Crítica:

Los planos sin teoría de Jacqueline Fay Goldman

Altamente elaborada, pero con un punto de frescura inequívocamente EEUU, la obra de Jacqueline Fay Goldman nos seduce de entrada, por la manera en que se encarna en ella, sin recursos teóricos, un especial sentimiento de la pintura. En ese sentimiento encarnado, en ese feeling, en esa feliz conjunción de saber y soltura, reconocemos, más que la enseñanza «en abstracto» de la moderna pintura americana, ante todo su sorprendente e inagotable capacidad para seguir haciéndose, día a día, con verdadera inasequibilidad al desaliento.Esa capacidad americana para «pintar sin teoría», para jugár...

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Altamente elaborada, pero con un punto de frescura inequívocamente EEUU, la obra de Jacqueline Fay Goldman nos seduce de entrada, por la manera en que se encarna en ella, sin recursos teóricos, un especial sentimiento de la pintura. En ese sentimiento encarnado, en ese feeling, en esa feliz conjunción de saber y soltura, reconocemos, más que la enseñanza «en abstracto» de la moderna pintura americana, ante todo su sorprendente e inagotable capacidad para seguir haciéndose, día a día, con verdadera inasequibilidad al desaliento.Esa capacidad americana para «pintar sin teoría», para jugárselo todo en el hacer, para confiar poco en programas o manifiestos, es algo que viene de antiguo. Nadie se ha embarazado nunca, por aquellas latitudes, a la hora de coger de aquí y de allá. La voracidad y la falta de prejuicios llegan a su punto más alto en el pop, pero tampoco los maestros de los cincuenta eran mancos como saqueadores de refencias culturales. Tras el minimal, academia puritana de la fidelidad y el abc artístico, pudo parecer agotada aquella veta, porque el minimal necesitaba precisamente de una historia en sentido único, una historia que rematar. Sin embargo, en contra de muchas predicciones, no adivinó entonces el reinado del concepto, ni murió el objeto. El objeto, la pintura, sobrevivieron a su pregonada muerte (lo mismo advenía con Dios en manos de los nuevos teólogos). Y las generaciones más jóvenes, en Estados Unidos, pintan menos que nunca desde la teoría. Todos los ingredientes les son buenos para sus propósitos: un espacio «a lo fulano», un sistema de perspectiva si ha menester, el abc minimal, la convivencia, cuando es preciso, de dos conceptos de espacio. Entre nosotros, la pintura de un Gerardo Delgado o, a su manera, la de un José Ramón Sierra podrían tener que ver con esto.

Jacqueline Fay Goldman

Grupo Quince. Fortuny, 7.

Por tales derroteros anda la obra de Jacqueline Fay Goldman, nombre aún no muy conocido dentro de la nueva escena norteamericana, pero que ejemplifica bien por dónde van los tiros después de la llamada tercera generación. En sus cuadros sobre papel y en sus litografías, nada está dejado al azar, el autocontrol es llevado al extremo y sin embargo no se pierde la frescura. Sobre la superficie del papel, conviven dos sistemas: la perspectiva y el dibujo gestual. La cosa no se queda en figuras imposibles que lucharan contra un magma informal, por hablar como la crítica antigua, sino que ambos sistemas (perspectiva y gesto) se entrelazan hasta componer una bien engrasada máquina espacial. No se trata de «dos planos», sino que el mismo gesto se torna perspectiva, la misma perspectiva deriva en fuga dibujística, la goma de borrar dialoga con una incisión de radiante color o con una red geométrica sin fin. Espacio, a fin de cuentas, que no es posible leer sino perdiéndose en él como en un laberinto. Espacio quebrado, emergente, abierto, plural, descentrado, en el que naufragarán quienes necesiten de ortogonales seguridades.

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