XXV FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIAN

“La guerra de las galaxias”

Fotograma de Star Wars

Hace más de cuarenta años, las revistas de los jóvenes de entonces se animaron de improviso con la presencia de ciertos nuevos héroes. Más allá de las aventuras habituales dedicadas a ellos: relatos chuscos o clásicos al alcance de los niños, estos nuevos personajes, a medias entre la realidad y el mito, vinieron a ocupar su lugar al sol, ese sol a veces mortecino de la primera adolescencia. Ellos, con su aventuras estelares, con sus luchas hasta entonces desconocidas en la desierta superficie de remotas galaxias, vinieron a llenar por unos años el planeta lunar de nuestra fantasía, de la imag...

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Hace más de cuarenta años, las revistas de los jóvenes de entonces se animaron de improviso con la presencia de ciertos nuevos héroes. Más allá de las aventuras habituales dedicadas a ellos: relatos chuscos o clásicos al alcance de los niños, estos nuevos personajes, a medias entre la realidad y el mito, vinieron a ocupar su lugar al sol, ese sol a veces mortecino de la primera adolescencia. Ellos, con su aventuras estelares, con sus luchas hasta entonces desconocidas en la desierta superficie de remotas galaxias, vinieron a llenar por unos años el planeta lunar de nuestra fantasía, de la imaginación de los muchachos, hasta que un día otra guerra más real y cruel cortó de raíz, y para muchos años, las alas a esos héroes y la imaginación a sus lectores.

Pero antes de que tal cosa sucediera aún vivieron durante breve tiempo en una serie de revistas, que suponían una renovación total en las lecturas infantiles. De tanto héroe y aventurero -nombre genérico- del periódico juvenil que les diera a conocer entre nosotros-. Flash Gordon se convirtió en protagonista principal rápidamente por encima de sheriffs y detectives nuevos. Sus aventuras más allá de los astros le dejaron para siempre una estela heroica que ningún otro sucesor sería capaz de llenar luego. Por entonces la ciencia-ficción apenas había dado sus primeros pasos en España. Aún se leía como tal a Julio Verne y como mucho a Edgard Rice Burroughs. Los grandes autores que vinieron luego traían, sin embargo, más de ciencia que de relato, más de física, computadores y asteroides que de pasiones y afán de conquista, más de cabeza que de corazón, en suma, al estilo de los antiguos héroes. Aquellos mitos, barridos por tres años de guerra civil, no sideral precisamente, volvieron a aparecer por los años cuarenta, pero como la mayoría de las ideas y las cosas de vueltas cicateramente por aquella década, pronto pudimos comprobar que los nuevos herederos un tanto toscos, y un bastante mostrencos no eran hijos de aquellos héroes nuestros. Aquellos hijos en torno a la virtud y a la bondad, referidos a pasadas grandezas imperiales, incluida la conquista de América. no nos emanaban con sus recursos de lectura dirigida y sus resabios de mensajes patrióticos.

Una juventud sin fantasía

Los nuevos clásicos de la ciencia-ficción, nunca definitivamente populares, tampoco satisfacían a las nuevas generaciones y pronto el mundo de las galaxias comenzó a declinar por falta de interés o de imaginación entre los que se dedicaron a seguir cultivándolo. "La juventud de hoy no tiene fantasía -declara George Lucas, autor de Star Wars- todo lo que han recibido es Kojak, y, así andan los niños corriendo de aquí para allá, aspirando a matar a un policía. Todo lo que ven son filmes de desastres, inseguridad y violencia".

Así, pues, decidió un día devolver a los niños aquel perdido mundo de su propia infancia, volviéndolo a llenar de aventureros, princesas, villanos, tiranos y héroes que en sus naves de ciencia-ficción se enfrentaran en batallas incruentas. Los modernos medios de trucaje y sonido, así como los efectos especiales hicieron el resto, además de la inteligencia, por supuesto, y su filme se ha convertido hoy en espectáculo preferido no sólo de los niños, sino también de los mayores.

George Lucas ha sabido humanizar la ciencia-ficción, puerilizar, añadirán algunos, traerla a la pantalla a través de los eternos esquemas de la novela de aventuras de los libros de caballerías, de las clásicas historias de guerra, de los relatos western. Lo ha realizado con una gran dosis de humor, lo que revela un profundo conocimiento y a la vez grandes dosis de entusiasmo, con los medios adecuados, es decir, totales, y con un reparto en el que destacan dos robots para los que cualquier jurado independiente y con imaginación debería inventar un premio especial, algo así como una recompensa a los mejores actores no humanos.

Una gaviota intrusa

El porqué de la presencia en un festival de cine de esta gaviota televisiva no se comprende bien. Realizada por la RAI para la pequeña pantalla, ha sido presentada a la vez en Italia a un festival de televisión y al mismo tiempo a este concurso cinematográfico. Dadas las diferencias hoy por hoy cadentes entre los filmes para uno y otro medio se hace difícil creer que Italia no dispusiera sitio de este filme para enviar a nuestro certamen.

Il Gabbiano resume los temas favoritos de Chéjov: el cerrado círculo de la sociedad de provincia a finales de siglo, el enfrentamiento de los dos escritores, uno de éxito más sin inspiración, dotado el otro de inspiración e incapaz de expresarse. «la gaviota», esa muchacha de provincia que el triunfador, de paso matará tan sólo por entretener el ocio del verano, todos los conocidos personajes de la célebre obra, ha servido a Bellocchio para realizar su versión particular con actores excelentes. Entre ellos destaca Laura Betti y en lo que respecta a la pura escenografía el realizador se ha limitado a utilizar un decorado real, un largo real subrayado por una fotografía expresionista aparte de los consabidos exteriores e interiores que apenas añaden a la obra primitiva algún que otro aliento cinematográfico, restándole en cambio misterio y sugerencia que tal texto suele crear representado al modo tradicional en el teatro. una versión en suma de Chéjov dialogada en un vago italiano, acogida, por cierto, el día de su estreno en Italia, con escaso entusiasmo.

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