el que todos tuvieran razón -o, por lo menos. la misma dosis de razón-; que algún actor sea más convincente que otro puede perjudicar esa dosificación. Se añade a esto algo que sí parece un error de dirección: unas caracterizaciones que hacen pensar en personajes políticos. Bódalo tiene la corpulencia de Azaña; si le añade, como se ha hecho, el abrigo y el sombrero característicos de muchas fotografías de Azaña, se acentúa en él el peso del autor. La boina y la corbata de lazo de Fernando González evocan a Prieto, y la caracterización de Eduardo Calvo, a Osorio, y Gallardo-Fernández de los Ríos. Felizmente, el neso del diálogo termina por imr

ponerse a esa sensación. Pero puede que haya equívocos entre el público que no son deseables.

Probablemente, la dificultad mayor con que se ha podido encontrar José Luis Gómez -después de decidir el sentido de la dirección, que no es poco- es la de que un diálogo no teatral, sino literario y de ensayo, suene en un escenario. Lo ha conseguido con un tono de concierto de cámara -un violoncello subraya a veces discretamente algún momento de la acción-, demasiado lento al principio, más empastado después (por lo menos, en la primera representación, el lunes por la tarde, para público de] llamado normal, dos días antes del estreno oficial). Lo ha conseguido también con la maestría de algunos de sus actores. Agustín González, José Bódalo y Fernando González tienen verdadera calidad en sus matices y en su entereza de actores; Eduardo Calvo da una lección de justeza en sus intervenciones, y Juan José Otegui, Carlos Lucena, Juan Antonio Gálvez, María Jesús Sirvent y Fabián López Tapla tienen menores ocasiones de creación.

Excelente trabajo

Con todo el excelente trabajo de José Luis Gómez y de la compañía, con todos los hallazgos de dirección y de interpretación, lo que domina continuamente es el trabajo del autor -lo cual es un dato más que añadir al acierto de José Luis Gómez- ya su manera de expresar un dolor y un amor profundos por España, y la aún increíble capacidad de trascender una situación trágica en la que era protagonista a una elevación -que no distancia, sino que aproxima- en la que está comprendido el pasado y el presente.

Manuel Azaña fue calumniado por la derecha y por la izquierda hasta extrernos de extraordinaria violencia, no pertenece al terreno de la crítica dramática tratar de reparar o de juzgar una personafidad histórica. pero sí de constatar que lo que sejencuentra en el libro y lo que se desprende de esta obra contienen unos valores morales y éticos que conviene ayudar a renacer. Libro y obra deberían ser declarados de texto; su conocimiento enriquece.

El público lo reconoció asi, y aplaudió abundantemente al terminar la obra; no salieron a saludar los realizadores del espectáculo, pero uno de los actores leyó un párrafo tomado de otro texto de Azaña -su discurso de conmemoración pronunciado el 18 de julio de 1938-: «Cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras; generaciones; si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracurida y otra vez el genio español vuelvea enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el espíritu de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído embravecidos en la batalla y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice: a todos sus hijos: paz, piedad y perdón». Palabras que fueron acogidas con una nueva salva de aplausos.

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