Reportaje:La cultura española y los cambios políticos / y 15

Extremadura, unidad en la desgracia

Las condiciones de vida en Extremadura no han sido precisamente óptimas para el arraigo y crecimiento de una cultura que puede definirse autóctona. Sometida durante la etapa franquista a un se paratismo interprovincial rayano en lo insólito, vigente en parte todavía hoy, se quemaron los tímidos brotes y se propició el expolio de hombres y obras hoy repartido por todo el país.La inevitable separación que en lo administrativo, eclesiástico, universitario, etcétera, sufrieron las dos provincias hizo acentuar aún más las divergencias entre Cáceres y Badajoz, de suyo existentes, con el olvido del s...

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Las condiciones de vida en Extremadura no han sido precisamente óptimas para el arraigo y crecimiento de una cultura que puede definirse autóctona. Sometida durante la etapa franquista a un se paratismo interprovincial rayano en lo insólito, vigente en parte todavía hoy, se quemaron los tímidos brotes y se propició el expolio de hombres y obras hoy repartido por todo el país.La inevitable separación que en lo administrativo, eclesiástico, universitario, etcétera, sufrieron las dos provincias hizo acentuar aún más las divergencias entre Cáceres y Badajoz, de suyo existentes, con el olvido del sentimiento regionalista, aglutinante de inquietudes e ideas. Hoy, a pesar de la preautonomía, estas diferencias se mantienen y en más de una ocasión han vuelto a manifestarse con mayor o menor fuerza, lo que viene a demostrar que Extremadura, como región, no está definida. Los únicos lazos de identidad entre las dos provincias vienen marcados por conceptos bien distintos de los culturales, imponiéndose sobre ellos la realidad concreta e inmediata de la región, que, parodiando la famosa frase, es una unidad de destino en la desgracia.

La evolución de una cultura extremeña se ha visto así impedida en esta región, deprimida en tantos sectores. No se ha prestado un gran interés en conservar y desarrollar los rasgos culturales, moviéndose las principales inquietudes en unas direcciones bastante alejadas de lo cultural y más próximas a la situación socioeconómica de la región, desangrada por la emigración, olvidada por el Gobierno y sumida en la pobreza por los grandes desequilibrios en la distribución de la riqueza, que ha impedido el acceso a la cultura a la inmensa mayoría de los extremeños. Lacultura ha sido hasta ahora patrimonio de unos pocos. Un alto porcentaje quedaba condenado a la incultura y la marginación, como lo demuestra un reciente sondeo que señala que más del 40% de la población extremeña pertenece al sector primario de la producción, casi el doble de la media nacional, que se sitúa en el 26%.

Los pocos que podrían permitirse el lujo de realizar estudios universitarios tenían que trasladarse a los dos distritos universitarios de los que dependían las provincias extremeñas. Salamanca, para Cáceres, y Sevilla, para Badajoz, han sido dos universidades que a lo largo de estos años han recibido un importante flujo de estudiantes universitarios extremeños, lo que ha supuesto la pérdida virtual de elementos capaces de iniciar el resurgir cultural de la región.

Con la creación de la Universidad de Extremadura, avanzados los años setenta, esta situación se ha modificado, zanjándose prácticamente la emigración constante hacia otras regiones en la búsqueda del conocimiento. Muchos hombres de los que salieron un día para estudiar hoy son médicos, arquitectos o licenciados que encontraron en otro sitio su medio de subsistencia, acentuando el empobrecimiento cultural de la región.

Aún es pronto para conocer los efectos beneficiosos que para la cultura supone la existencia de la Universidad de Extremadura.

Extremadura, quizá por el carácter que imprimen unas condiciones sociales y ambientales desfavorables, ha sido fecunda en hombres que hoy descollan en el panorama de las artes y las letras españolas. Aquí nació toda una generación de poetas, cuyas obras son hoy más conocidas fuera de la región, ante la despreocupación de los directores de la política cultural de difundir aquí sus obras.

Son muchos los extremeños que no conocen una obra teatral de Martínez Mediero, no han visto una exposición de Ortega Muñoz ni han leído a Félix Grande o Pedro de Lorenzo. Aquí se cubría el expediente con unas cuantas realizaciones a las que sólo tenían acceso los habitantes de los núcleos de población importantes o exclusivamente las capitales.

Para el resto del pueblo, el extinto Ministerio de Información y Turismo tenía reservado algo que le llevaría a la pérdida casi total de sus inquietudes culturales. La proliferación de los tele-clubs quemó los posibles brotes culturales que pudieran existir y creó una gran pasión por la televisión.

No parecía importar que Extremadura fuera una de las más pobres regiones españolas en bibliotecas públicas, y se plagaron los pueblos de televisores. Extremadura ofrece hoy el más alto porcentaje de España en horas ante el televisor, ofreciendo la mínima en cuanto a lectura de libros y publicaciones.

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