Continuo contacto telefónico del Papa con Varsovia durante la crisis

En 55 ocasiones el Papa habló telefónicamente con Polonia durante las últimas semanas. Este seguimiento de la crisis, minuto a minuto, del que ayer tuvo confirmación EL PAÍS, ha contribuido a dar mayor peso aún a su inesperado mensaje sobre Polonia pronunciado durante la audiencia del miércoles en la plaza de San Pedro, en el que defendió el derecho de su patria a «la independencia», mensaje que está siendo desmenuzado por los analistas políticos y religiosos y en el que algunos creen ver una velada advertencia contra una hipotética intervención de Moscú en Varsovia.Los observadores siguen ana...

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En 55 ocasiones el Papa habló telefónicamente con Polonia durante las últimas semanas. Este seguimiento de la crisis, minuto a minuto, del que ayer tuvo confirmación EL PAÍS, ha contribuido a dar mayor peso aún a su inesperado mensaje sobre Polonia pronunciado durante la audiencia del miércoles en la plaza de San Pedro, en el que defendió el derecho de su patria a «la independencia», mensaje que está siendo desmenuzado por los analistas políticos y religiosos y en el que algunos creen ver una velada advertencia contra una hipotética intervención de Moscú en Varsovia.Los observadores siguen analizando el importante discurso pronunciado en polaco por Juan Pablo II. Fue un mensaje sorpresa, y todos se preguntaban ayer en Roma cuál puede ser el verdadero sentido de las palabras del Papa, que de forma tan solemne ha dicho, en un momento tan delicado como este, que se debe rezar «para que ni nuestra patria ni ninguna otra nación sea víctima de la agresión y de la violencia de nadie».

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Es verdad que Juan Pablo II pronunció estas palabras recordando la triste fecha del principio de la segunda guerra mundial, pero tampoco se puede olvidar que en este momento Polonia sólo podría ser «víctima de una agresión por parte de la Unión Soviética. No deja de chocar que estas palabras las haya pronunciado el Papa precisamente mientras en todo el mundo se comentaba favorablemente el éxito de las negociaciones del Gobierno polaco con los obreros en huelga y la prudencia del silencio de Moscú. Y en el momento en que toda la Prensa italiana está publicando comentarios elogiosos al papa Woityla por su «respetuoso silencio», dejando el asunto en manos de la Iglesia de Polonia.

Por eso, la primera pregunta que se hicieron algunos comentaristas es si el Papa no estaría informado secretamente sobre presuntas intenciones de la Unión Soviética de intervenir en Polonia. Esta parece la hipótesis menos plausible. Más bien hay que pensar que las palabras de Juan Pablo II entran perfectamente en el marco de su personalidad. Es un Papa que ha demostrado desde el primer día de su pontificado que el hecho de ser polaco le da una justificación mayor para sentirse doblemente responsable no sólo del destino de su país, sino de toda la Europa del Este. Por eso se llamó «Papa eslavo» y por eso ha visto a Polonia como un segundo pueblo de Israel, casi elegido por Dios para conducir a todos los pueblos eslavos hacia los caminos de la «Iiberación».

Lo dio a entender varias veces durante su viaje a Polonia, dirigiéndose no sólo a los católicos, sino a todos sus conciudadanos, y hablando de «patria» con acentos nacionalistas para nosotros difíciles de comprender.

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Autoridad moral

En realidad, como se afirma en el Vaticano, el Papa hubiese querido intervenir desde el primer momento porque está convencido de ser hoy la mayor autoridad moral de su tierra. Pero el gran respeto que le produce la figura del cardenal Wyszynski, de quien se siente hijo espiritual, la gran unidad del episcopado polaco, la identidad de visión por lo que se refiere al papel que la Iglesia ha desempeñado en estos 35 años, le aconsejó callar y limitarse a pedir oraciones; aunque también envió un claro mensaje a favor, de los derechos defendidos por los obreros, que la Prensa polaca no publicó, y una carta al primado como para indicar a las autoriades del Gobierno que entre Roma y el episcopado polaco existía un abrazo total.

EL PAÍS pudo saber que durante esta semana el papa Wojtyla ha llamado por teléfono a Polonia exactamente 55 veces, y que a pesar de saber que su teléfono está controlado no temió hablar con libertad. Evidentemente, los obispos actuaron de común acuerdo con Wojtyla, quien a su vez estuvo informado varias veces al día de todo lo que estaba sucediendo.

Un prelado vaticano cercano al Papa aseguró a este corresponsal que más de una mañana el Papa sonreía leyendo ciertos comentarios de la Prensa italiana e internacional. Y esto porque nadie estaba mejor informado que él.

Libertad

Esta intervención última hay que leerla junto con el comunicado de ayer del Vaticano, en el cual se anticipa en tres meses el tema del discurso del Papa en el día de la Jornada Mundial de la Paz, que se celebrará en enero de 1981. La nota del Vaticano afirma que el Papa ha escogido como terna de esa jornada mundial «la libertad» y afirma que «toda amenaza contra la verdadera libertad es también una amenaza contra la paz. El atentado a la libertad del hombre o a la libertad de los pueblos crea intolerancias, opresiones estructurales o de hecho, dominios visibles o disimulados». Y añade que «no hay paz verdadera sin hombres libres y sin pueblos libres y responsables».

Ambas intervenciones podrían significar que el Papa ha querido dernostrar que está detrás de la lucha de sus connacionales para defender los derechos, como él ha dicho, a la «independencia y a la soberanía en la vida de la nación». Y probablemente ha querido recordar a los polacos que el problema no está resuelto, que la lucha seguirá y que a la Iglesia no le basta la libertad de sindicatos al precio de reconocer como único al partido comunista.

Hay quien asegura que Juan Pablo II desea para Polonia una independencia total, para que pueda ser libre como los demás países occidentales. Ciertamente, Juan Pablo II no ignoraría lo que esto podría significar como ruptura del equilibrio de la línea de Helsinki, pero tiene al mismo tiempo conciencia que sólo Polonia, con la fuerza de la Iglesia, podría ser capaz de pedir tanto. Y él, como Papa, estaría dispuesto, si es posible hacerlo sin amenazar la paz mundial, a defenderlo con toda su fuerza moral.

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