Crítica:OPERA / "SALOME"

Caballé, identificada con el lirismo de Strauss

Teatro de la Zarzuela. Salomé, de Lachmann, sobre Wilde, música de Ricardo Strauss. Intérpretes: Montserrat Caballé, J. Veasey, Fritz Uhl, Norman Bailey. Orquesta Ciudad de Barcelona. ...

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Teatro de la Zarzuela. Salomé, de Lachmann, sobre Wilde, música de Ricardo Strauss. Intérpretes: Montserrat Caballé, J. Veasey, Fritz Uhl, Norman Bailey. Orquesta Ciudad de Barcelona. 17, 19 y 21 de mayo.Sólo dos óperas de Strauss han figurado en los quince festivales madrileños de ópera que antecedieron al actual: El caballero de la rosa, en 1956, y Ariadna en Naxos, tres años después. Faltaba, pues, uno de los títulos straussianos fundamentales y una de las piedras fundacionales de la ópera en nuestro siglo: Salomé, aquella Salomé que escandalizó bastante al público del Real, cuando la conoció en febrero de 1910, a los cinco años de su estreno mundial en Dresde (diciembre de 1905). Fue protagonista pluscuamperfecta, como escribe Subirá, Gemma Bellincioni, y director, uno de los grandes de Alemania, Walter Rabl.

En la historia de la interpretación, Salomé ha contado con Intérpretes muy ilustres, desde la Wittch, que estrenara la obra en Dresde, hasta la Siljia. pasando por una Garden, una Jeritza, una Viz o una Nilsson. Desde hace algunos años. nuestra Montserrat Caballé ha conquistado lugar preeminente en esa antología. Desde sus comienzos. la soprano catalana se mostró hondamente identificada con el lirismo fuerte y dramático de Ricardo Strauss. Y si en los «líder» del maestro germano hace maravillas, no son menores las que consigue en el tan difícil papel de Salomé. Y es que la plasticidad de la música de Strauss no se limita a la tan comentada «lujuria orquestal»; es tan sustancial que se hace presente en la melodía vocal.

La Caballé posee una voz de suyo plástica, a la que suma un arte dramático, un talento músico-teatral de máximos quilates. No cabe mayor emoción que la desplegada por Montserrat en la escena final de la ópera, a través de mil matices expresivos y de un manejo de sus amplios medios, absolutamente magistral. Ni es posible mayor penetración psicológica, más exacto control de cada frase, de cada palabra, de cada silencio. Lo decisivo es la singularidad de Montserrat Caballé, el lograr en Strauss como en Verdi, en Bellini como en Donizzetti, versiones tan creativas que se erigen en rigurosamente incomparables.

El reparto completo de la otra noche fue de gran clase, ya que Norman Bailey hace un Juan perfecto de carácter y bellísimo en la línea cantábile; Fritz Uhl da al conflictivo personaje de Herodes todos los valores con que lo concibieron Wilde y Strauss; la Veasey fue excelente Herodías -el «motor» de la tragedia desde su segundo plano- Con ellos el tenor Ochman (Narraboth), la «mezzo» Evelia Marcote (Paje), Durán, Ferrer, Matilla, Gilabert, García Marqués, Sanz Remiro, Vivas, Valls, Plazas, Alcalde y Rodríguez, en una labor de conjunto obediente a la batuta experta, formularia a veces, muy entregada otras, de Julius Rudel. En todo caso, un maestro.

Sobre unos decorados muy atinados, que vienen a estilizar, acercándola a nuestro tiempo, la «atmósfera exótica» con que sonara el compositor, originales de José María Espada, el director José Luis Font movió la escena con sobriedad, tan atento al texto como a la música, y yo diría, que otorgando a la segunda un papel preponderante en cuánto fuente de sugerencias. La Orquesta Ciudad de Barcelona lució su gran clase, su flexibilidad para el género teatral y su idoneidad para la expresión romanticista.

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