Crítica:

La primera novela de un crítico

Leopoldo Azancot, conocido hasta ahora en el ruedo literario por su aguda labor crítica, se ha revelado como novelista de alta consideración con La novia judía, primera obra narrativa de creación que le conocemos y con la que ha logrado puesto finalista en el Premio Ciudad de Sevilla. Publicada la novela ganadora, no diríamos que a este caso no le conviniesen aquellas consideraciones cervantinas (Don Quijote, II, XVIII) sobre las obras que siguen a los primeros premios. Se trata de novela que posee singularidad muy notable y hasta en acotación editorial que la acompaña se le llam...

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Leopoldo Azancot, conocido hasta ahora en el ruedo literario por su aguda labor crítica, se ha revelado como novelista de alta consideración con La novia judía, primera obra narrativa de creación que le conocemos y con la que ha logrado puesto finalista en el Premio Ciudad de Sevilla. Publicada la novela ganadora, no diríamos que a este caso no le conviniesen aquellas consideraciones cervantinas (Don Quijote, II, XVIII) sobre las obras que siguen a los primeros premios. Se trata de novela que posee singularidad muy notable y hasta en acotación editorial que la acompaña se le llama «primera novela del posfranquismo» lo cual no llegamos a entender sino en el sentido que los tonos eróticos que en ella se alcanzan, hubiesen hallado no pocas dificultades en las censuras que se usaron normalmente en aquel período, Como la que afectó a la imposibilidad de edición española de Cambio de piel, de Carlos Fuentes, Premio Biblioteca Breve hace diez años.De uno u otro modo, el hecho es que nos hallamos con una novela que discurre por rumbos insólitos en el fondo y en la forma, ambos trabados sólidamente en el acto de su creación, de manera que no podríamos concebirlos separadamente ni independientes de la vena cultural que las origina y que intenta una vía si no nueva, menos transitada en el mundo occidental, del conocimiento humano mediante la magia y el erotismo sublimado del andrógino; o sea, la síntesis sexual que deriva de ciertas consecuencias platónicas y sobre todo de los gnósticos. Esta idea doble que da origen y sirve de cauce principal a La novia judía se materializa en la narración en virtud de la adscripción por un lado a la kabala y sus revelaciones y sabidurías ocultas y por el otro a la aventura humana de una pareja adolescente de judíos cuyo amor, vedado por la muerte en el primero de sus avatares, se reinstala mediante la transmigración del alma de la novia muerta en un adolescente con lo que el amor de Baruch y Deborah prosigue en su esencia en forma homosexual.

La novia judía

Leopoldo Azancot. Editorial Planeta, S.A. Barcelona, 1977.

Este resumen argumental sería poco o nada si hiciésemos abstracción de la porción esencial de la novela, la ambiental y la formal, que logran formar con ella la unidad fundamental de la obra. El ambiente histórico cambiante -otoño medieval, renacimiento Sefarad desde Tudela hasta la Granada nazarita más la de la persecución y ocultación posterior-despliega su pompa lírica en la forma en que Azancot ha reinventado la unidad judía del conjunto con su ambientación que no atiende a los colores sino a las esencias de profecía, misterio, revelación a los elegidos, sabidurías ocultas y lirismo desbocado que en combinación con la exaltación erótica pansexual logra muy altas temperaturas. Si en la porción relativa al ambiente histórico (si es que podemos hallar porciones en una obra de tan compacta unidad literaria como La novia judía) podríamos pensar en Bomarzo, de Mujica Lainez, por ejemplo, para relaciona con algún precedente el cálido orientalismo formal resultante de la novela tendríamos que recordar a uno de los raros y olvidados de nuestra literatura contemporánea: Cansinos Assens, cuyo nombre sólo el recuerdo preciso, quizá pugnaz, de Borges salva hoy de la inexistencia en la fama literaria.

La novia judía ofrece una no breve y fresca impresión de redescubrimiento de ingredientes eternos y valiosos de la narrativa, cultura y fantasía en la creación y de lirismo en la forma mediante una combinación muy personal se instalan o mejor dicho, vuelven a instalarse sobre realismos continuados y experimentalismos en tanta medida estériles, en la primera línea de las posibilidades narrativas. Poco o nada hay nuevia bajo el sol literario, a no ser la dosis de personalidad con que un autor renueva saberes olvidados o vuelve a marchar por sendas transitads por donde la hierba creció. Entonces es cuando podemos hablar de novedad y aun de agudísima novedad. En este aspecto la novelá de Azancot no es indiferente que provenga, además de la creación de su autor, de su conocimiento crítico de los componentes de la narrativa y no se sabe cuánto de reflexión la precedido al disparo de la intuición creadora con que un lirismo oscuro, relegado al ocultismo, característico de las vivencias históricas judías y sus raíces culturales últimas y diversas, se ha hecho novela que se abre al lector como a revelación de un mundo desconocido, atractivo como un jardín secreto. ¿Hay algo mejor que ello para una novela?.

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