Tribuna:

El potencial creador

La muerte, en circunstancias patéticas conocidas, del verdadero patriarca de las letras checas, J. Patocka, invita a ocuparse de su obra, y más habiéndose publicado en castellano hace sólo unos meses el libro que él firmó, Los intelectuales ante la nueva sociedad (Akal). Sirva esta columna, pues, de pequeño homenaje al pensador desaparecido, en ella me voy a detener en su escrito (cuya temática me es profesionalmente próxima), Contribución a la filosofía de la literatura.

Patocka arrancaba, para tratar del arte verbal, del hecho evidente de la transitividad de la le...

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La muerte, en circunstancias patéticas conocidas, del verdadero patriarca de las letras checas, J. Patocka, invita a ocuparse de su obra, y más habiéndose publicado en castellano hace sólo unos meses el libro que él firmó, Los intelectuales ante la nueva sociedad (Akal). Sirva esta columna, pues, de pequeño homenaje al pensador desaparecido, en ella me voy a detener en su escrito (cuya temática me es profesionalmente próxima), Contribución a la filosofía de la literatura.

Patocka arrancaba, para tratar del arte verbal, del hecho evidente de la transitividad de la lengua ordinaria; la lengua, escribía, «seña la desde sí hacia fuera, hacia la cosa». Sirve primordialmente para referirse al mundo y denotarlo, y por tanto con ella penetramos en lo que no podemos experimentar por nosotros mismos (el enunciado me duele la cabeza hace que pueda comprenderme un amigo sin que él tenga que experimentar por sí tal dolor).

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Ahora bien; remontándose a una idea muy praguense (nos referimos al Círculo Lingüístico de Praga, y a Roman Jakobson), nuestro autor percibía un grado de «intransitividad» idiomática en ciertos tipos de discurso, que al margen de referirse al mundo llaman la atención sobre sí mismos, estando compuestos de esta maneta con artificio formal en que «las partes y el todo se presuponen mutuamente». El grado límite de esa construcción formal-intransitiva se cumple en la obra literaria: «Sin cambiar la orientación que se viene dando al uso de la lengua, sin volverla de afuera hacia adentro, no hay producción literaria.»

El placer estético, argumentaba en otro momento Jan Patocka, procede del trascenderse del hombre en el hecho de la obra artístico-verbal, ya que objeto de la vida no es la vida misma, «sino el mundo al que la vida provee de sentido», y este sentido o «eco» del mundo lo descubre primaria e intuitivamente la poesía (la literatura). Si ésta es idioma construído, objetivado, se entiende que la objetivación del idioma constituya «un ejemplo especialmente nítido de la trascendencia del hombre».

El discurso literario, pues, no trata de generalidades, sino de lo único, y no define, sino que sugiere. El saber que nos trasmite no está formulado en leyes y reglas; puede considerarse como aprehensión y percepción de lo esencial, y no de lo real. En definitiva, la literatura sirve para concretar la individualidad de la existencia espiritual del hombre.

Todo el fondo del alegato de Patocka apunta, me parece, al reconocimiento del «potencial creador» y «apertura cultural» caracterizadores de lo humano; potencial que -como ha dicho otro pensador praguense, R. Richta- es lo único que eleva al hombre por encima de las creaciones técnicas más poderosas que él mismo ha ideado.

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