Crítica:

Martín Beguè

Si la boga de eso que se ha dado en llamar arquitectura dibujada produce todavía una cierta perplejidad crítica, la razón no es otra con frecuencia que el olvido en que tenemos géneros como la «vedutta», la perspectiva urbana o la escenografía; géneros cruzados, desde luego, y tan equívocos que no es vano discutir si a Piranesi le conviene el título de arquitecto o el de pintor. Por cierto que tampoco lo sería preguntarse ahora dónde anda aquella ardua neutralidad gráfica del arquitecto ante su tablero de dibujo, que trajo consigo la decadencia de la ...

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Si la boga de eso que se ha dado en llamar arquitectura dibujada produce todavía una cierta perplejidad crítica, la razón no es otra con frecuencia que el olvido en que tenemos géneros como la «vedutta», la perspectiva urbana o la escenografía; géneros cruzados, desde luego, y tan equívocos que no es vano discutir si a Piranesi le conviene el título de arquitecto o el de pintor. Por cierto que tampoco lo sería preguntarse ahora dónde anda aquella ardua neutralidad gráfica del arquitecto ante su tablero de dibujo, que trajo consigo la decadencia de la arquitecture des Beaux-Arts, trocando la caja de acuarelas por un método.«Método -decía Ledoix- es lo que entienden por sublime los necios.» Pregunten, pregunten ustedes, si no, a quienes durante la epidemia racionalista frecuentaron las escuelas de arquitectura, cuando se creía que su historia culmina en la invención del «rapidograph»... Luego vendría la crisis del movimiento moderno, y así, de la noche a la mañana, alguien descubrió que la cultura arquitectónica tiene más que ver con los Bibiena o con «Sunset Boulevard» que con la papelería fina. ,

Martín Beguè

Galería Torres BeguèFernán González, 31

Un jovencísimo estudiante de arquitectura de la Escuela de Madrid, Sigfrido Martín Beguè, demuestra con sus dibujos que esa cultura olvidada o desdeñada no sólo constituye un ámbito propicio para aquellas fantasías y caprichos que la arquitectura de este siglo toleraba a regañadientes en sus pioneros (Sant'Elia, Tchernikov, Finsterlin...), sino que alcanza además una razonable y nada neutral expresión gráfica.

La exposición de Martín Beguè nos lleva, en principio, a reconocer algunos de los lugares comunes que hoy dominan en la cultura y en la pedagogía arquitectónicas, cuales son, entre otros, el siglo de las luces, la «Tendenza» y Las Vegas, entreverados o por libre. Ahí están, por ejemplo, esa Vaquería turca, donde Lequeu dibuja todavía una extravagante pasarela, esa Escenografía en la que Herodes intenta acabar con la simetría, coronada por un hábil «pastiche» de Brunelleschi y Purini, o esa no por errónea menos impecable aparición del cantante Scalzi en la Opera Sesostris, vestido de punta en blanco bajo el velamen listado de la piscina del Dunes.

Newton, la duquesa de Osuna, Vredemann de Vries y Max Bill se pasean por el Capitolio romano y La Vaguada de Madrid entre templetes, «castrati», pirámides, cenotafios, alegorías de la Fe, francmasones, domos estrellados, «bautas» venecianas, ninfas y pastores, obeliscos, majos y fuentes termales, componiendo un fantástico enredo en seis actos, con intermedios cómicos, ballets y la actuación especial de Longhi en el papel de comparsa. Si no hay aquí arquitectura, que baje Coplaco y lo vea. Arquitectura d'invenzione y, por tanto, relegada a esa pura realidad de lo pintado; pero arquitectura al fin, o de algún modo difícil y heteróclito que no nos permite, sin embargo, reducir estos dibujos de Martín Bagué a la condición de meros proyectos, por más que, a diferencia de Guillermo Pérez Villalta, con quien parece tener mucho en común, su técnica adolezca de cierta sequedad profesional, agudizada por un uso de los lápices de colores que nos recuerda a los «rossianos».

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