Editorial:

La "cumbre" de la OTAN y el fracaso del desarme

LA «CUMBRE» de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en Washington tiene lugar en medio de un escenario internacional complicado: han aumentado las tensiones y se han modificado relativamente los supuestos de defensa en que se basaba el dispositivo militar occidental. Esta «cumbre» coincide, además, con la conferencia de desarme de las Naciones Unidas y se celebra pocos días después de la intervención armada de las grandes potencias en la crisis de Zaire, que ha renovado la irritación entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Por si fuera poco, los representantes de las naciones del...

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LA «CUMBRE» de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en Washington tiene lugar en medio de un escenario internacional complicado: han aumentado las tensiones y se han modificado relativamente los supuestos de defensa en que se basaba el dispositivo militar occidental. Esta «cumbre» coincide, además, con la conferencia de desarme de las Naciones Unidas y se celebra pocos días después de la intervención armada de las grandes potencias en la crisis de Zaire, que ha renovado la irritación entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Por si fuera poco, los representantes de las naciones del pacto reunidos en Washington no poseen una unidad total en los designios, al menos en lo que se refiere al lugar que ocupan en el seno de la OTAN o en el mundo económico occidental. Y ello porque una misma organización alberga países tan heterogéneos que es posible encontrar en ella hasta dos enemigos casi irreconciliables (Grecia y Turquía) y un socio poderoso, la República Federal de Alemania, reticente ante Estados Unidos y poco dispuesta a seguir financiando la debilidad exterior del dólar.Las complicaciones exteriores que rodean la reunión de la OTAN y las mismas tensiones internas a la organización no son sino el síntoma de la dificultad en las relaciones de los bloques y las superpotencias, que han perdido predicamento ideológico.

Estamos asistiendo a un endurecimiento de las relaciones internacionales, en particular Estados Unidos-URSS, detrás de lo cual Brzezinski, consejero de seguridad del presidente Carter, acusó duramente a los soviéticos de vulnerar el «Código de la Distensión» en la crisis de Zaire. De momento podríamos preguntarnos en qué consiste ya ese Código, poco o mal escrito, frecuente mente vulnerado por unos y otros, y largamente puesto en entredicho en la lucha tecnológica incensante. Pero el caso es que la intervención en Zaire, en boca del propio presidente Carter, también podría hacer peligrar la con clusión de un segundo acuerdo SALT, sobre reducción de armas estratégicas, entre URSS y Estados Unidos, y justificaría una actividad del Pacto Atlántico en el continente africano.

En la «cumbre» de la OTAN se plantea así un perfeccionamiento en los medios de defensa occidentales y, posiblemente, una ampliación política de la organización, cosa a la que no sería ajena España. En lo que respecta a la renovación militar, Norteamérica ha propuesto un plan que sería el más ambicioso desde que se creó el Pacto, en 1949, y que fue ya estudiado por los ministros de Defensa, reunidos en Bruselas la semana pasada. El plan es para la década de los 80 y está evaluado en 80.000 millones de dólares. Su puesta en práctica exigiría a cada uno de los países miembros un aumento en sus gastos militares de un 3 % y una ampliación del campo de actividades de la OTAN, en la que se incluirían, sin duda, zonas africanas. El próximo lunes tendrá lugar una conferencia en Bruselas con asistencia de autoridades de Zaire, y para discutir los próblemas planteados por la crisis del país.

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Por lo demás, el fortalecimiento de la OTAN, directamente impulsado por Washington, responde a las motivaciones del presidente Carter, duramente criticado en su país por su supuesta debilidad. Igualmente es una respuesta al auge del poderío militar soviético. Cierto es que el conflicto de Zaire ha endurecido el tono del lenguaje empleado y hecho resucitar las viejas preocupaciones. Pero, independientemente de esta guerra, también es cierto que la URSS ha hecho esfuerzos considerables para cubrir su retráso tecnológico y que hoy, al observar las cifras, se observa una creciente amenaza potencial en la parte oeste de Europa. Las limitaciones acordadas sobre el uso de las armas estratégicas se refieren sólo a la URSS y Estados Unidos, y comprometerían la seguridad de los países europeos frente a la Unión Soviética si no van acompañados de limitaciones en la concreta potencia militar soviética en Europa.

Amenazado por el expansionismo soviético en Africa, el continente que Estados Unidos empezó a perder con la descolonización de Angola, peligrosamente flanqueado por la inseguridad europea, el presidente Carter ve traicionado su pacifismo, de nuevo, por una serie de imponderables y de pasados errores, y se encuentra envuelto en esa dialéctica, frecuentemente desastrosa y tan conocida por Estados Unidos, entre el aislacionismo y el intervencionismo.

Cualquier perspectiva de desarme se oscurece en estas circunstancias y el «Código de la Distensión», siempre contrapuesto al «Código de la Seguridad», queda aún por ser sinceramente establecido.

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