Crítica:TEATRO /

Opera "jonda"

Opera honda, o jonda: de cante jondo. Si quedase un poco de sensibilidad, el teatro Martín estaría lleno tarde y noche; o si los que tienen esa sensibilidad tuvieran, también, algún dinero. De hecho, las personas que van terminan el espectáculo puestos en pie y aplaudiendo sin cesar. No hay más palabras que las cantadas: bien, seriamente cantadas, con la intención de expresar una tragedia popular. Algún baile, sobrio y a punto; bastante ritmo y una música grabada también seriamente: principalmente al órgano que, sobre todo en el principio, unido a la coreografía, a la única luz d...

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Opera honda, o jonda: de cante jondo. Si quedase un poco de sensibilidad, el teatro Martín estaría lleno tarde y noche; o si los que tienen esa sensibilidad tuvieran, también, algún dinero. De hecho, las personas que van terminan el espectáculo puestos en pie y aplaudiendo sin cesar. No hay más palabras que las cantadas: bien, seriamente cantadas, con la intención de expresar una tragedia popular. Algún baile, sobrio y a punto; bastante ritmo y una música grabada también seriamente: principalmente al órgano que, sobre todo en el principio, unido a la coreografía, a la única luz de unos blandones y un par de candiles, dan un gran tono litúrgico a lo que sucede en el escenario; una especie de misa que reproduce otra, otras pasiones y muertes. Hay un lenguaje visual que acompaña al cante. Lo que se relata con todo ello es la vida de un pueblo que va siendo privado de sus raíces, de su tierra, de su forma de trabajo, de su libertad. Conducido a la emigración, al trabajo industrial, a la despersonalización. El símbolo más inmediato: una gigantesca excavadora que, con movimientos precisos -con esa especie de horror que produce siempre lo humanoide en lo mecánixo-, va obligando a hombres y mujeres, distribuyéndoles, aplastándoles si es preciso. Podría decirse que está presente en este enfrentamiento de hombre y máquina, mediante una metáfora actual, el viejo enfrentamiento con el destino, la lucha agónica contra las fuerzas superiores: el «dios de la máquina» (deus ex machina) de Eurípides y su tiempo. Como en todo buen teatro, la emoción sobrepasa la anécdota que se está relatando, incluso la localización geográfica en que se desarrolla. Atañe a la esencia del hombre.Salvador Távora tiene el raro talento teatral de aplicar una imaginación estrictamente escénica a aquello que quiere relatar, contenido en unos límites muy pensados. Convierte en elementos naturalmente escénicos filosofía, poesía, música, mecanización. No pierde de vista al hombre ni un sólo momento.

Andalucía amarga, de Salvador Távora

Intérpretes: Manuel Alcántara, Mariana Cordero, Lilyane Drillon, Manolo Montes, José Morillo, Juan José del Pozo y Salvador Távora, de La Cuadra de Sevilla. Estreno: teatro Martín.

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