Editorial:

El camino de América

EL PRESIDENTE Suárez vuela de nuevo. Ecuador, queda el motivo oficial -transmisión de poderes-, y Brasil, etapa larga con algunas conversaciones. Otra vez América, donde ya está -o vuelve de ella- Felipe González. Hay una importante batalla de influencias en América Latina en estos tiempos: se trata de una oferta de «modelos» políticos con que sustituir las dictaduras y con los que enfrentarse también a los revolucionarismos y los comunismos. Esta oferta va globalmente en un grupo que comprende desde los socialismos europeos y las socialdemocracias a los «centros» y las democracias cristianas;...

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EL PRESIDENTE Suárez vuela de nuevo. Ecuador, queda el motivo oficial -transmisión de poderes-, y Brasil, etapa larga con algunas conversaciones. Otra vez América, donde ya está -o vuelve de ella- Felipe González. Hay una importante batalla de influencias en América Latina en estos tiempos: se trata de una oferta de «modelos» políticos con que sustituir las dictaduras y con los que enfrentarse también a los revolucionarismos y los comunismos. Esta oferta va globalmente en un grupo que comprende desde los socialismos europeos y las socialdemocracias a los «centros» y las democracias cristianas; el lote se puede presentar como un conjunto de alternativas o de coaliciones en el centro de gravedad, que representa una pluralidad de vectores y que es la forma habitual y actual de la democracia occidental. América es ahora un gran mercado de fórmulas políticas; pero es también un mercado de mercancías tangibles al que se pueden hacer ofertas materiales y recibir a cambio productos, mano de obra barata, inversiones, negocios. Para países en vías de empobrecimiento, como es el nuestro, y con problemas comunes, es una gran posibilidad. Las asperezas que presenta nuestra integración en un medio económico duro, como es el Mercado Comúw Europeo, contrastan con la suavidad -si se lleva bien- de medios blandos, como el Pacto Andino o el SELAM; la posibilidad de mediación entre los organismos americanos y el europeo, y la de correa de transmisión de multinacionales o de capitales de Estados Unidos es importante. Siempre que pase por una ádecuación política o, como dice Marcelino oreja, por una «filosofía»: es decir, que España sea un vehículo también de exportación democrática. La velocidad con que UCD y el PSOE se disputan la imagen es natural, y es su ventaja: ni la extrema derecha ni el comunismo tienen ahora terreno posible.Por eso el sobresalto de las autoridades brasileñas ante el paso de Suárez tiene un sentido, aunque visto desde aquí tenga un perfil irónico, burlesco. Las autoridades brasileñas temen que Suárez lleve un hálito democrático demasiado fuerte, y que sus actos o palabras, sus entrevistas, puedan servir de estímulo a los dirigentes de la oposición. No es imaginable desde España pensar en Suárez como en un portador de revoluciones, capaz de desestabilizar un país con su presencia y con su verbo. Sin embargo, es cierto que dentro de la mitología internacional, y sobre todo de la americana, representa un «modelo», una capacidad de tránsito de la dictadura a la democracia sin sangre (la sangre vino después). En cualquier caso, es comprensible que la oposición brasileña prefiera una democracia ucedista a una dictadura militar con carácter indefinido. Aparte del mito, existe esta idea pontifical de Suárez -la posibilidad de crear puentesque otros países estiman.

La alarma brasileña, rápidamente y bien difundida, sirve a Suárez de la misma manera que le sirven las descripciones kerenskianas que hace de él la extrema derecha española. Sirven para el establecimiento de una buena imagen, útil en el mundo político nacional e internacional en el que quiere desenvolverse.

Ese servicio puede ser finalmente capitalizado por España. La relación de orden económico y hasta político con los países reformados de América Latina puede ser una de las bases de nuestra política, situándola por encima de intereses de partido. Es una de las pocas salidas buenas que quedan a nuestra política exterior. Suárez o Felipe González pueden estar haciendo mucho en ese sentido. Y lo que a su vez puedan hacer por ayudar o fomentar las democracias americanas, en cuanto sean reales y no solamente controladas o instrumentales, será también importante.

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