Editorial:

Samba para Wojtyla

LA IGLESIA católica es una esperanza en Latinoamérica para quienes viven en condiciones de miseria extrema. La samba que los habitantes de las favelas han bailado ante el papa Wojtyla es una danza votiva, una petición de socorro y una muestra de gratitud para lo que consideran el reforzamiento sacro y temporal a la actitud de los cardenales y obispos brasileños, que llevan desde hace años una campaña continua en favor de los menesterosos. Juan Pablo II no ha cesado de recordar en sus discursos y mensajes que «la misión de la Iglesia no se puede reducir a lo sociopolítico». Pero es evidente que...

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LA IGLESIA católica es una esperanza en Latinoamérica para quienes viven en condiciones de miseria extrema. La samba que los habitantes de las favelas han bailado ante el papa Wojtyla es una danza votiva, una petición de socorro y una muestra de gratitud para lo que consideran el reforzamiento sacro y temporal a la actitud de los cardenales y obispos brasileños, que llevan desde hace años una campaña continua en favor de los menesterosos. Juan Pablo II no ha cesado de recordar en sus discursos y mensajes que «la misión de la Iglesia no se puede reducir a lo sociopolítico». Pero es evidente que para algunos millones de brasileños que viven tradicionalmente en el seno de la Iglesia el problema es simplemente el de comer o no comer, y que quienes tratan de ayudarles se ven sometidos a la persecución y, a veces, al asesinato, a manos del Escuadrón de la Muerte y otras organizaciones en las que muchos ven derivaciones clandestinas del poder. Por eso, aunque el Papa haya subrayado desde su llegada que su viaje tenía esencialmente una «misión pastoral y religiosa» y haya insistido ante el presidente de la República en su «absoluto respeto a las legítimas instituciones de orden temporal», no ha dejado tampoco de recordar los derechos del hombre, las libertades fundamentales y el valor de las reformas para conseguir «la justicia objetiva y la ética social».El apoyo a la Iglesia brasileña por parte de Wojtyla es claro, aunque probablemente más contenido y moderado de lo que algunos integrantes del clero brasileño hubiesen deseado. Los cardenales brasileños han sido muy directos en sus expresiones y monseñor Arris no ha vacilado en hablar de «situación de opresión y violencia sistemática» y de la necesidad de variar la «situación de capitalismo salvaje en que nos encontramos» para construir una sociedad «diferente, desde luego, de la sociedad comunista sin libertad, tal como podemos verla en otros países». En esta alternativa está presente la preocupación de la Iglesia de toda Latinoamérica: evitar que la situación límite de la miseria conduzca finalmente al comunismo. Para ello encuentra muy buena receptividad en Wojtyla, que ha conocido durante toda su vida la dureza y la opresión del comunismo en su patria. La Iglesia brasileña y la de todo el subcontinente comparte en este caso la misma preocupación con Estados Unidos -o con la zona política más abierta de Estados Unidos- y de los países y las fuerzas políticas de Occidente interesadas en esa gran región mundial: evitar el revolucionarismo buscando otras salidas aún posibles. En otra de las declaraciones del Papa -ante el cuerpo diplomático- se encuentra reflejada esa inquietud: «Donde falta la justicia, la sociedad está amenazada desde el interior»; «porque», dijo después, «la violencia prepara una sociedad de violencia».

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Para los paupérrimos habitantes de las favelas urbanas, para los campesinos expoliados, la visita del Papa es absolutamente positiva y tiende a reforzar una defensa que la Iglesia local está haciendo frente a los poderes dictatoriales y abusivos. A los intelectuales, a los políticos de la oposición, les hubiera gustado una mayor beligerancia y brío. Los miembros de la comisión episcopal justifican la actitud prudente, dentro de la posición nítida que el Papa ha adoptado, por «los límites impuestos por las relaciones diplomáticas con el poder político brasileño».

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