Cartas al director

A favor de Pinochet

Parece que el último tema de supermoda en los periódicos y publicaciones son los derechos humanos, y cualquiera se eneuentra investido de repente de la suficiente y pretenciosa moralidad como para opinar y dictaminar sobre los derechos humanos en tal o cual sitio (casi siempre lugares a más de 3.000 kilómetros y en los que jamás han estado), asimismo recriminan a sus gobernantes sin más datos que los que les ha proporcionado la revistilla de turno, y les auguran las peores represalias del mundo libre. Y de todos estos lugares, el que figura a la cabeza de la difamación demagógica de los medios...

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Parece que el último tema de supermoda en los periódicos y publicaciones son los derechos humanos, y cualquiera se eneuentra investido de repente de la suficiente y pretenciosa moralidad como para opinar y dictaminar sobre los derechos humanos en tal o cual sitio (casi siempre lugares a más de 3.000 kilómetros y en los que jamás han estado), asimismo recriminan a sus gobernantes sin más datos que los que les ha proporcionado la revistilla de turno, y les auguran las peores represalias del mundo libre. Y de todos estos lugares, el que figura a la cabeza de la difamación demagógica de los medios de comunicación es, sin lugar a duda, Chile.He tenido la suerte de poder visitar con detenimiento este maravilloso país y con mi opinión no quiero sino reflejar lo más objetivamente lo que vi y oí, sin pretender inclinar la ya inclinada balanza al otro lado. Desde que crucé la frontera entre Argentina y Chile por Las Cuevas (en el Aconcagua) hasta Santiago de Chile, y dentro de la misma ciudad, -no vi ni un solo soldado custodiando la libertad. En los días laborales había en Santiago menos vigilancia policial que en Estocolmo (frase que tomo de un famoso repórter sueco en Chile para hacer un informe sobre los derechos humanos, y tan sorprendido como yo). He encontrado en Chile un pueblo limpio, educado y trabajador que crece en ímpetu y en realizaciones día a día, y no sólo en la ciudad, sino en el campo. He preguntado a muchos trabajadores de todo tipo: conserjes de hotel, turistas, labradores, comerciantes, etcétera..., cómo pueden soportar la dictatorial opresión de este régimen. La respuesta ha sido unánime: «¡Que Dios nos los conserve muchos añosl»

Mejor haríamos en no meter las narices donde no nos llamen y, en cualquier caso, en respetar la actitud que cada pueblo quiera o deba adoptar, según las circunstancias. Y, además, ¿podemos tirar la primera piedra nosotros? ¿Puede Estados Unidos, a pesar de que su teórica Constitución así lo prevea, hablarnos de los derechos humanos de sus negros, chicanos y puertorriqueños? ¿Puede la URSS hacer ni siquiera referencia a los mismos? Y los países de Europa occidental, ¿garantizan los mismos derechos a nuestros trabajadores que limpian las porquerías en sus hospitales que a sus ciudadanos? Y nosotros mismos, ¿garantizamos, de hecho, los mismos derechos a nuestros gitanos? No, ¿verdad?..., pues mejor a callar, a construir la casa por abajo, y si la terminamos, ofrecer nuestra ayuda al prójimo, que quizá no la necesite. Me hacen «mucha gracia» cómo ese grupo de cantantes chilenos autoexiliados en París, en un apartamento de trescientos metros cuadrados en el distrito XVI, y que sólo cobran de 5.000 a 10.000 dólares por actuación, exprimen la sensiblería occidental en contra de su propio pueblo. ¡Allí tendrían que estar! ¡Trabajando!

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