Cartas al director

Cooficialidad de lenguas

Durante la etapa franquista se pretendía idealizar España con la imagen que la oligarquía imperante tenía, o bien quería que tuviese España. De estos anhelos (que no realidades), herederos directos del centralismo autoritario, son producto, entre otras, frases como: «La lengua de España es el español». Esta frase excluyente, hija de un oficialismo acérrimo, ignoraba la realidad en la calle de otras lenguas distintas del castellano.La extinción de este tipo de injusticias culturales ha sido bandera durante todos estos años de las mentes progresistas y democráticas de Cataluña, hablasen o no en ...

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Durante la etapa franquista se pretendía idealizar España con la imagen que la oligarquía imperante tenía, o bien quería que tuviese España. De estos anhelos (que no realidades), herederos directos del centralismo autoritario, son producto, entre otras, frases como: «La lengua de España es el español». Esta frase excluyente, hija de un oficialismo acérrimo, ignoraba la realidad en la calle de otras lenguas distintas del castellano.La extinción de este tipo de injusticias culturales ha sido bandera durante todos estos años de las mentes progresistas y democráticas de Cataluña, hablasen o no en catalán. En mi opinión no hay lenguas de segunda clase y, por tanto, todas tienen derecho a desarrollarse a todos los niveles, incluso el universitario, pues el ente oficial ha de procurar acercarse en todo lo posible a la realidad de la calle, y no, por el contrario, hacer ésta a imagen y semejanza de la oficial.

Pero la historia, ahora, se está repitiendo, y lo más lamentable es que lo hace en nombre de unas libertades democráticas (?). La llamada «normalización» del catalán no se para con la consecución de libertad para el acceso a la cultura y lengua catalanas, cosas ambas con las que estoy de acuerdo, sino que va mucho más allá: pretende despojar de su lengua y cultura a cientos de miles de inmigrantes, que constituyen la mitad de la población de Cataluña. Todo, según ellos, por el bien de la propia Cataluña. De esta manera, un nuevo oficialismo democrático (?) pretende imponer una Cataluña que sólo existe en la mente de algunos señores y que, evidentemente, es muy disti nta a la real. Entre sus pocos argumentos cuentan siempre con ambigüedades y el ataque furibundo que por medio de insultos tópicos como «lerruxista» o «facha» obsequian a todo el que no esté de acuerdo con ellos.

La solución justa, a mi entender, está en una estricta y estable cooficialidad que permita el conocimiento de las dos lenguas y el libre desarrollo cultural en la lengua materna de cada uno. Cooficialidad del castellano no sólo porque sea la lengua oficial del Estado (como se dice en el proyecto de Estatuto de Cataluña), sino porque es la lengua materna de la mitad de la población de Cataluña.

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Me permito decirle al señor Burgos Baruel (carta al director, jueves 26-7-1979) que si los partidos de izquierda en Cataluña -que además se nutren en gran parte de nuestros votos- nos niegan, como catalanes que amamos a Cataluña en castellano, el derecho a nuestra lengua y cultura, este derecho irrenunciable lo tendremos que buscar en calidad de inmigrantes o «castellanos» nacidos en Cataluña, y entonces hay que dar la bienvenida al PSA o cualquier otro partido del resto del Estado que defienda el derecho a la cultura y lengua propias de dos millones y medio de personas que viven y trabajan en Cataluña.

La única normalización que en todo caso necesitamos es que se deje de considerar como anormal la cultura que en Cataluña se expresa a través de un vehículo, el castellano, perfectamente válido y que no necesita normalizarse.

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